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Merecía una película / Héroe de Cascorro: El inclusero que salió de prisión para morir en Cuba

Estatua a Eloy Gonzalo, el Cascorro, héroe español de la Guerra de Cuba /Wikimedia

Por Javier Memba.

Madrid recuerda a Eloy Gonzalo en la calle que le dedica, una de las más bulliciosas de Chamberí, que discurre entre las glorietas de Quevedo e Iglesia. Pero también en la plaza de Cascorro.

A decir verdad, la denominación original de esta última era la de Nicolás Salmeron. Pero la estatua de Eloy Gonzalo que la preside -una pieza original de Aniceto Marinas que muestra al héroe con la lata de petróleo de su gesta bajo el brazo y el Mauser al hombro- hizo que esta entrada a la parte alta de El Rastro que es la glorieta fuese conocida popularmente como la plaza de Cascorro.

De modo que al ayuntamiento no le quedó más remedio que rendirse a la voluntad popular y llevarse al filósofo y presidente del Congreso, que entre otras dignidades fuera Salmeron, a otra parte.

El inclusero pesaba más que el gran ilustrado, el héroe de la patria se anteponía así a uno de sus prohombres.

Uniformes de soldados durante la Guerra de Cuba

Ante ese panorama, no es de extrañar que Eloy Gonzalo ya inspirase una película en las postrimerías del cine español silente. Su título no deja lugar a dudas: El héroe de Cascorro. Dirigida por Emilio Bautista, fue estrenada en 1929.

Salvo error u omisión, no queda ninguna copia. Aún faltaban 21 años para la llegada del celuloide ininflamable -el safety film- y era frecuente que las películas ardieran incluso por combustión espontánea.

Este peligro, unido al proverbial desdén de nuestro país por su patrimonio cultural, hizo que la mayor parte del silente patrio se perdiera con la llegada del sonoro y El héroe de Cascorro integra tan nefasto inventario.

Desgraciadamente, poco más que un sucinto apunte de su argumento y su reparto han llegado hasta nuestros días. Aun así, en esa literatura mínima se nos cuenta que uno de sus intérpretes fue el escritor Andrés Carranque de los Ríos.

Epígono pobre de esa edad de plata de nuestras letras que fue el 27, su novela Cinematógrafo (1936) es uno de los grandes testimonios de las desdichas de los días que precedieron a la guerra.

Ya en la posguerra, dentro de ese cine de exaltación castrense que se enseñoreó de la pantalla española, no podía faltar una nueva versión de la hazaña de Eloy Gonzalo.

Sin embargo, Héroes del 95 (1946), la cinta en cuestión, más que al madrileño en sí homenajea a toda la guarnición que resistió en Cascorro: los 170 españoles que hicieron frente a 3.000 mambises -independentistas cubanos-.

Dirigida, curiosamente, por un cubano, Raul Alfonso, y protagonizada por el actor canónico de aquellas cintas, Alfredo Mayo, Héroes del 95 carece de la calidad que, sin entrar en consideraciones sobre su ideología, sí tienen otras cintas de exaltación castrense de posguerra: ¡Harka! (Carlos Arévalo, 1941), Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1942), Los últimos de Filipinas (Antonio Roman, 1946).

Del exceso se pasó al defecto. El canon de los años que siguieron a aquel cine de hazañas bélicas primó la cobardía por encima del heroísmo. Por no hablar de su simpatía por el estalinismo cubano, que exalta precisamente a los independentistas del país caribeño que sitiaron a los españoles en aquel combate. Total, que Eloy Gonzalo se ha quedado sin un filme que le honre debidamente y, desde luego, lo merece. Máxime ahora, que la cinta filipina de Roman ha inspirado el celebrado remake de Salvador Calvo.

El destino de Eloy Gonzalo quedó escrito entonces: carne de cañón o carne de cárcel

La historia del expósito, cuyos restos quiso llevar la regente Maria Cristina al Panteón de Hombres Ilustres colindante a la Basilica de Atocha, podría empezar con Eloy Gonzalo reptando entre las sombras de una noche.

Un fundido a negro abriría un flashback para llevarnos a las oscuridades de otra noche, la del primero de diciembre de 1868 en que Luisa García avanza compungida y temerosa por la calle Mesón de Paredes. No hace mucho, ha alumbrado a un bebé en Malaguilla (Guadalajara).

