La espantosa matanza de una cincuentena de cristianos coptos que celebraban la misa en las catedrales de Tanta y Alejandría, en Egipto, me ha hecho recordar todas esas épocas y todos esos países donde ser cristiano no es una mera ‘opinión privada’ ni una ‘posición cultural’, sino una cuestión literalmente de vida o muerte.
Es difícil no confundir nuestro diminuto radio de acción, nuestros breves días sobre el planeta, con el mundo y con la historia, y coincidir con quienes predicen a plazo fijo el fin de la fe o, al menos, la contracción del cristianismo en una secta irrelevante, sin más peso social del que puedan tener los Hare Krishna.
Y no sin razón. Las cifras son implacables, la descristianización de las costumbres y de la ética social -no digamos de la política- avanza a ritmo acelerado a nuestro alrededor, y entre sus enemigos jurados hay una prisa obscena en verlo desaparecer, aunque eso suponga halagar y mimar una fe rival, el Islam, que si triunfa les destruirá sin parpadear.
El cristianismo empieza a ser ‘problemático’, sospecho de deslealtad hacia el sumo sacerdocio de la modernidad, y no es descabellado prever un futuro no lejano en que sea, sin más, ilegal, al menos en la expresión pública de sus verdades más, digamos, ‘espinosas’. No es que la jerarquía eclesial y el clero no hagan lo imposible para evitar este ‘momento de la verdad’ con una actitud, digamos, escasamente profética y nulamente heróica.
Pero luego una sale de su burbujita, lee los números totales y se entera de que el número de católicos -ni siquiera de cristianos- aumenta de un año para otro, invariablemente. La solución a este aparente enigma no es ningún secreto: es la demografía, estúpido.
De aquí a pocos años, los habitantes de Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda representarán solo el diez por ciento de la poblacion mundial, uno de cada diez terrícolas. Nos guste o no, cada vez somos menos y contamos menos, aunque no dejemos de mirarnos el ombligo.
Justo después de la horrible masacre ha visto un vídeo de los coptos congregados a miles en una marcha espontánea gritando al unísono el credo
Las matanzas de coptos me han hecho abrir los ojos a ese cristianismo perseguido que, quizá por eso mismo, conserva la fe como algo vivido, y vivido contra viento y marea, contra el desprecio, la persecución y la muerte. Justo después de la horrible masacre ha visto un vídeo de los coptos congregados a miles en una marcha espontánea gritando al unísono.
¿Qué gritaban? ¿»Muerte a los asesinos»? ¿»Venganza»? No: estaban recitando el Credo. Eso sí es heróico. Eso es fe. Ante quienes quieren aniquilarlos, hacerlos desaparecer de Egipto y, en general, de los países islámicos, su reacción es recordar en voz alta en qué creen, un desafío no por pacífico menos valiente.
Rather than revolting in violence, Coptic Christians gathered to chant the Nicene Creed in unison. The beauty in the undying faith in God. pic.twitter.com/81WsPTBS9W
— Kristina (@KrisTEA_na) 12 de diciembre de 2016
Por supuesto, todos aquellos a los que estas matanzas arruinan su simplista visión del mundo, han reaccionado con un manido «qué bien estaría el mundo sin religiones», un aserto que ya era estúpido antes del siglo XX, pero que después de las ‘travesuras’ genocidas de insignes ateos como Stalin, Mao o Pol Pot son ganas de cubrirse de ridículo.
No pretendo herir susceptibilidades, pero el cristianismo no es igual que el islam, ni por el forro. «Amad a vuestros enemigos» quizá suene parecido en árabe a «donde encontréis a los infieles, matadlos», pero realmente no son frases perfectamente sinónimas. Hay interesantes matices entre una y otra.
Si me apuran, en este momento no me viene a la memoria la última vez que un ‘cruzado’ explotó en medio de un multitud al grito de «¡Viva Cristo Rey!», quizá, no sé, porque a quien actúe así su fe no le promete 72 vírgenes en la otra vida, precisamente.
La respuesta es la que dan los coptos, esos hermanos a los que olvidamos de continuo, como a los asirios de Irak y Siria, e incluso nos molesta que lloren a sus muertos tan alto que nos estropeen nuestras consideraciones de estrategia geopolítica. Que se lo digan a Trump, que después de tanto dar la vara con el peligro del islamismo se ha propuesto eliminar al último protector que les queda a los cristianos en esa zona, precisamente la misma donde nació el nombre de «cristiano».
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