Y es que estas cosas sólo pasan en Estados Unidos. Un actor como Ronald Reagan puede convertirse en el presidente número 40 del país, como hemos recordado estos días en que nos ha dejado su esposa, también actriz, Nancy. Eso sí, por el partido republicano, en una nación donde, paradojas de la vida, Hollywood muestra mayoritariamente su apoyo a los demócratas. Estos días de campaña Bernie Sanders y Hillary Clinton reciben calurosos apoyos, el primero, por ejemplo, de Susan Sarandon, la segunda, por citar a una estrella amante de las causas políticas, de George Clooney.
Imposible en los tiempos que corren encontrar a alguien en la meca del cine dispuesto a proclamar unas palabras medianamente amables acerca de Donald Trump –el que se mueve, no sale en la foto–, del favorito en estos momentos en el partido republicano han dicho de todo menos bonito. “Matón”, “racista”, “grosero”, “estafador”, podrían ser los epítetos más amables si tenemos en cuenta que Richard Gere lo ha comparado a Mussolini, mientras que Louis C.K. ha dado un paso más allá y lo ha ligado nada menos que al mismísimo Hitler. Hasta han hecho una paródica película barata on line, en la web ‘Funny or Die’, donde Johnny Depp encarna al millonario sin pelos en la lengua.
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La carrera en la designación de los candidatos presidenciales ha coincidido en el tiempo con el estreno de la cuarta temporada de una de las series de más gancho político y adictivas de los últimos tiempos, House of Cards. Curiosamente, aunque es producción de Netflix, en España sólo puede verse en el Yomvi de Movistar +, cuestiones de derechos, en la plataforma recién llegada a nuestro país están disponibles, eso sí, las anteriores temporadas.
La novedad en la serie House of Cards es contar con otro presidente, también demócrata, pero completamente maquiavélico
Después de que hace años siguiéramos las evoluciones del cabal presidente demócrata Bartlet (Martin Sheen) en El ala oeste de la Casa Blanca, en la creación de Aaron Sorkin, la novedad en la serie de Beau Willimon House of Cards es contar con otro presidente, también demócrata, pero completamente maquiavélico, que sólo aspira al poder por el poder, pura ambición egocéntrica, que hasta el momento siempre había conjugado con el pronombre en plural “nosotros”, o sea, en compañía de su esposa.
Pero la temporada, recién estrenada en su totalidad, arranca con lo que parecen diferencias irreconciliables del presidente Francis Underwood (Kevin Spacey) –que busca la reelección tras haberse convertido en comandante en jefe en circunstancias más que dudosas–, con su esposa Claire (Robin Wright) –quien está pensando en construirse una carrera y una vida a espaldas de él–, que deben ocultarse para guardar las formas y no perjudicarse mutuamente. Esta guerra conyugal soterrada para la opinión pública pero evidente para el espectador, que hace que La guerra de los Rose parezca un juego de ninos, cobra rasgos nuevos cuando cierto suceso, que no es cuestión de desvelar en estas líneas, imprime un giro inesperado a la presidencia y a la campaña, ya nada puede ser lo mismo.
La vocación de servicio público que debería caracterizar a los políticos brilla por su completa ausencia
Las luchas por el poder fascinan en la ficción televisiva, no hay más que pensar en el éxito que han tenido series basadas o no en la realidad, como Juego de tronos, Los Tudor o Los Borgia. Quizá lo que llama la atención es que en House of Cards no abundan, todo lo contrario, los personajes de integridad incuestionable, todos se muestran ambiciosos y preocupados única y exclusivamente de sus intereses personales, la vocación de servicio público que debería caracterizar a los políticos brilla por su completa ausencia. Algo presente por desgracia en el mundo real, no hay más que mirar a nuestro país y la misión imposible de formar un gobierno en que unos y otros cedan algo, con altura de miras; pero claro, no olvidemos que uno de nuestros diputados, conocido por su coleta y su gran boca, regaló al rey un pack de DVDs de Juego de tronos, se ve que le va esa marcha. Y es que lo curioso es que los que denigran a Trump y critican el juego sucio en política, pueden ser los mismos admiradores nada secretos del taimado Underwood. Por favor, que los mire un psicoanalista. Ya.
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