Cruda realidad / La tristeza letal de Noa Pothoven

    Lo diabólico de aprobar la eutanasia, de hacer de los médicos verdugos de bata blanca, es la inhumana mentalidad utilitarista que acaba permeando todo. A la larga, la sociedad queda con el alma 'eutanasiada', convertida en una civilizada selva regida por el dominio del más despiadado.

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    Noa Pothoven.
    Noa Pothoven.

    Al final, parece que Noa Pothoven, la joven holandesa que ha muerto en Holanda, no ha sido víctima de los compasivos matarifes de bata blanca que se encargan de estas cosas en el país de las amapolas. Según informa Inma Álvarez en Aleteia, las informaciones que escandalizaron al mundo, según las cuales la maquinaria eutanásica neerlandesa se había ocupado de curar de forma definitiva la depresión de esta holandesa de 17 años, víctima previa de varios episodios de abusos sexuales, no son del todo ciertas.

    Pothoven, sí, no quería seguir viviendo, y había pedido al sistema que le administrase el tratamiento letal, pero fue rechazada, entre otras cosas porque sus padres se negaron. Pero dio igual: Noa dejó de comer y de beber, y -cito a Álvarez- “la familia, junto con los médicos, después de haber intentado todo tipo de terapias – incluido el electroshock- , convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, decidieron no forzar su decisión, sino que le ofrecieron tratamiento paliativo”.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    ¿Qué interés, pues, podían tener los autores de esta manipulación? ¿Calentar el debate sobre la eutanasia en nuestro país?

    No entiendo muy bien qué interés podían tener los informadores que primero alertaron del caso para distorsionar la historia. No es como si fuera demasiado original en alguno de sus extremos. Hemos conocido casos de pacientes físicamente sanos sedados de muerte en Holanda o su vecina Bélgica con todas las de la ley, a menores de edad, a personas que no dieron su consentimiento y, en fin, la panoplia imaginable para quienes nunca nos dejamos engañar por la falacia del ‘caso extremo’. También se me hace extraño que la ciencia médica y psiquiátrica tire la toalla con una chica de 17 años y se convenzan de que no hay más remedio que dejarla morir, pero esa es otra cuestión.

    ¿Qué interés, pues, podían tener los autores de esta manipulación? ¿Calentar el debate sobre la eutanasia en nuestro país? Ya sabemos cómo van estas cosas, le tenemos cogido el tranquillo en todas sus fases: noticia -bastante manipulada- de caso ultramegaextremo, seguida de unas cuantas tribunas, algún editorial, tema de tertulia, interpelación en el Parlamento…

    Se ha intentado varias veces, llamémosle ‘probar el agua’, y todas las veces se ha abandonado el asunto, imaginamos porque la respuesta no ha sido hasta ahora tan ‘positiva’ como esperaban. Pero no van a cansarse nunca, y el goteo acabará probablemente inclinando la balanza de la opinión pública hacia la muerte. ‘Digna’, por supuesto, no como las otras.

    El verdadero problema, la consecuencia social a medio plazo, es aún más terrible que esas matanzas, porque matan o, al menos, anestesian el alma de todo el país

    Y entonces se callarán, como hicieron con todo, con el aborto o el matrimonio gay o las leyes de género. A los casos extremos seguirán los casos ridículos, pero para entonces ya será ‘la ley de la tierra’, tan inamovible como la Catedral de Burgos, y contando con la aprobación tácita o expresa de nuestros ‘conservadores’, hechos sobre todo a conservar el legado tóxico de la progresía.

    Pero no son estas noticias, ni siquiera las de jubilados holandeses que prefieren hacerse las revisiones médicas de rigor en la vecina Alemania, no vaya a ser que entren en el hospital patrio y salgan con los pies por delante. No son los casos extremos por el lado contrario el problema, los niños a los que se facilita el Gran Sueño o los depresivos a quienes se cura la tristeza como Robespierre curaba el dolor de muela de sus enemigos políticos, no: el verdadero problema, la consecuencia social a medio plazo, es aún más terrible que esas matanzas, porque matan o, al menos, anestesian el alma de todo el país, crean un clima moral desensibilizado a la muerte de los otros.

    Con 75 años, los hospitales públicos tienen órdenes de no ‘resucitarte’ si se te para el corazón; llevas ya diez años cobrando pensión sin producir, y no están las cosas para tirar el dinero, que luego a ver cómo cuadran los presupuestos. Con 85, me cuenta un amigo que ha vivido años allí, ya empiezan a mirarte con un matiz de impaciencia e irritación en la mirada, como diciendo que ya te vale, que tendrás que ir pensando en ahorrarle al mundo el precio diario de tu presencia.

    Es decir, lo verdaderamente diabólico de aprobar la eutanasia, de hacer de los médicos, matarífes y verdugos de bata blanca, no es que un abuelo muera algunos años antes de lo que lo haría sin tan inestimable colaboración; es la inhumana mentalidad utilitarista que acaba permeando toda la sociedad.

    La vida humana deja de ser sacrosanta, deja de tener un valor infinito, para convertirse en una mercancia que cualquier actuario que se precie puede tasar. Y, desde luego, con ese cálculo unas valen más que otras. Es inevitable, si postulamos que existen, en fraseología nacionalsocialista, “vidas indignas de ser vividas”. De hecho, para quien no puede valerse por sí mismo, para quien necesita de la ayuda de otros, para quien ha alcanzado cierta edad, la presión psicológica se hace insoportable. Cada compañero en igual situación que se somete a la metafórica cuchilla se convierte en una especie de reproche: ¿a qué esperas tú?

    Los responsables legales de ocuparse de la manutención y el cuidado de un incapacitado, un enfermo crónico o un anciano tienen ahora un incentivo perverso para presionarle de mil formas de modo que elija la aséptica muerte hospitalaria.

    A la larga, la sociedad de que se trate queda con el alma colectiva ‘eutanasiada’, con los prioridades invertidas, convertida en una civilizada selva regida por la supervivencia del más apto y el dominio del más despiadado. Un entorno, en fin, donde una chica monísima que ha sufrido lo que miles en todos los rincones del globo no encuentra nada por lo que merezca la pena seguir viviendo.

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