Como un cuentagotas humano, Stephen Hawking emite ideas que suelen brillar con luz propia en el inclemente mar de datos al que llamamos actualidad. A finales de julio ha escrito un artículo planteando una hipótesis tan atractiva como ajena a su argumentario científico habitual. Tras recordar su decepción por el resultado del referéndum británico de junio, Hawking sugiere que el triunfo del Brexit está relacionado con la noción de la riqueza que impera en el Occidente actual.
El dinero ha sido importante para Stephen Hawking. Entre los episodios dramáticos que jalonan su vida destaca una neumonía que contrajo en Suiza a comienzos de su carrera, teniendo que regresar urgentemente al Reino Unido en un vuelo financiado por la Universidad de Cambridge, que también le pagaría el tratamiento médico. Desde que se le diagnosticó los 21 años la enfermedad de la motoneurona −que destruye progresivamente las células encargadas de controlar la actividad muscular voluntaria− su esposa Jane tuvo que convertirse en una buscadora de fondos para sufragar las constantes necesidades de su marido, con quien se casó creyendo que Stephen moriría en un plazo de dos años. Antes de convertirse en un científico mundialmente conocido, las ayudas académicas y las subvenciones le permitieron llevar una vida consagrada a la actividad en la que descuella desde hace décadas: pensar.
Los Hawking se definían como intelectuales y alardeaban de su ateísmo, mientras los Wilde iban a misa los domingos y carecían de inquietudes culturales
En su libro Hacia el infinito (Lumen, 2015), que sirvió de base para la película “La teoría del todo”, Jane Hawking confesaba que su familia política le pareció desconcertante desde el comienzo. Los Hawking se definían como intelectuales y alardeaban de su ateísmo, mientras los Wilde iban a misa los domingos y carecían de inquietudes culturales.
La religión fue siempre causa de trifulcas matrimoniales. “Un cosmólogo que investigaba las leyes del universo no podía permitirse el lujo de creer en un Dios Creador que le enturbiara los cálculos”, asegura Jane en sus memorias. Paradójicamente, la fe cristiana que menospreciaban los Hawking le permitió afrontar el duro trance, ya que Stephen se vio confinado a una silla de ruedas casi recién casado. Uno de los empeños del matrimonio Hawking fue llevar durante 30 años una existencia “normal”, o al menos lograr que lo pareciera, porque sus vidas se centraban por completo en la actividad académica de Stephen y en su enfermedad.
Veinticinco años después de divorciarse Hawking admite que la riqueza ha tenido un papel básico en su vida, pero si pagar por su tratamiento médico sigue siendo crucial, la compra de bienes materiales no lo es, ni lo ha sido nunca. Un caballo de carreras o un Ferrari no le servirían de nada, explica. Lleva décadas considerando el dinero como medio para un fin –el pensamiento, la salud o la seguridad− pero nunca un fin en sí mismo.
Esta filosofía que muchos habrán tachado de “típica excentricidad de un académico de Cambridge”, apostilla Hawking irónicamente, tiene cada vez más adeptos. Los ciudadanos occidentales se están empezando a plantear el valor de la riqueza, asegura. ¿El conocimiento o la experiencia valen más que el dinero sin ninguno de ellos? ¿Pueden las posesiones materiales ser obstáculos para la consecución de una vocación? ¿Somos dueños de algo en esta vida, o solo somos custodios transitorios?
Según el científico, será imprescindible replantearse nuestra noción básica de la riqueza y de la propiedad
Estas preguntas estarían inspirando nuevos modos de pensar: el “modelo catedral” es el equivalente actual de los grandes proyectos eclesiásticos medievales que se iniciaban sabiendo que las siguientes generaciones los culminarían, se tardara lo que se tardara. “Estos son tiempos peligrosos”, dice Hawking. “Nuestro planeta y la especie humana se enfrentan a desafíos globales: el cambio climático, la producción de alimentos, la superpoblacion, la destrucción de otras especies, las epidemias y la acidificación de los océanos, entre otros. Solo una visión compartida y un esfuerzo común lograrán asegurar que la humanidad sobreviva.” Según el científico, será imprescindible replantearse nuestra noción básica de la riqueza y de la propiedad. Vamos a tener que aprender a compartir como los ninos en el colegio, explica.
Si no somos capaces, advierte, triunfarán los sentimientos primitivos que contribuyeron al Brexit: la envidia, el egoísmo y el miedo. Esto sucederá no solo en el Reino Unido sino en todo el mundo, pues ya somos víctimas de nuestra definición mezquina de la riqueza y el fracaso para plantearla de una manera comprensiva, tanto a escala nacional como mundial.
En la Navidad de 2014 Stephen Hawking ya advertía de que la inteligencia artificial podía acabar con la humanidad. A ese aviso añade ahora este augurio del futuro. Pero añade que esto sucederá solo si no se le pone remedio, pues la especie humana es infinitamente ingeniosa y adaptable. Es necesario ampliar el concepto de de riqueza para incluir el conocimiento, los recursos naturales y el esfuerzo global. Una vez hecho esto, asegura Hawking, no hay límite a lo que los seres humanos pueden lograr juntos.
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