Actuall

El secreto del padre Mourad, secuestrado por el Estado Islámico, para no apostatar

El padre Jacques Mourad y el actor Adrew Garfield en silencio

El padre Jacques Mourad y el actor Adrew Garfield en silencio

La odisea del padre Jacques Mourad, cristiano sirio nacido en Alepo, recuerda la de San Pablo (“Tres veces he sido golpeado con varas… peligros de los gentiles, peligros en el desierto”) sólo que en el siglo XXI y bajo el yugo del Estado Islámico (IS).

Prior del Monasterio de Mar Elian (San Elías) y párroco del pueblo de Qaryatayn, de mayoría cristiana, (cerca de Palmira), estuvo 4 meses y 20 días secuestrado por los yihadistas -entre mayo y octubre de 2015- amenazado de muerte y sometido a presiones para que se convirtiera al Islam.

Como los personajes de la novela Silencio, de Shusako Endo (adaptada al cine por Martin Scorsese) también a Mourad le amenazaron para que abjurara de la fe, y también pesaba sobre su conciencia la suerte de cientos de fieles de su parroquia capturados por el IS.

Y sintió miedo, y debilidad. Y rezó. Pero lo más increíble de la odisea del padre Mourad no es que no abjurara de su  fe a pesar de la amenaza de ser decapitado. Todo eso se puede entender, lo que resulta rompedor es que sienta compasión por los yihadistas, que les perdone y que haya seguido al pie de la letra el consejo de Cristo:

“Bendecid a quienes os maldicen, rezad por quienes os ultrajan’”. Así lo relata él mismo en su visita a varias ciudades españolas, invitado por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Mourad fue secuestrado por los milicianos de Estado Islámico el 21 de mayo de 2015. Los yihadistas lo metieron en un coche y lo tuvieron en mitad del desierto durante cuatro días con los ojos vendados.

El sacerdote sintió miedo y vergüenza. No sabía que iba a ser de él… ¿quizá le iban a decapitar?, y se puso a rezar el rosario. Era un pulso entre sus “avemarías” que pronunciaba en su interior y los cantos yihadistas del casette.

“A pesar de los cantos logré mantener el silencio interior” cuenta Mourad. Cuando iba por el tercer misterio del rosario sintió en su corazón: “voy hacia la libertad”. Era como un grito que le llegaba desde el corazón, aparentemente contradictorio con su situación.

Estaba bajo la espada del verdugo, pero a la vez sabía que iba hacia la libertad. Eso le dio una profunda paz… y esperó entre “avemarías”. Con los ojos cerrados. Creyendo sin ver.

El domingo de Pentecostés le llevaron a Raqqa, la capital del Estado Islámico. Le quitaron las vendas y lo confinaron, junto con un seminarista, a un w.c. estrecho y mugriento, alumbrado por un ventanuco. Allí se pasó encerrado tres meses. Tres meses de angustia “una experiencia terrible, porque no es humano”.

Un yihadista entraba a darles la comida y les trataba a insultos, como si fueran criminales. “Éramos blasfemos para él, infieles y nos trataba como  escoria”. Pero a pesar de la humillación, el cura logró mantener la paz interior.

“Era inexplicable: insultos diarios y sin embargo paz interior”. Esa paz le permitió no perder nunca dos cosas a lo largo del cautiverio del w.c.: el silencio interior y la sonrisa.

“Me esforzaba por sonreir al yihadista que traía la comida”. Y añade “era como sonreirle a un perro agresivo, pero yo lo hacía siempre”. A los quince días, el carcelero comenzó a calmarse. Y en algún momento llegó a preguntarle si necesitaba algo.

Apareció un hombre enmascarado, de negro, como los que aparecen en los vídeos con el filo del sable sobre la nuca de prisioneros vestidos de naranja y puestos de rodillas

Pero el momento más dramático de la prisión del inodoro fue, al octavo día, la llegada de un hombre vestido de negro, con el rostro enmascarado, al que sólo se le veían los ojos. Como los que aparecen en los vídeos con el filo del sable sobre la nuca de prisioneros vestidos de naranja y puestos de rodillas.