El nino es el que ahora lleva entre sus brazos, envuelto en una manta, para dejarlo en la puerta de la inclusa. “Se llama Eloy Gonzalo García. Está sin bautizar y es hijo de Luisa García”, reza la nota que acompaña al infeliz.

Azulejo que señala la plaza de Cascorro en Madrid.

Su destino quedó escrito entonces: carne de cañón o carne de cárcel. Ése era el dilema, pero su peripecia aún habría de dar algunas vueltas.

La experiencia inclusera del guadalajareño que estaba llamado a ser uno de los grandes héroes de Madrid -dejando así constancia de que la capital acoge a cuantos viven en ella- no fue larga. Pero discurrió en un par de instituciones.

Después de que lo abandonase su madre, de la inclusa de Mesón de Paredes pasó a un hospicio de Peñafiel (Valladolid), hasta que fue adoptado por el guardia civil Francisco Díaz Reyes y su esposa Braulia.

A partir de entonces, la infancia de Eloy Gonzalo discurrió entre las casas cuartel de San Bartolomé de Pinares (Ávila), Robledo de Chavela y Chapinería. De ahí que la última de estas dos localidades también dedique una plaza al de Cascorro y, desde hace décadas, quiera declararle hijo adoptivo de la villa.

Lo cierto fue que cuando murieron sus verdaderos padres adoptivos, el muchacho, que de alguna manera también era hijo de la Guardia Civil, no vio más salida a su vida que la milicia y se alistó en el ejército en 1889.

La chica con la que se iba a casar le había sido infiel con su teniente y al pobre huérfano no se le ocurrió otra cosa que apuntarle con su pistola. Fue condenado a doce años de cárcel

Dos años después ya era cabo, había pedido ser destinado a los carabineros de Málaga y tenía novia. Todo estaba a punto para la boda cuando Eloy Gonzalo descubrió que la muchacha le había sido infiel con su propio teniente. Despechado, el engañado apuntó al oficial con una pistola y fue llevado frente a un consejo de guerra. Le condenaron a doce años e ingresó en la prisión militar de Valladolid.

Pero el país necesitaba soldados para ir a luchar contra los independentistas cubanos y se ofreció a los presos la posibilidad de redimir sus condenas si se alistaban. A Eloy Gonzalo le faltó tiempo para volver a hacerlo.

Fue destinado al regimiento María Cristina, una unidad de infantería acuartelada en Puerto Príncipe, (Camagüey), a la que se incorporó en noviembre de 1895. El 22 de septiembre del año siguiente, una partida de 3.000 mambises capitaneados por Máximo Gómez y Calixto García, cercó Cascorro. En esta pequeña localidad, próxima a Puerto Príncipe, se habían hecho fuerte los 170 soldados españoles al mando del capitán Francisco Neila, que como siempre en aquella guerra, estaban mal pertrechados.

Cuatro días después, tras negarse a la rendición -como era costumbre entre las tropas españolas desde los tercios de Flandes- su situación era tan desesperada que se imponía volar el bohío desde donde les hostigaban los cubanos. Aduciendo que era huérfano y su regreso no le importaba a nadie, Eloy Gonzalo se presentó voluntario. Ahí se cerraría el flashback de la posible película y le volveríamos a ver reptando hacia las filas cubanas.

El inclusero se ató una cuerda a la cintura para que, en caso de caer, sus compañeros pudieran recuperar el cadáver

A falta de explosivos para volar la posición enemiga, se decidió quemarla. Antes de partir a la que bien hubiera podido ser su muerte, el inclusero se ató una cuerda a la cintura para que, en caso de caer, sus compañeros pudieran recuperar el cadáver. No hizo falta, Eloy Gonzalo incendió el bohío silenciando la artillería de los cubanos. Envalentonados con el coraje de su camarada, los españoles pasaron a la ofensiva. Pocos días después la posición era liberada por las tropas del general Castellanos.

De la gesta de Eloy Gonzalo se supo merced a una crónica publicada en El imparcial por Domingo Blanco. El inclusero fue condecorado. Pero nunca volvió vivo a España. Lo que no pudieron los mambises lo pudo la malaria, que se llevó al héroe al hoyo el 18 de junio de 1897 en el hospital de Matanzas.

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