
«¿Qué puede hacer un individuo o un grupo de personas frente aun sistema que lo destruye todo de manera sistemática? La respuesta es muy sencilla: vivir y dar testimonio de la libertad y la dignidad que nos han sido otorgadas por Dios».
Así de contundente se muestra el obispo de la Eparquía San Vladimir el Grande de París y presidente de la Universidad Católica de Ucrania, monseñor Borys Gudziak en el prólogo de ‘La gran prueba‘ (Arcaduz, Palabra, 2018) un recorrido por las vivencias de 10 hombres y mujeres que resistieron bajo la bota comunista en la Europa del Este, sometida al ‘paraíso’ estalisnista.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraDidier Rance, expresidente de Ayuda a la Iglesia Necesitada en Francia y miembro de la Comisión Pontifica «Nuevos Mártires», escribe no sólo alimentado por los documentos históricos relevantes en cada una de las historias, si no tras el encuentro personal con todos ellos.
Todos estos testimonios poseen un ‘aire famiilar’. Las palabras son diferentes, pero la melodía sigue siendo la misma», señala Rance
Stephaniya Shabatura, perseguida por la KGB en Ucrania; monseñor Ján Chryzostom, que, en un giro irónico y terrible, fue perseguido por defender en Eslovaquia los derechos de los obreros bajo la dictadura del proletariado; con Nijolé Sadunaité, la ‘Juana de Arco’ lituana; monseñor Alexandru Todea, condenado a cadena perpetua por el régimen de Ceaucescu en Rumania acusado de ser el «lacayo del Vaticano»… Y así hasta 10 testimonios de quienes sufrieron la persecución por su fe en la Europa que quedó a merced del comunismo tras la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que cada una de las historias está llenas de matices, Rance expone con acierto que, en el fondo, hay rasgos compartidos en todos ellos.»Todos estos testimonios poseen un ‘aire famiilar’. Las palabras son diferentes, pero la melodía sigue siendo la misma«, apunta el autor, para quien la distinción clásica entre los los mártires y los confesores de la fe, que sufren sin llegar al derramamiento de su sangre, queda fuertemente diluida en nuestro tiempo.

Todo ellos recibieron la fe, igual que la vida, y supieron transmitirla con su ejemplo a otros; todos asumieron los riesgos inherentes a su compromiso cristiano en circunstancias excepcionales; todos asumieron la máxima evangélica de obedecer a Dios antes que a los hombres; todos combatieron con las armas de la fe: el perdón, la oración, la palabra, la compasión, la verdad, la defensa de la dignidad del ser humano y la entrega fiel a la Iglesia; todos, tras la persecución, vivieron la victoria, pero no los llevó a la desidia; todos era, en definitiva, amigos de Dios.
Desde una visión espiritual o como documento histórico, estas historias merecen la pena ser conocidas. Y , por qué no, este verano puede ser una ocasión ideal para hacerlo.