Era una figura imponente, misteriosa, de gestos reposados… y Mourad pensó “Este nos va a decapitar” Y comenzó a rezar avemarías.

Pero el hombre de negro no sólo no sacó ningún hacha o alfanje sino que les preguntó el nombre (a él y al seminarista) y les dijo  “salam aleïkoun” (la paz con vosotros).

Les preguntó a Mourad y al seminarista si eran cristianos, les dió la mano, se sentó con ellos y entabló con Mourad una conversación normal, preguntándoles muchas cosas sobre el cristianismo. “Llegamos a hablar de cuestiones teológicas”.

En ese inesperado clima de confianza, el cura se atrevió a preguntarle al hombre de negro “¿Por qué todo esto? ¿Qué daño hemos hecho?”

“Esta es una guerra” -respondió el hombre de negro- “Y en la guerra siempre hay víctimas”. A ellos, a los cristianos les había tocado pagar el pato.

“Tómese esta prisión como unos ejercicios espirituales” añadió. Mourad se preguntaba mirando aquellos ojos rodeados de negro por todas partes quién sería aquel personaje. Parecía un dirigente islamista pero hablaba de teología, no tenía armas y ni siquiera llevaba guardaespaldas.

Vídeo propagandístico del ISIS / Youtube

Lo cierto es que  “Desde ese momento mis oraciones, mis jornadas, adquirieron un sentido. Advertí que a través de él, era el Señor mismo quien me dirigía estas palabras”.

Al despedirse el hombre de negro les preguntó qué necesitaban; le pidieron ropa, cepillo de dientes y otros objetos de higiene. Desapareció y nunca más le vieron. Los vigilantes le explicaron que el misterioso hombre de negro era el jefe del Estado Islámico en Siria.

El miedo era el compañero constante de Jacques Mourad. Dos veces pensó en una muerte inmediata. Cuando le flagelaron y cuando le pusieron un cuchillo en el cuello.

Le flagelaron con un pedazo de manga y de cuerdas durante 30 minutos. Tuvo miedo, y dolor físico, pero inexplicablemente también experimentó paz. “Sabía que compartía los sufrimientos de Cristo… pero no era digno de esa gracia” Y además era capaz de perdonar a su torturador.

No fue a más porque se trataba de una escenificación para infundir miedo y minar la moral del prisionero.

“Sentí en mi cuello el filo de la hoja del cuchillo y pensé que había comenzado la cuenta atrás para mi ejecución”

La segunda vez que se vió al borde de la muerte fue cuando le pusieron el puñal al cuello. “Sentí en mi cuello el filo de la hoja del cuchillo y pensé que había comenzado la cuenta atrás para mi ejecución. En mi espanto, me encomendé a la misericordia de Dios. En realidad, se trataba sólo de una puesta en escena”.

Aquellas semanas encerrado en el cuarto de baño Mourad vivía cada día como si fuera el último. Pero “nunca abjuré de mi fe” cuenta, sostenido por la misericordia de Dios y el rezo del rosario.

Mientras, en el mundo exterior, la guerra del Estado Islámico contra el Gobierno de Siria continuaba. El 4 de agosto los yihadistas tomaban Palmira y la ciudad de Qaryatayn, cogiendo a la población como rehén. Doscientos cincuenta eran cristianos y fueron conducidos a Palmira. Y allí trasladaron también al padre Mourad.

“¿Eres tú el Padre Jacques?”, preguntó un carcelero al sacarle del cuarto de baño. “Ven conmigo” -añadió- porque los cristianos de Al Qaryatayn nos han dejado la cabeza como un bombo de tanto hablarnos de ti!”. Mourad creyó que le iban  a decapitar. Pero no fue así, le metieron en una furgoneta y cuatro horas después llegaron a Palmira.  

