La mentira, esa arma revolucionaria

    El Mundo ha encontrado a la terrorista que mató en la cafetería Rolando a 13 personas. ETA y la izquierda que la apoyaba se negaron a reivindicar su autoría. Ha habido atentados en los que han culpado al Estado o a ‘la extrema derecha’. Porque la revolución se hace también con la mentira.

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    Jordi Évole (d) entrevista al terrorista de ETA Arnaldo Otegi (i). /La Sexta

    Un amigo, Emilio, dice que él ya solo compra prensa de papel para poner sus páginas en la bandeja en la que su gata defeca. Y Emilio aprendió a leer con el ABC en los años 40. Como ya he explicado varias veces, no me sorprende este desprestigio de la ‘Prensa de Kalidá’.

    Ayer El País publicó un editorial defendiendo al payaso (así lo llama) Dani Mateo y concluía: “los derechos y las libertades democráticas obligan a estar con los payasos”. Hace doce años, el mismo periódico publicó otro editorial, titulado “Cuidado con la sátira”, con motivo de las protestas de musulmanes por unas caricaturas de Mahoma en el que se leían ideas opuestas: “La libertad de prensa y la libertad de expresión no deben tener más cortapisas que las que fija la ley para todos los ciudadanos, y quien se sienta ofendido o injuriado tiene el derecho a acudir a los tribunales”. Y añadía la siguiente recomendación: “Toda persona debe ser respetuosa con las creencias de los demás”.

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    Es decir, hay que respetar el islam, pero no el cristianismo ni la bandera española. (Y eso que yo opino de Mateo lo mismo que Hughes: le vamos a convertir en un Miguel Servet.)

    Si los periódicos de papel quieren sobrevivir, deben publicar reportajes como el de El Mundo en que una periodista halla a la etarra que mató a 13 personas

    Quizás a los progresistas les guste que sus periódicos de cabecera les traten como a niños que aplauden mientras se tragan la papilla que les dan los mayores, pero a otros muchos españoles no.

    Portada de 'El Mundo' el 25 de noviembre de 2018.
    Portada de ‘El Mundo’ el 25 de noviembre de 2018.

    Sin embargo, se sigue haciendo periodismo de verdad, aunque sea ocasionalmente. El Mundo publicó el domingo 25 un reportaje de Ángeles Escrivá en el que esta periodista encontraba en Francia a la terrorista etarra que en 1974 puso la bomba en la cafetería Rolando que mató a 13 personas. Por esto paga uno con gusto euro y medio, no por una entrevista a Susana Díaz con una foto que ocupa más espacio que el texto. La asesina de Rolando, María Lourdes Cristóbal, quedó impune gracias a la Ley de Amnistía, la misma que quiere derogar la izquierda (PSOE, Podemos y ERC), porque, según ésta, fue una maniobra de ‘los franquistas’ para borrar sus supuestos crímenes.

    Con la matanza de la Calle Correo, ETA empezó a mentir sobre sus atentados difíciles de explicar a sus bases y la izquierda que la justificaba

    El caso de la bomba de la calle del Correo demuestra no solo el carácter violento de gran parte de la izquierda europea (¿cuántos asesinatos terroristas desde los años 60 los cometieron militantes de izquierdas?, ¿el 80%?), sino también su empleo de la mentira, otra arma del arsenal revolucionario.

    Ante la matanza, agravada por el hecho de que ninguno de los muertos era ‘policía de la dictadura’, ETA y la izquierda que la apoyaba recurrieron a negarlo todo. No habían sido ellos; como diría Ángel Viñas, “y punto”.

    Ha sido un método habitual por parte de ETA recurrir a la mentira para disculpar sus ‘errores’ y difamar a sus víctimas. En el mismo boletín de principios de mes en que los etarras reconocían la autoría de la matanza, también admitían haber asesinado en junio de 1981 en Tolosa a tres vendedores vizcaínos de libros para aprender euskera, porque sus chivatos los confundieron con policías. Otros dos brazos del MLNV, el diario Egin y el partido Herri Batasuna, atribuyeron al Estado o a mercenarios esos asesinatos.

