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Cruda realidad / Un refugiado vuelve a Siria por temor a los islamistas que encuentra en Austria

Europa no puede acoger indefinidamente a inmigrantes, muchos de ellos de culturas y valores diametralmente opuestos.

Europa no puede acoger indefinidamente a inmigrantes, muchos de ellos de culturas y valores diametralmente opuestos.

Spiro Haddad es un refugiado sirio con una interesante historia que contar, una que no se oye a menudo ni se lee en los grandes medios de Occidente. Ha tenido que ser una pequeña televisión alemana la que le entreviste y haga público su relato, no por curioso menos común.

Como tantos otros de sus compatriotas, Haddad pagó tres mil euros a un traficante de seres humanos para que, en un arriesgado periplo, le llevara hasta un refugio seguro en Europa huyendo de la guerra.

Pero ahora Haddad ha decidido huir de nuevo, esta vez en sentido contrario, de Austria, donde había encontrado asilo, de vuelta a su país que, aunque sigue en los últimos estertores de una terrible guerra civil, encuentra mucho más seguro contra el enemigo del que quiso escapar en primer lugar: el islamismo radical.

Asegura que la masa de refugiados que ha encontrado asilo en Occidente alberga un gran número de antiguos militantes del ISIS y otras guerrillas fundamentalistas, como Al Nusra

Haddad es cristiano, y si bien Austria le ofrecía todas las seguridades y comodidades que puede proporcionar un país rico del primer mundo, en ella encontró a los mismos perseguidores de los que había tratado de escapar. Porque, asegura, la masa de refugiados que ha encontrado asilo en Occidente alberga un gran número de antiguos militantes del ISIS y otras guerrillas fundamentalistas, como Al Nusra.

Spiro se encontró de golpe con la pesadilla con la que soñaba dejar atrás, y en pleno corazón de la Europa civilizada, en el núcleo mismo del que fuera el Sacro Imperio, tuvo que mantener su fe en secreto y fingir su adhesión al Islam para salvar la vida, mientras veía a los extremistas mimados por las administraciones públicas y exigiendo que las iglesias se convirtieran en mezquitas.

Denunció el peligro a las autoridades de su país de acogida, pero no logró que le tomaran en serio. La línea oficial es que los recién llegados son todos inofensivos e inocentes refugiados de un conflicto bélico que solo aspiran a rehacer sus vidas en los países que les han acogido, y que cualquiera que trate de contradecir este relato inverosímil, contradicho constantemente por la realidad cotidiana, solo puede actuar movido por la peor islamofobia.

Fue entonces cuando Haddad entendió que su vida estaba más segura en Siria que en el cristiano Occidente.

El mensaje de Haddad es uno que nuestra sociedad se niega a escuchar: «No es bueno para Europa abrirse a todo el mundo»

El mensaje de Haddad es uno que nuestra sociedad se niega a escuchar o, al menos, las élites que nos gobiernan y nos informan: «No es bueno para Europa abrirse a todo el mundo», asegura. «ISIS y Al Nusra quieren destruirlo todo, también a vosotros. Si no entendéis esto, desespero del futuro de Europa».

La historia de Haddad no es única en absoluto, y concuerda con una situación explosiva que ha convertido algunos de los países más pacíficos y civilizados de Europa en polvorines punteados por no go zones -barrios y poblaciones controlados por bandas de recién llegados en los que el Estado apenas ejerce su autoridad, como ha llegado a reconocer Angela Merkel– y un choque cultural que propicia el crecimiento y la expansión de partidos populistas.

Las elecciones italianas han sido el penúltimo aviso a unas autoridades que parecen ignorar el problema; más: que parecen no considerarlo problema en absoluto, sino el enésimo experimento de ingeniería social para aniquilar definitivamente las raíces cristianas de Europa.

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