Últimamente me he dado a la tarea de leer el DOCAT y escribir acerca de temas que personalmente considero relevantes e interesantes, además de coyunturales a nivel global. He escrito sobre varios, y hoy me compete abordar el de la migración. El numeral 248 del DOCAT es la interrogante que plantea «¿Por qué la migración es un problema?»
“Las razones para abandonar el país de origen pueden ser muchas: la necesidad y la miseria de la población, la falta de libertades y de democracia, la persecución política, así como conflictos o guerras. Además de los muchos inmigrantes que legalmente viven en los países de acogida, existen también cientos de miles ‘ilegales’ que, por no disponer de un permiso de residencia, se mueven a escondidas por la sociedad. La vida de estas personas está marcada por su continuo temor a ser descubiertas, encarceladas y deportadas. De esta manera, a todos estos ‘sin papeles’ se les están negando sus derechos fundamentales, pues a muchos de ellos se les obliga además a vivir en condiciones infrahumanas. Las personas sin permiso de residencia no se atreven a acudir a un médico, a rebelarse contra condiciones de trabajo explotadoras o a mandar a sus hijos al colegio, ya que su miedo de que puedan ser descubiertos y deportados es enorme. Sin embargo, la Iglesia afirma rotundamente que también aquellos que no disponen de permisos de residencia tienen derechos humanos que no se les puede arrebatar.”[1]
Hablar sobre migración en estos tiempos es complejo, como lo es hablar de casi cualquier tema; sobre todo porque pareciera que vivimos en una época en donde los extremos son quienes imperan en las mentes e ideas humanas. Por un lado, están los nacionalistas extremos, que no ceden un espacio para pensar en todo aquel que “ponga en peligro su pedazo de tierra”; por otro lado, encontramos a quienes poseen un concepto errado respecto a la libertad, argumentando que la regulación de la migración es innecesaria y que debería eliminarse por completo. Ambos extremos son dañinos, como todos los extremos en la vida.
Por tanto, ¿dónde debemos trazar la línea entre la seguridad nacional y el respeto a la dignidad de la persona humana?
La declaración en Migración y Desarrollo, de la organización mundial de jóvenes World Youth Alliance, define el concepto de migración como “el movimiento voluntario e involuntario de personas debido a causas naturales o provocadas por el hombre, ya sea a través de una frontera internacional o dentro de un estado, independientemente de la distancia, la duración y la razón”.
Así mismo, menciona que “los Estados tienen la responsabilidad de mantener la paz y la seguridad de manera transparente, así como el derecho de regular la migración. Cuando los Estados regulan la migración, deben hacerlo de conformidad con sus obligaciones nacionales e internacionales, y siempre deben proteger la dignidad humana de todos los migrantes, en particular los refugiados, los solicitantes de asilo y los desplazados internos”.
Y es que es evidente que lo más complejo de la problemática en la migración es el velar por el respeto del valor inalienable de la persona humana y conciliarlo con la regulación migratoria, custodiando el cumplimiento de los derechos humanos fundamentales.
Por tanto, ¿dónde debemos trazar la línea entre la seguridad nacional y el respeto a la dignidad de la persona humana? ¿Cómo podemos trasladar esta reflexión a políticas públicas migratorias eficientes, empáticas y respetuosas del otro?
“La condición de irregularidad legal no permite menoscabar la dignidad del migrante, el cual tiene derechos inalienables, que no pueden violarse ni desconocerse” (Juan Pablo II, mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante de 1996).
[1] DOCAT, numeral 248, página 226.
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