Cruda realidad / En busca del ‘Islam moderado’

    No ha habido civilización en la historia que haya sido capaz de coexistir pacíficamente con los musulmanes. Escribir todo esto da una horrible pereza porque, por un lado, una sabe que es claro y evidente y, por tanto, repetitivo; y, por otro, que los apologistas de turno van a negar la montaña de evidencia con dos o tres granitos de anécdotas.

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    Dos musulmanas británicas afirman que el el 'Niqab' es la indumentaria del futuro en el país / YouTube

    Los medios, en su desesperada misión de que no advirtamos lo evidente, emplean cada vez más a menudo, en referencia a los autores de los ya frecuentes ataques islamistas, el verbo «radicalizar», señalando, por ejemplo, que el sujeto en cuestión era de la cepa musulmana común, perfectamente integrado y probo ciudadano alemán, británico, francés o sueco, y de repente «se radicalizó», como si le hubiera picado una variedad de mosquito que en lugar de transmitir el zica contagiara una repentina pulsión por tajar cabezas de infieles. Cualquier día experimentan con vacunas.

    Nuestra sociedad europea pone toda su fe en un animal imaginario, más elusivo que cualquier raro pokemón: el musulmán moderado.

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    Una pena, porque el Islam moderado no existe. No existe, me apresuro a decir, como lo plantean, casi como una escuela o una rama religiosa, como si estuvieran los chiíes, los suníes y los moderados; no existe, como no existe el ‘cristianismo moderado’.  Existen -existimos- los tibios y existen los santos a los que, si les place, se les podría llamar ‘cristianos radicales’.

    La biología, poderosísima, es la que es, y al común le da tanta pereza inmolarse por Alá como morir mártir por Cristo. Nada tan fuerte como el instinto de conservación, detrás del cual van muchos otros a los que también se les hace cuesta arriba determinados preceptos religiosos. Amar al prójimo como a uno mismo no es un mandamiento que corresponda a una curiosa escuela fundamentalista de pensamiento cristiano, sino que está en la raíz misma de nuestra fe, y aun así convendrán conmigo que es bastante raro en la vida corriente.

    Y esa es la gran diferencia, lo que fingen no ver nuestros políticos y líderes mediáticos: que una religión no se juzga por lo peor o lo mejor que hagan sus adeptos, al fin humanos y frágiles, sino por lo que considera bueno o considera malo. Su Santidad, a la vuelta de la Jornada Mundial de la Juventud, recordó que nuestros medios están llenos de casos de violencia perpetrados por presuntos bautizados, y puso el ejemplo de un criminal anónimo que había matado a su suegra.

    Y en este ejemplo podemos ver fácilmente la diferencia: matar a tu suegra está mal. Según la recta doctrina de todas la variantes que conozco del cristianismo es un pecado, mortal o no según, en parte, consideraciones subjetivas. Pero nadie duda de esto, no se encontrará un catecismo que lo niegue ni escuela que lo ponga en duda ni cura que se extrañe de que el penitente lo lleve a confesión.

    Que el Islam se ha expandido por la espada -por conquista- desde el primer momento es un hecho histórico

    En cambio, el caso de las violencias que nos ocupan no está tan claro. O sí, pero en sentido inverso. Sí existe la yijad como precepto religioso, y no me refiero a la ‘yijad menor’ de lucha con uno mismo para alcanzar la perfección. Tampoco me refiero solo a la multitud de azoras coránicas terroríficamente explícitas sobre la obligación de atacar y someter por la espada al infiel o a otros tantos ahadith en el mismo sentido.

    Me refiero a todo el Islam como religión histórica, me refiero al fundador de la religión, Mahoma, Al-Insān al-Kāmil (el Hombre Perfecto), y me refiero a todas las voces más autorizadas de la fe musulmana hoy.

    Que el Islam se ha expandido por la espada -por conquista- desde el primer momento es un hecho histórico, dando a los infieles seguidores de religiones del Libro -cristianos y judíos- la opción de convertirse, pagar la yizia y convertirse en ciudadanos de segunda o morir. No es un caso, ni dos, ni tres: es absolutamente todos los casos en los que el Islam ha tenido la fuerza.

    Que si Cristo era un carpintero al que dieron muerte de esclavo en la treintena, Mahoma fue un caudillo militar que empuñó la espada y decapitó prisioneros según sus propios adeptos y murió pasados los cincuenta tras un banquete.

    En cuanto a lo tercero, siempre se puede encontrar un dócil o avispado mulá que, para el caso de que se trate, declare que lo que se ha hecho no es islámico. Naturalmente. En principio, el suicidio no está contemplado como positivo por la tradición islámica, pero sí morir en combate contra los infieles, una obligación primaria y grave.

    Lo interesante es que la progresía reinante sabe todo esto, pero su esperanza es convertir a los musulmanes en su seno a la su propia fe nihilista. Y, como podemos ver, no está funcionando

    No ha habido civilización en la historia que haya sido capaz de coexistir pacíficamente con los musulmanes. Escribir todo esto da una horrible pereza porque, por un lado, una sabe que es claro y evidente y, por tanto, repetitivo; y, por otro, que los apologistas de turno van a negar la montaña de evidencia con dos o tres granitos de anécdotas.

    Lo interesante es que la progresía reinante sabe todo esto, pero su esperanza es convertir a los musulmanes en su seno a la su propia fe nihilista. Y, como podemos ver, no está funcionando. Hace, no sé, cuarenta o cincuenta años sí podría parecer que estaba en vías de conseguirlo en el Irán del Sah o en el Egipto de Nasser, de convencer a los musulmanes de que la modernidad era de alguna extraña manera compatible con el islam. Un islam, esto es, ‘moderado’.

    Pero la insania progresista ha abierto los ojos al islam y no han podido completar con ellos lo que se ha conseguido, en su abrumadora mayoría, con los cristianos, quizá porque no han tenido tanto tiempo o porque nuestros progresistas proceden, al fin, de nuestras propias filas.

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