Realmente no compiten entre ellas, ni por fechas de lanzamiento, ni por modo inicial de difusión, “Luz de Soledad” se estrena en cines el 21 de octubre, “The Young Pope” en una plataforma televisiva algún día indeterminado de noviembre. Pero no puede uno dejar de pensar en el singular y desproporcionado combate que nos narra la Biblia entre el pequeño pastor David y el gigante guerrero Goliat, cuando contempla en la pantalla dos historias de corte religioso que quieren ganarse el favor del espectador.
11 de octubre. Ese día la Iglesia celebra a dos grandes santos. Una mujer, Soledad Torres Acosta, un Papa, Juan XXIII. La casualidad, la providencia, la planificación, o un poco de todo, hacen coincidir en el mismo cine madrileño, con dos horas de diferencia, las proyecciones para la prensa de una película, Luz de Soledad, biopic de la citada santa, y de los dos primeros episodios de una serie televisiva, The Young Pope, sobre un pontífice ficticio, Pío XIII.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDe lo que no me cabe duda es que los hijos de este mundo cuentan con más medios, más influencias, más posibilidades para lograr la deseada repercusión mediática que los hijos de la luz
¿Son como dijo Jesús en el evangelio los hijos de este mundo más astutos que los hijos de la luz? Tal vez, pero de lo que no me cabe duda es de que al menos cuentan con más medios, más influencias, más posibilidades para lograr la deseada repercusión mediática, que luego lleve a los espectadores a las salas de cine o a las plataformas digitales.
Luz de Soledad es una película española hecha, se nota, con mucho cariño. Su director Pablo Moreno tiene un mérito tremendo, pues ha logrado poner en pie tres filmes muy dignos de contenido religioso, con presupuesto más que ajustado: Un Dios prohibido, Poveda y el que nos ocupa. Con cada nuevo trabajo, ha ido ganando en solidez, supliendo la bisoñez, o el no contar con rostros muy conocidos entre los actores, con la emoción genuina de las historias narradas que, se miren como se miren, son hermosas historias de amor, de personas que dan la vida por los demás, y que demuestran una increíble grandeza de alma.
Pero la fuerza de estas películas de contenido cristiano es también su debilidad. Hay un público fiel, que tiene fe, y se puede ver impelido a pasar por taquilla para verlas. Pero está también el espectador descreído y con prejuicios, que ni siquiera concede el beneficio de la duda a este tipo de historias. Incluso muchos supuestos informadores cinematográficos se ausentan con frecuencia si son convocados al visionado de uno de estos filmes, como si pertenecieran a una categoría inferior que no debiera ser tenida en cuenta.
No creo que Moreno desconozca este handicap, porque Luz de Soledad está estructurada precisamente en torno a esta idea. La película arranca en el presente, cuando una mujer necesita a un acompañante para cuidar por las noches de su padre enfermo. El hombre tiene muy mal carácter, y alguien le sugiere que acuda a las siervas de María, unas monjas que atienden precisamente a los aquejados de alguna enfermedad que les piden ayuda.
El problema es que algunos no llegan a conocer nunca determinadas historias interesantes, porque las incluyen en sus particulares “listas negras”
Por supuesto Arturo, que así se llama el enfermo, recibe con muy malos modos a la recién llegada hermana Inés, a la que llama de todo menos bonita. A la fuerza debe aceptar la presencia de la “cucaracha”, y sólo el ejemplo y la paciencia infinita de esta cuidadora, junto a la historia de la santa Soledad Torres Acosta, que sor Inés cuenta a la hija, irán cambiando su percepción de las cosas. De algún modo, se nos dice, no se puede apreciar lo que no se conoce, y el problema es que algunos no llegan a conocer nunca determinadas historias interesantes, porque las incluyen en sus particulares “listas negras”.
La miniserie The Young Pope es una producción de gran presupuesto, juega en otra división, su repercusión en los medios está asegurada, desde su presentación en el Festival de Venecia, y hasta presenta cierto morbo capaz de atraer a un público amplio. Transcurre en su mayor parte en el Vaticano, y logra dar la impresión de que se ha rodado allí, ya sea con los planos generales de la plaza de San Pedro repleta de fieles, los del balcón o los del interior de la Basilica junto a la Piedad de Miguel Ángel.
