Los españoles llevamos décadas sosteniendo un cine que ni nos interesa ni nos gusta. Con honrosas excepciones, como por ejemplo Campeones, la simpática comedia premiada por los Goya. Pero junto a cineastas inspirados y filmes que conjugan calidad y comercialidad hay bodrios que apenas aguantan en las salas, porque el público no va a verlas. El Gobierno sin embargo te obliga a costearlas, con dinero de tu bolsillo, por la vía de las subvenciones.
Aducen gobernantes y cineastas que se trata de un bien cultural que es preciso proteger, como se mantienen los tesoros del Patrimonio Nacional, para que no se caigan a pedazos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl problema es objetivizar ese carácter de “bien cultural”. ¿De verdad creen ustedes que es un bien cultural de todos los españoles películas como Los amantes pasajeros, La concejala antropófaga, Los abrazos rotos, o La mala educación, del sobrevalorado Almódovar?
El cineasta manchego es uno de los más generosamente subvencionados por el Estado, es decir por usted, vía impuestos
Y sin embargo, el cineasta manchego es uno de los más generosamente subvencionados por el Estado, es decir por usted, vía impuestos.
Con las subvenciones estatales de las últimas décadas, el director llegó a levantar un grupo de empresas, alrededor de la productora El Deseo S.A. de la que es propietario (84,9%) junto con su hermano Agustín (15%).
Es verdad que parte de sus películas tienen innegable calidad, por ejemplo Mujeres al borde un ataque de nervios; Volver; o Todo sobre mi madre, que le valió un Oscar. Pero en los últimos diez años ha vivido de las rentas y su cine no ha terminado de funcionar.
El crítico de El País, Carlos Boyero, llega a emparentar Los amantes pasajeros con las “frikadas” del cine del destape: “No entiendo en qué se diferencia este producto de las comedias más cochambrosas de Mariano Ozores“.
Y cuando Almodóvar se puso serio y dirigió, en modo Ingmar Bergman, Julieta (2016) drama existencial de una mujer madura (Emma Suárez), basada en tres relatos de la Nobel de Literatura, Alice Munro, a Boyero no le causó otra cosa que “notable indiferencia”, en parte por su pretenciosidad cultureta y su “temática presuntamente intensa”.
Lo malo para Almodóvar es que el mordaz crítico no era el único que bostezaba ante la peripecia de la esforzada Emma Suárez: Julieta no fue un boom de taquilla. Y si este el caso del oscarizado Almodóvar, imagínense el resto de los directores.
Pero los Gobiernos, singularmente los socialistas, siguen empeñados en proporcionar pólvora del Rey al “bien cultural”. Con dos consecuencias negativas.
Primera, que el cine español no es rentable, pues recibe tres veces más subvenciones de lo que recauda por IVA. Según datos de 2017, el importe de las subvenciones recibidas (77 millones) casi triplica la recaudación del IVA (23 millones).
La segunda consecuencia, es que cine subvencionado equivale inevitablemente a cine politizado. Basta repasar los últimos años para comprobar cómo la izquierda ha usado el séptimo arte como instrumento de propaganda ideológica e incluso descaradamente partidista.
Ahí tenemos a Amenábar, con su apología de la cultura de la muerte (Mar adentro) o tervigersando la Historia (Ágora, lectura sesgada del personaje de Hipatia de Alejandría); o a Almódovar recurriendo al anticlericalismo más trasnochado (La mala educación).
Hemos visto como Borja Cobeaga hacía una comedia sobre terrorismo, Fe de etarras, que no hizo ninguna gracias a las víctimas de ETA; o como -otra vez- Almódovar se aprovechaba de su notoriedad para dar pábulo al infundio de que el PP de Aznar estuvo a punto de provocar un golpe de Estado un día antes de los comicios de 2004, tras los atentados del 11-M. Rectificó luego, pero lo dijo. Eran los famosos titiriteros de la Zeja, subvencionados y sesgados. En eso acababa el dinero del contribuyente.
¿Qué hubiera hecho Hollywood con un personaje como el almirante Blas de Lezo, que puso en jaque al Imperio Británico?
Así las cosas, no es extraño que Almódovar negara la existencia de Vox, enemigo declarado de desperdiciar dinero público en el cine, cuando fue preguntado en la Gala de los Goya; o que Borja Cobeaga, guionista de Superlópez, rechazara la sugerencia de los ‘abascalitas’ de hacer una película sobre un héroe como Blas de Lezo, porque “no le da la puta gana”.
¿Se imaginan ustedes lo que hubiera hecho Hollywood con un personaje tan épico como el almirante, sin un ojo y una pierna, que puso en jaque al Imperio Británico en el siglo XVIII? Como apunta Gonzalo Ugidos en El Mundo, ni el Lord Jim de Conrad ni el capitán Aubrey de Master and Commander, de Patrick O’Brian, resisten la comparación con las hazañas de Blas de Lezo y Olavarrieta.
Pero aquí no interesa.