“Ése fue un momento de sufrimiento indecible para mí, porque ví a los 250 cristianos sin hogar, enfermos, desnutridos. Pero para ellos, significó un momento extraordinario de alegría… porque pensaban que yo había muerto”

Pudo celebrar misa a diario en un sótano, atender a moribundos y bautizar a niños

Siguió entonces otro periodo de cautiverio pero con cierta movibilidad. De las cuatro opciones del Estado Islámico (matar a hombres y llevarse a mujeres y niños; convertirlos en esclavos; un rescate millonario o dejarles con vida, bajo el pago de una tasa) se les permitió la última.

Eran perros cristianos, no tenían derecho a nada, pero Mourad y los demás estaban ya bajo su protección (‘ahl zemmé’), mediante aquella tasa especial, llamada jizya.

Eso le permitió a Mourad cierta libertad de movimientos, incluso pudo celebrar misa cada día en un sótano, asistir a enfermos y moribundos y bautizar a tres niños. Siempre que no causaran escándalo para los musulmanes, los cristianos podían celebrar sus ceremonias.

La vida en Al Qaryatayn, se volvió  imposible, faltó la comida, el agua, la electricidad.  ni electricidad. Y hubo cristianos que huyeron.

Al cabo de un tiempo, Jacques Mourad decidió escapar. Ponderó riesgos, ventajas e inconvenientes y también se cercioró de que pudieran fugarse otros muchos. En un sólo día lo hicieron 58 personas.

En la imagen, los PP. Jacques Mourad y Paolo Dall’Oglio en el monasterio de Mariyam al-Adhra, (Sulaymania, Irak). / MasLibres

“Las mujeres lo tenían más fácil” -cuenta Mourad- “se ponían el chador y nadie las distinguía de cualquier musulmana”. Aún así Mourad se disfrazó y huyó en una motocicleta con un amigo musulmán. Era el 10 de octubre de 2015, habían pasado 4 meses y 20 días desde que fue capturado.

Recorrieron kilómetros con el miedo en el cuerpo, pasaron varios controles del IS, y lograron pasarlos sin problemas…

Dos años después, el sacerdote sirio recorre España contando su increíble odisea. Feliz de haber salido con vida y haber podido administrar los sacramentos a sus hermanos prisioneros. Triste por los cristianos que siguen en manos de los yihadistas o los que están en paradero desconocido, como el padre Paolo Dall’Oglio  (desaparecido en Raqqa hace cuatro años).

Pide oraciones por ellos.

Jacques Mourad no se considera supermán, ni un hombre especialmente valiente. Pasó mucho miedo aquellos cuatro meses, bajo la amenaza constante de la decapitación, pero no nunca dudó de su fe. Al contrario. El secreto fue Santa Teresa de Jesús.

Lo cuenta él mismo: “Una noche en la que no podía dormir, acosado por la rabia y la tristeza, recordé la oración de Santa Teresa:  ‘Nada te turbe / nada te espante (…) quien a Dios tiene / nada le falta” compuse con esas palabras una especie de melodía, la canté y me llené de paz”.

¿Sería vd. capaz de abrazar a alguno de los yihadistas? le han preguntado en una de las charlas que ha dado en España

Una paz que incluye la ausencia de rencor a sus secuestradores y torturadores. ¿Sería usted capaz de abrazar a alguno de los yihadistas? – le han preguntado en una de las charlas que ha dado en España.

Y Mourad respondió con una anécdota: “Entré una vez en una sala grande y me dirigí a uno los secuestradores y le extendí  la mano. Se quedó de piedra. Pero luego me la cogió y me la estrechó”.

Y añade: “Fue un gesto espontáneo, no estudiado, sin espectáculo. Me salió de dentro”.

Comentarios

Comentarios

Salir de la versión móvil