    Aunque Urkullu pida perdón con la boca pequeña en nombre de “la sociedad”, era su partido, el PNV, el que amparaba a los asesinos

    El presidente del Gobierno vasco, Íñigo Urkullu (PNV), reconoció que la sociedad vasca “no estuvo a la altura”, pero se olvida de añadir que muchos militantes de su partido se alegraban de los asesinatos perpetrados por los etarras, hacían de chivatos y hasta difundían las calumnias, el repugnante “algo habría hecho”.

    Pero siguen ocultos los responsables materiales e intelectuales de cientos de asesinatos, y no sólo por la falta de colaboración de los etarras; también por la indiferencia del Estado. ¿Nos enteraremos alguna vez de dónde enterraron los etarras a los gallegos, Humberto Fouz Escobero, Fernando Quiroga Veiga y Jorge García Carneiro, a los que en 1973 secuestraron y torturaron en el País vasco francés porque los confundieron con policías? ¿Se lo preguntará Jordi Évole a Arnaldo Otegui?

    ¿Y quiénes mataron al etarra Eduardo Moreno Bergareche, ‘Pertur’, en 1976? Siempre se ha dicho que fueron sus camaradas más bestias, pero, desde hace unos años, algunos tratan de restar esa muerte del balance de la ‘izquierda abertzale’ y colgárselo, ya que Franco estaba muerto, a la extrema derecha.

    Ahora la mayor mentira engendrada por el mundo ‘abertzale’ es la del blanqueamiento de ETA, con patrañas como la elaboración de ‘dos violencias’ que se anulan, la etarra y la del Estado, o la de una ETA con orígenes limpios por su antifranquismo. Para ETA y para quienes la apoyaban, desde algunos curas a vástagos de familias adineradas, el primer objetivo era la independencia de su Euskadi; luego, ya se vería.

    El plan perfectamente elaborado de este mundo alucinado por el marxismo y por el racismo de Sabino Arana incluía ataques violentos contra los funcionarios y representantes del Estado, como alcaldes y presidentes de las Diputaciones, para provocar una represión que causase la implicación de los vascos en una ‘guerra popular subversiva’.

    Como ha escrito en un artículo capital José María Ruiz Soroa (Diario Vasco, 21 de octubre de 2018), cuando los etarras empezaron a matar, en 1968, el nivel de represión gubernamental era mínimo, mucho menor que en 1975. Ya había hasta ikastolas funcionando y clases de euskera voluntarias en docenas de colegios.

    A finales de los años 60, los etarras toman la decisión de cometer atentados cuando la represión policial era la más baja del régimen franquista

    Y una vez muerto Franco, celebradas elecciones libres, promulgada la amnistía y aprobada la Constitución, los etarras siguieron matando con la complicidad del MLNV, así como de parte de la sociedad vasca, la de los ‘batzokis’ y las sacristías, y de una manera mucho más numerosa y despiadada.

    El enemigo de ETA no era Franco; era España. Tal como lo sigue siendo, aunque los etarras estén desmovilizados.

    Como dijo Nicolás Gómez Dávila, “la izquierda no siempre asesina, pero siempre miente”. Y si le parece que Gómez Dávila y yo exageramos, amigo lector, revise lo que dicen las feministas subvencionadas y el Gobierno de Sánchez sobre la violencia contra las mujeres, cuando España es uno de los países más seguros del mundo.

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    Cuando me digo por las mañanas que el periodismo es lo más importante, me entra la risa. Trato de tomarme la vida con buen humor y con ironía, porque tengo motivos para estar muy agradecido. Por eso he escrito un par de libros con mucha guasa: Bokabulario para hablar con nazionalistas baskos, que provocó una interpelación en el Congreso por parte del PNV, y Diccionario para entender a Rodríguez el Progre. Mi último libro es 'Eternamente Franco' (Homo Legens).