Cuando se enciende la luz, las cucarachas corren a esconderse, pero eso no ocurre con las cucarachas humanas.
Tenemos la idea equivocada de que la chusma huye o se esconde ante la presencia del hombre justo o valiente, como los vecinos de Big Whiskey cuando Clint Eastwood aparece en el salón y vacía su escopeta. En la realidad, la chusma se revuelve y arremete contra el que les recuerda sus vicios, su maldad y su cobardía.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLo hemos visto con motivo de las muertes de Ignacio Echeverría y de Iván Fandiño. Burlas y chistes en el caso del joven que atacó a un terrorista armado con un patinete, y odio y vileza para el torero por parte de quienes dicen amar a los animales.
Las autoridades aconsejan huir y esconderse si se produce un atentado terrorista; cualquier filósofo pontifica sobre nuestro derecho a que el Estado nos proporcione una paguita mensual; los profesores presentan la historia como una sucesión de víctimas (los esclavos, las mujeres, los conquistados, las brujas…); y los clérigos envían al lado del mismísimo Creador a todos los fallecidos cuyos funerales ofician.
Con semejantes ejemplos no es de sorprender que la gente trate de saltar de esa escalera mecánica que nos conduce inexorablemente a la muerte o al menos de retrasar el trayecto o de entretenerse en él sin pensar en el destino final.
La lealtad es una marca, no a una patria o una mujer
En uno de sus cuentos, Borges suspiraba por los hombres “que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo”. Ochenta años más tarde, en una época en que los matrimonios y los empleos son más volátiles que los contratos de telefonía, la lealtad se refiere a las marcas.
Echeverría y Fandiño sólo serían admisibles si se tratara de personajes de series de televisión o de videojuegos
Echeverría y Fandiño sólo serían admisibles si se tratara de personajes de series de televisión o de videojuegos, de esas realidades virtuales que están sustituyendo a la realidad palpable. En carne y hueso son insoportables, porque nos avergüenzan y nos enseñan que otra vida es posible, más digna, más plena… aunque más breve.
La mayoría prefiere vivir de un centro comercial a otro, comprando cosas que no necesita, y que cuando le llegue la muerte sea por la noche, sin enterarse y, por supuesto sin sufrir: al primer dolor permanente, que papá Estado le administre una inyección.
Si los reyes de Israel o de la Europa medieval azotaban a los profetas o santos por medio de los cuales Dios les reprochaba sus pecados, ¿no va la morralla a burlarse de quienes le recuerdan que se arrastran como cerdos en una porqueriza?
La última carta de un condenado a muerte
Junto a estos dos jóvenes, que salieron del mundo sin haber gastado sus treintaitantos años, quiero colocar a un sexagenario.
El 22 de junio se cumplieron cuarenta años del hallazgo del cadáver del empresario Javier de Ybarra y Bergé después de ser secuestrado y asesinado por varios etarras en su propia casa el 20 de mayo de 1977.
Durante el secuestro, que influyó sin duda en las elecciones que se celebraron el 15 de junio, fue tan maltratado por los terroristas que la autopsia encontró hierba en su estómago, con la que se había alimentado.
Ésta fue la última carta que escribió a sus hijos, quienes ya habían perdido a su madre.
Queridos hijos:
Nuevamente puedo escribiros y lo hago después de haber sabido de vosotros y tantas cosas más por los periódicos, que comenzaron a llegar aquí cuando os escribí mi carta anterior.
Lamento causar tantas molestias y agradezco el interés mostrado por personas y entidades, por la situación especial en que me encuentro.
Con mi gratitud para todos, deseo referirme a la preciosa carta que me ha escrito Antonio Oriol, que ha publicado la prensa.
En mi soledad me refugio en la oración y me auxilian mucho los dos únicos libros que me traje conmigo.
Confiemos en la Sagrada Familia… a la que sabéis la gran devoción que tengo, en la seguridad de que todo ha de resolverse como mejor convenga al bien de nuestras almas.
No os preocupéis por mí. Yo estoy en las manos de Dios, perdono a los que me prendieron y pido perdón a quienes haya podido ofender y ofrezco mi vida por la conversión de los pecadores y por el encuentro de las almas con su divino redentor.
Con intenso, cariño, os bendice y abraza vuestro padre, Javier.
Otro ejemplo de hombre que mira a las cuencas vacías de la muerte sin pestañear.
En una situación como la que padeció Javier de Ybarra, ¿qué escribirían los tertulianos y las tertulianas, y las diputadas y los diputados que votaron la semana pasada la moción de censura? Desde luego, nada que nos conmueva, a juzgar por el lenguaje y los pensamientos de un conocido prócer en el Congreso, que representa a la generación criada por sus compañeros más veteranos: “me importa un comino”.
“La vida es taller de jerarquías. Sólo la muerte es demócrata”, escribió Nicolás Gómez Dávila. Estos tres hombres supieron vivir en pie en un mundo en ruinas y entrar en el Más Allá con un paso firme que envidio.