Bolonia ha caído sobre nuestra clase política como una plaga de langostas y quien más quien menos en los cuadros de la partitocracia debe de estar revisando qué puso en su CV para sacar pecho, por una vanidad ridícula, porque los votantes que revisen el historial académico de los candidatos deben de contarse con los dedos de una mano y los que hacen de ello un criterio para darles o negarles el voto, con los de una oreja.
Carmen Montón hizo o le hicieron la suya sobre perspectiva de género de no sé qué cosa, que da un poco igual porque la dichosa perspectiva es más elástica que un chicle y se puede aplicar a la preparación de la paella o al modo de estornudar.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAl parecer, Montón se ha visto obligada a dimitir porque buena parte de la dichosa tesis no era de su propia pluma, no había salido de su magín, y eso es lo que me maravilla de todo este asunto astracanesco, que lo que la condena es precisamente lo que debería absolverla.
Cualquier persona que se atreva a escribir como cosa propia que «la maternidad es esclavitud», como se lee en la obra magna de la exministra, debería quedar obviamente incapacitada para la vida política y, si no llevada de urgencias a un manicomio, sí al menos sometida a un examen psiquiátrico en profundidad.
«No habiendo otra forma de llegar a este valle de lágrimas que mediante ese aborrecible procedimiento, mejor sería que no hubiéramos nacido ninguno, incluyendo a la propia Montón»
En este caso, pues, confesar plagio vendría a ser, a mis ojos, como quien consigue presentar un testigo que demuestre que estabas en otra parte en el momento del crimen, logrando así la plena absolución. Me estremece pensar que, en este sistema de locos, de demostrarse que todas las ideas de semejante disparate fueran elucubraciones de la ministra, mantendría su alto cargo quien mantiene semejante barbaridad.
Porque la esclavitud, como quizá sepan, es una cosa mala y detestable y si se identifica con la maternidad, ésta es necesariamente mala y detestable. Y no habiendo otra forma de llegar a este valle de lágrimas que mediante ese aborrecible procedimiento, mejor sería que no hubiéramos nacido ninguno, incluyendo a la propia Montón.
O no, porque aquí viene la gracia: ‘ellos’ siempre se eximen. La izquierda en particular y la progresía en general son de «cara, tú pierdes; cruz, yo gano»; de esos que dicen que «la gente es idiota» sin pretender por ello insultarse a sí mismos porque de algún modo están en otro plano y no se les puede juzgar como a los demás.
La lista de ejemplos es infinita, pero para no irnos muy lejos, podemos citar un cosa también de hoy, del mismo gobierno y partido y con las mismas dudas de autoría académica: nuestro eximio presidente del Gobierno. En una de esas entrevistas untuosas con que La Sexta remoza la estropeada imagen de los suyos, Pedro Sánchez ha asegurado que no comparecerá en el Congreso para discutir sobre su tesis «porque es un asunto personal».
«Una civilización donde decir algo así no solo no escandaliza sino que permite llegar al Consejo de Ministros es una civilización condenada y agonizante»
¿A quién le importa lo que Sánchez estudie o deje de estudiar, si plagia o no, si los tribunales se muestran sospechosamente benévolos con él al calificarle? No tiene nada que ver con su labor de gobierno, que es pública; esto es personal. A diferencia, imaginamos, del curso ese que le costó la Presidencia de Madrid a Cifuentes o por el que acosaron a Casado.
Es especialmente divertido porque fue la izquierda la que inventó aquello de que «lo personal es político», jaleado en Mayo del 68, que es la razón por la que toda una ministra se permite decir que el más personal de los actos, el más natural y previo a cualquier civilización, la maternidad, es «esclavitud». No quiero insistir mucho en algo tan obvio, no quiero ir por lo fácil, pero se entiende bien que una civilización donde decir algo así no solo no escandaliza sino que permite llegar al Consejo de Ministros es una civilización condenada y agonizante, ¿no?
Pero a lo que iba: ellos nunca están incluidos en sus condenas universales. Viene de antiguo. La sociedad corrompe inevitablemente la bondad natural del hombre, aseguraba Rousseau, a excepción de la bondad natural de Rousseau. Marx aseguraba que todas las ideas que salen de nuestro magín son, quieras que no, producto de nuestra clase social y expresión de ella, en ningún caso la verdad; exceptuando, claro, al propio Marx, un señorito que nunca vio a un obrero ni en foto; Freud sostenía que todo lo que tomamos por reflexión y razonamiento no es otra cosa que una sublimación y pretexto de nuestras pulsiones subconscientes; salvo, naturalmente, este mismo concepto inventado por Freud.
«Si delinque -si peca- es que nunca fue de izquierdas. De ahí esa doble vara de medir que se aplican y aplican a sus rivales»
La ideología es una destilación degenerada de la teología, eso es lo que hay que entender. No es una teoría científica, naturalmente, por pesado que se pusiese el burguesito de Tréveris, que no dio una; ni es tampoco una simple receta sobre cómo organizar la cosa pública. No, es una religión sin Dios.
En concreto, es una forma degenerada del calvinismo, que veía a la humanidad dividida desde toda la eternidad en Elegidos y Réprobos. Los Elegidos, ‘condenados’ a la salvación eterna, no tienen forma de hacer el mal por mucho que se empeñen, como no tienen modo de hacer el bien los Réprobos, por más que lo intenten.
Lo exponía maravillosamente Alberto Garzón, alabemos su candor, en una entrevista con Ana Pastor, cuando dijo que una persona de izquierdas no puede delinquir, que es la forma moderna de decir que no puede pecar. Si delinque -si peca- es que nunca fue de izquierdas. De ahí esa doble vara de medir que se aplican y aplican a sus rivales. Cualquier comentario dudoso, ambiguo, de un conservador se considerá deleznable machismo que debe hacerle dimitir de forma fulminante; que Pablo Iglesias diga de una conocida periodista que la azotaría hasta que sangrara, en cambio, es… ¿algo personal, imaginamos?