Me ha conmocionado, como a todos, la muerte del anciano de 81 años a manos de un casi adolescente de 18 que le propinó un puñetazo por increparle que iba conduciendo demasiado rápido. El hombre iba a cruzar un paso de peatones cuando apareció el chico en su coche, al que acompañaba una joven, y se produjo el fatal desenlace.
Quiero creer que el chaval, que se encuentra detenido a estas horas y al que le pueden caer 15 años de cárcel, estará en estos momentos completamente sacudido por la muerte de esta persona inocente, y quiero creer también que no buscaba acabar con su vida. A veces, las lecciones en la vida llegan cuando ya es demasiado tarde.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY no quiero caer en moralismos de bagatela ni quedarme en la simple condena al acto, sino tratar de entender qué le pasó a este joven –y a otros jóvenes como él- que mezclan en sus vidas raciones de odio, inconsciencia e irreflexión, pero donde el primer ingrediente –el odio- es el más letal de todos.
Me preguntó si ama este chico. Porque si no ama, no vive, por muy joven que sea
Me pregunto si alguien ha enseñado a este chico de 18 años a amar. Me pregunto si amará a la chica que le acompañaba en el coche. O a sus padres y hermanos. O a su abuelo, que bien podría ser un señor de la misma edad del que ha matado. Porque si no ama, no vive, por muy joven que sea.
Y me imagino que, a este chico, le pasará lo que a tantos jóvenes –y no tan jóvenes- de nuestra era: que nadie les ha enseñado a amar, a sentirse vulnerables, a sacrificarse por otra persona o por un ideal más grande que ellos mismos, a atreverse a romper los nudos de su egoísmo y su egocentrismo y salir al encuentro del otro.
Porque vivimos en una época en la que esto –amar- no está de moda. Las parejas se quieren (o se soportan) mientras reina entre ellos el “buen rollo”; los padres confunden en ocasiones el amar a sus hijos con el allanarles el camino de cualquier mínimo pliegue o rugosidad que les implique un pequeño esfuerzo adicional, y el respeto y la confianza en las relaciones habituales entre las personas se han convertido en desconfianza mutua y recelo.
Seguramente este chico, como muchos de los chicos de su generación, sean hijos de la sociedad materialista, hedonista, egocéntrica y un tanto desnaturalizada en que nos ha tocado vivir y que entre todos hemos construido.
¿Quién nos enseñará a amar? Es, con diferencia, la asignatura más importante y la que menos se enseña en los colegios y universidades
Leía recientemente algunos artículos sobre la tormentosa relación de Sartre con Simone de Beauvoir. Durante 51 años, los dos escritores permanecieron juntos, sin dar nunca el paso hacia el matrimonio o la vida de pareja. Se trató de una relación donde se encontraron dos necesidades que se satisfacían mutuamente pero, una vez satisfechas, seguían cada uno por su sendero.
Sartre y De Beauvoir proclamaron con su vida y sus palabras el amor “libre” o, más bien, libre de todo compromiso, atadura o entrega. Los amantes de uno y otro se contaban por cientos, llegando en ocasiones a compartirlos. Todo esto eclosionó en el mayo del 68, del que ambos literatos fueron destacados prebostes.
Y casi medio siglo después, esa mentalidad egoísta, banal e individualista se ha generalizado. Ya no se trata de algo exótico o insólito, sino que son muchos los que viven de acuerdo a esa mentalidad mutilada y castrante.
¿Quién nos enseñará a amar? Es, con diferencia, la asignatura más importante y la que menos se enseña en los colegios y universidades. Sería interesante tener un informe PISA sobre la capacidad de amar. ¿En qué puesto apareceríamos cada uno?