
El buen consejo de un buen amigo me ha regalado la más triste y, pese a ello (o quizá precisamente por ello), más feliz de mis últimas lecturas. En Stoner, John Williams describe, con un abrumador talento para la introspección psicológica y el lirismo descriptivo, la vida del hijo de un humilde agricultor que descubre su vocación por la enseñanza universitaria, a la que consagrará toda su vida, significativamente paralela a la del siglo XX.
El amor William Stoner por su profesión es puro, a veces pareciera que casi excesivo. Platónico incluso. Pero sencillo. No pide nada a cambio. Y lo da todo. Callado, humilde, entrañablemente sufridor, Stoner no tiene suerte en la vida. Aunque su historia se va sucediendo como un cúmulo de desgracias, en ningún momento percibí un exceso melodramático: la víctima acepta con tal naturalidad el desarrollo de su peripecia que consiguió hacérmela llevar con su misma triste resignación tan suave como implacable. Por supuesto que me pesaba la injusticia inexplicable de sus inmerecidas derrotas, pero me sorprendía una y otra vez no sintiendo tanto rabia por la situación como admiración por la entereza de Stoner.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl vir. El hombre virtuoso. Lo tenía delante en su máxima expresión. Sin estruendos, sin levantar la voz, llevando a la máxima expresión el acierto vital de Sócrates: es mejor sufrir una injusticia que cometerla. Movido por una bondad callada, Stoner cede ante los deseos de los demás… hasta que su integridad se ve amenazada en el lugar que más puede dolerle. Un jefe de departamento llevado por sus complejos le exige una pequeña prevaricación, algo común, pasar la mano a un alumno sin talento y algo polémico. Ahí Stoner dice no. Firme. Sin aspavientos aquí tampoco, pero inflexible. Considera que sería un atentado contra los demás alumnos y, por lo tanto, la institución que representa y que, atención, intuye como la mejor parte de sí mismo.
El desenlace de la novela resulta absolutamente memorable, con un “in crescendo” sutil y envolvente como los cambios de ritmo en los cuentos de Carver, como la inevitable e insustituible decadencia de un ocaso. No hay palabras. Bueno, sí, las de John Williams (qué envidia). Léanlo. Y si aman los libros, quizá descubran una de las mejores despedidas que jamás tuvo un personaje literario.
Pero después, y perdonen por lo aguafiestas, piensen en la universidad española de hoy. Chris Patten, rector de Oxford, ha publicado recientemente en El País un artículo titulado El colapso de la mente académica, en el que advierte sobre el deterioro del espíritu crítico en la universidad, reblandecida por lo políticamente correcto y el pensamiento débil. Todo muy razonable y necesario, se refiere a las universidades de Estados Unidos y Gran Bretaña, portadores de algo lo bastante valioso como para que merezca la pena protegerlo. España no aparece.
La energía de la universidad española estaba la semana pasada en el Congreso, eran Iglesias y su equipo
La energía de la universidad española estaba la semana pasada en el Parlamento. Eran Pablo Iglesias y su equipo. Se ha comentado hasta la saciedad el origen académico de Podemos, fruto de la extremada politización del medio en España, donde criticar el sectarismo y la endogamia generalizados no pasaría de ser un mal chiste. “¿De verdad? Ja”. Por supuesto que hay grandísimos profesionales en nuestras universidades, pero el sistema hace todo lo posible por desanimarlos, atenuar su labor crítica, frenar su actitud independiente. ¡Y se da por sentado! No paramos de fustigarnos por los bajísimos puestos en que aparecen nuestros centros de educación supuestamente superior en las clasificaciones internacionales, cuando la razón está en su uso absolutamente espurio por los Pablos Iglesias de turno. El asalto al poder. Lean, por favor, la sublime forma en que Stoner descubre su vocación. ¡Ese temblor ante el don! Y lean cómo el privilegio de servir, servir, servir a ese don, con una minúscula obra de arte cotidiana cada día de horarios absurdos y alumnos soñolientos, cómo ese darse humildemente a su tarea constituye el aliento último para la resistencia. Y piensen en la universidad.