Creada, escrita y dirigida por el italiano Paolo Sorrentino, ganador del Oscar a la mejor película extranjera por La gran belleza, cuenta con un reparto internacional de grandes estrellas, Jude Law, Diane Keaton, James Cromwell, Silvio Orlando, Cécile de France, Ludivine Sagnier, Javier Cámara. Detrás hay compañías importantes, HBO, Sky, Canal+, Haut et Court, Mediapro. Jaume Roures está acreditado como productor ejecutivo.
Da la impresión de que algunos escándalos que han minado el prestigio de la Iglesia, han inspirado a Sorrentino a la hora de acometer su serie
Se nota que Sorrentino no tiene fe, he ahí su debilidad. Mira a la Iglesia como a una institución fascinante, poderosa, con influencia política, diferente a los estados convencionales aunque con luchas internas comparables, que promueve la espiritualidad y ama la belleza. En ella el cineasta detecta múltiples contradicciones con las que juega, y que le sirven para estructurar una historia muy suya, donde conviven lo hermoso y lo deleznable, como ocurre con frecuencia en la vida misma. Con cautela asegura Sorrentino que observa el mundo eclesiástico “con curiosidad, honestidad y sin deseo de provocar”. En efecto, da la impresión de que algunos escándalos que han minado el prestigio de la Iglesia, le han inspirado a la hora de acometer su serie.
Muy probablemente sea sincero el deseo de no ofender, y sí de explorar narrativa, artística e intelectualmente las posibilidades de describir el Vaticano tras las bambalinas desde una óptica mundana, con el recién nombrado Papa Pío XIII, el primer santo padre estadounidense, cuyas intenciones al timón de la barca de Pedro son todavía un enigma.
Pero evidentemente, al estilo de Federico Fellini y Luis Buñuel, la provocación está servida, con imágenes surrealistas, monjas jugando al fútbol, la hermana propinando una bofetada al Pontífice, el canguro que propicia imágenes del nuevo san Francisco del siglo XXI, el trasero del Papa recién salido de la ducha, su tabaquismo y gusto por la cherry coke diet. Y no se dejan de subrayar miserias en unos y otros, la carne, la vanidad, los deseos de mangonear. Aunque aquel que parece un político y funcionario profesional, el cardenal secretario de estado Voiello puede sorprender con un sentido borrador de discurso, o con sus cuidados paternales a un nino disminuido psíquico.
He visto dos episodios, no tengo pues la “foto completa” de la controvertida miniserie. Pero dos horas permiten hacerse una idea de por dónde van los tiros. Y creo que la tecla que se va a estar tocando todo el tiempo es la de la paradoja, el mal que se hace para buscar el bien, o viceversa, y que se apunta precisamente con el inicio y cierre de este doble episodio (a partir de aquí voy a desvelar algunos elementos argumentales, queda advertido el lector).
La narración arranca con una pesadilla de Lenny Belardo, el recién nombrado Pío XIII, acerca de su primer alocución en la Plaza de San Pedro, donde hay tormenta y los fieles se cubren con paraguas; ante el asombro de propios y extraños aboga por la masturbación, la anticoncepción, el matrimonio gay, la ordenación sacerdotal de mujeres… Los prelados se desmayan, y el cielo se abre y brilla el sol, hasta que el Papa se despierta. Mientras que el final está estructurado del mismo modo, sólo que en esta ocasión no se trata de un mal sueño, sino de la realidad pura y dura. Y acontece al contrario. El buen tiempo da paso a la tormenta en un discurso pronunciado de noche en la oscuridad, en la que el Papa adopta un tono solemne, sombrío y apocalíptico, donde señala el alejamiento de Dios como el verdadero mal, sembrando el miedo no sólo entre los fieles corrientes sino entre los consejeros más allegados, y por ende al resto del mundo.
Sorrentino subraya la soledad del Papa, mostrando un modo de actuar para el que parece creerse sinceramente investido desde lo alto, obedeciendo una voluntad que no es la suya. Es obvio que el director no es un Padre de la Iglesia, ni lo pretende, pero el espectador cristiano echará en falta en la serie un intento por mostrar algo parecido a la piedad en los personajes: rezan poco, y la visión de los sacramentos resulta frívola, la confesión por ejemplo se mueve entre la rutina, la terapia y un modo de recolectar chismes. El italiano, quien con toda seguridad habrá sido uno de los muchos testigos de los dimes y diretes que la prensa de su país suele dedicar a la política eclesiástica, se queda en la superficie del catolicismo, Jesús es el gran ausente en un esteticismo muy de su gusto, entre frases enigmáticas que hablan de lo inefable, que para él resulta todavía más inefable.