Ayudar a los demás es «antinatural»

    Sorprende ese porcentaje de personas "anti-naturales" que saltan en socorro del prójimo sin ganancia alguna.

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    La ayuda desinteresada a los demás va contra nuestra propia naturaleza por lo que tiene más valor / by ccbarr on Foter.com -CC BY-SA.
    La ayuda desinteresada a los demás va contra nuestra propia naturaleza por lo que tiene más valor / by ccbarr on Foter.com -CC BY-SA.

    Hace unos años, por razones profesionales, tuve que hacer una recensión del libro del premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio. Nunca lo agradeceré lo suficiente. Con amenidad el autor expone el trabajo de toda su vida sobre la toma de decisiones y los sesgos cognitivos, un intento de explicación a por qué nos equivocamos tanto. Cada afirmación está soportada por datos y experimentos.

    Algunas conclusiones son tan anti-intuitivas que cuesta aceptarlas en un primer momento, como cuando describe que una persona tenderá a no acudir en socorro de otra si percibe que ya «alguien» lo está haciendo. Kahneman utiliza esta investigación psicológica para apoyar una de sus tesis:

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    El experimento clásico que ahora describiré demuestra que la gente no hará una inferencia que entre en conflicto con otras creencias a partir de la información de la tasa base. Ello apoya la incómoda conclusión de que enseñar Psicología es casi siempre una pérdida de tiempo.

    El experimento lo llevaron a cabo hace mucho tiempo el psicólogo social Richard Nisbett y su alumno Eugene Borgida en la Universidad de Michigan. Ellos hablaron a unos estudiantes del renombrado «experimento de ayuda» que se había llevado a cabo hacía poco años en la Universidad de Nueva York. Los participantes en aquel experimento fueron conducidos a unas cabinas individuales e invitados a hablar por un intercomunicador sobre su vida y sus problemas personales. Tenían que hablar por turnos durante unos dos minutos. Solo un micrófono estaba conectado en cada turno. Había seis participantes en cada grupo, uno de los cuales era un actor.

    El actor habló primero, recitando un guion preparado por los experimentadores. Describía sus problemas adaptados a la vida en Nueva York, y admitió con patente embarazo que era proclive a los ataques, especialmente cuando sufría de estrés. Los demás participantes tuvieron luego su turno.

    El experimento demuestra que los individuos se sienten exonerados de toda responsabilidad cuando saben que otros han oído la misma petición de auxilio

    Cuando el micrófono volvió a estar desconectado para el actor, este empezó a agitarse y a decir incoherencias, anunciando que iba a sufrir un ataque, y pidió que alguien lo ayudara. Las últimas palabras que dijo fueron: «¿Pue-de alguien ayu-dar-me, ah, ah, ah [sonidos de asfixia]? Me voy a mo-rir… me voy a mo-rir. Un ata-que [asfixia, luego silencio]». En ese momento, el micrófono del siguiente participante se activó automáticamente, y nada se oyó del individuo que se podía estar muriendo.

    ¿Qué cree el lector que hicieron los participantes en el experimento? Los participantes supieron que uno de ellos sufrió un ataque y pidió ayuda. Los hubo que posiblemente hubieran llegado a responder, y quizá alguno pudo sentirse más seguro dentro de su cabina. Estos fueron los resultados: solo cuatro de los quince participantes respondieron inmediatamente a la llamada de auxilio. Seis no salieron de su cabina, y cinco solo lo hicieron después de que la «víctima del ataque» parecía que se había asfixiado. El experimento demuestra que los individuos se sienten exonerados de toda responsabilidad cuando saben que otros han oído la misma petición de auxilio.

    ¿Le sorprenden al lector estos resultados? Es muy probable. La mayoría de los humanos pensamos que somos personas decentes que correríamos a auxiliar a alguien en una situación semejante, y esperamos que otras personas decentes hagan lo mismo.

    El experimento ha sido reproducido en otros ambientes y con otros casos de auxilio. En todos la conclusión es la misma, de modo natural, no solemos –tú y yo tampoco—ayudar a otra persona si percibimos que «alguien» ya le ayuda o le puede ayudar; en castizo, lo natural es escaquearse. Pero lejos de quedarme con una lectura negativa me sorprende ese porcentaje de personas «anti-naturales» que saltan en socorro del prójimo sin ganancia alguna y con una intencionalidad más enfocada en la contribución personal en la resolución de la situación.

    Por eso creo que la famosa frase de Ronald Reagan, en su debate contra Anderson, el 21 de septiembre de 1980: «Me he dado cuenta de que todos los que defienden el aborto ya han nacido», hoy en día, necesita una apostilla, «me he dado cuenta, también, de que todos los que defienden el derecho a vivir ya han nacido».

    Que en esta sociedad, que ha ido mucho más lejos de la aceptación del aborto que le horrorizaba a Julián Marías, que en esta sociedad que ya reclama un derecho al aborto exista un grupo de personas que, de muy variadas formas, se arrojen al auxilio de los seres más indefensos, es esperanzador y un motivo de gratitud. Gratitud, curiosamente a quienes no esperan nada personal a cambio.

    No son muchos, es cierto, la Psicología y la Sociología ya nos advierten que afrontar este tipo de «batallas» no es lo que pide el cuerpo, hay que vencerse y no excusarse en que ya «alguien» lo hará. Pero es una «batalla» que merece la pena.

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    Hispano-cubano. Casado y padre de familia numerosa. Ingeniero y periodista. Forma parte del equipo de Campañas de HazteOir.org. Fundador y editor del semanario cultural conoZe.com y subdirector del diario InfoCatólica. Analista especializado en temas de guerra cultural en diversos medios de comunicación y coautor de publicaciones sobre el aborto y las relaciones entre fe y ciencia.