El dios Apolo, airado por el rechazo de la troyana Casandra, hija de Príamo, la maldijo con un terrible ‘don’: sería capaz de predecir el futuro pero nunca sería escuchada. Predijo que el caballo de madera que los troyanos encontraron en la playa traería la perdición de Ilión, y nadie le hizo caso.
Occidente ha andado sobrado de Casandras, pero eso no es lo raro; no es raro desdeñar al portador de malos augurios, muy especialmente cuando sus palabras van a contrapelo del dogma predicado por las élites.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLo verdaderamente curioso es que nuestra civilización ha ignorado las palabras reiteradas una y otra vez por nuestros propios enemigos, que en esto se han mostrado siniestramente leales.
Nuestro tiempo podría resumirse en un chiste macabro. Un tipo con barba que dice: «Soy una mujer», y al que toda nuestra Inteligentsia responde: «¡Oh, sí, desde luego, naturalmente»; seguido de un yihadista que sostiene la cabeza recién cortada de un infiel mientras asegura haberlo hecho porque es musulmán, a lo que nuestros mandarines responden muy serios: «No, no lo eres».
Es un signo de los tiempos que no creamos siquiera a nuestros propios enemigos cuando dicen serlo, una prueba del viejo adagio griego de que a quienes los dioses quieren perder, primero los enloquecen.
Los medios de comunicación y los políticos nos dicen que el verdadero peligro es la islamofobia que no ha causado aún ni un solo rasguño
Las piruetas de los medios al servicio del sistema para ocultar una yihad que da ya diarios sus amargos frutos son difíciles de parodiar. Este conducía medio dormido y quizá borracho, y por eso mató a 84 con un camión e hirió a un centenar largo; aquel sufría síndrome de estrés post traumático sin haber estado en el frente y por eso mató a una docena de sus compañeros al grito de «¡Alá es grande!»; el de más allá estaba deprimido, o tenía problemas en el trabajo, o era la frustración o el haber sido matoneado en el colegio o… Cualquier cosa vale como causa menos la que los propios perpetradores alegan. Debe de ser frustrante ser yihadista y que nadie te haga caso.
No. El verdadero peligro, nos aseguran, es la islamofobia, que no ha causado aún ni un rasguño, solo supuestos insultos o pintadas o amenazas anecdóticas que nadie prueba y, en cualquier caso, permiten seguir viviendo. Lo que hay que temer es la ultraderecha. De lo que debemos guardarnos, parecen decirnos sin decirlo, es de despertar, de reaccionar, de defendernos. De lo que haría el último ser vivo del planeta.
Quizá no queremos abrir los ojos, sencillamente, porque sería demasiado terrible lo que veríamos. Tal vez si preferimos seguir durmiendo es porque despertar sería darnos cuenta de que nuestros dirigentes, nuestros compatriotas europeos que gobiernan nuestros países, deciden qué películas vemos o qué música oímos y qué productos compramos, los académicos que nos dicen qué debemos pensar y los medios que nos explican cómo debemos ver la realidad, nos desprecian.
Son traidores que nos están vendiendo, que están traicionando nuestra civilización. Y eso, comprensiblemente, es una verdad demasiado terrible para contemplarla de frente. Sobre todo porque nos obligaría a actuar, y es más cómodo seguir en el sofá viendo ‘Sálvame’ y más entretenido recorrer la ciudad en busca de monstruitos virtuales que no existen.
Pero ya es imposible ocultarlo. Los yihadistas del IS lo dijeron: no podréis descansar, os atacaremos donde sea y como sea, sin tregua. Los obispos y prelados de Oriente nos advirtieron de que la persecución constante que ellos sufrían llegaría a nuestras casas.
Lo predijo Gadafi, a quien bombardeamos y derrocamos; lo profetiza Assad, contra quien financiamos a grupos que cuesta distinguir del propio Califato Islámico.
Y ya está aquí, y ya es prácticamente continuo. Apenas puede uno empezar a comentar la matanza de Niza cuando llega lo del falso afgano que recorre el tren a hachazos, y luego el que apuñala a la madre y las ninas que iban demasiado descubiertas, y el que mata a machetazos a la embarazada, y el que hace estallar una bomba que quería hacer explotar en una multitud, y el que trata de inmolarse en la JMJ, y el que entra a tiros en un hospital… y los que degollan a un cura francés.
Reconocer lo que tenemos delante sería para nuestras élites admitir que todo lo que nos han vendido era algo peor que una filfa: era el suicidio de nuestra civilización
Para nuestras élites tampoco es fácil. Reconocer lo que tenemos delante de nuestros ojos sería admitir que todo lo que nos han vendido en estas últimas décadas, la multiculturalidad y la diversidad, era algo peor que una filfa y una mentira: era el suicidio de nuestra civilización.
Y en ese momento estamos, viendo lo que nos viene en solitario, sospechando ya que no podemos contar con nuestros líderes y sin saber cómo dar marcha atrás a esta locura con la que pretenden que convivamos.
Somos más fuertes, económica, política, militar y culturalmente. Pero nuestra civilización parece haber perdido las ganas de vivir, nuestros dirigentes se han vuelto nuestros enemigos y el tiempo juega a en contra nuestra.
Y ahora nos arrepentimos de haber lapidado a Casandra.