No me quiero emocionar, que conozco a los míos y me pega todo que el grupo en cuestión son cuatro gatos y el del butano, pero fuera de lo desolador que es la noticia en sí, me llena de esperanza y regocijo.
Hablo de los antinatalistas radicales, de esos que buscan como fin loable la extinción de la raza humana.
Hablo de Gemma Orozco, a la que leo, a sus tiernos 25 añitos, diciendo cosas así en un reportaje de El Mundo: «Considero que tener un hijo es un acto egoísta que responde sólo a los intereses de los progenitores», y también: «Vivir es sufrir, y quien no existe no sufre. Soy antinatalista desde que tengo uso de razón».
Gemma se ha ligado las trompas, lo que, si por un lado lamentamos, por otro nos tranquiliza.
Bien por ti, Gemma, adelante, sin pensártelo.
Ya, ya sé: soy mala. Pero no puedo evitar que me llene de esperanza que esta casta progresista que nos está envenenando la civilización opte por no perpetuarse. ¡Albricias, pan de Madagascar!
Y el regocijo procede de ese viejo placer culpable, el de poder decir: «¡Os lo dije!». Qué sonrisas de autosuficiencia entre la progresía reinante cuando Juan Pablo II llamó a la nuestra «Cultura de la Muerte».
Quién iba a decir que sería esta quintaesencia de la progresía la encargada de reivindicar a Millán Astray y su «¡Viva la muerte!».
Pero aquí la tenéis, en su reducción al absurdo, en su estación término, que no podía ser otra que la extinción porque todo lo que siempre han predicado y practicado era inviable.
No meramente malo, como podrían serlo los sacrificios humanos, la esclavitud o la tortura, sino imposible a la larga, un suicidio demorado.
Quién iba a decir, ¿verdad?, que sería esta quintaesencia de la progresía la encargada de reivindicar a Millán Astray y su «¡Viva la muerte!».
Leo, divertida, en el reportaje de marras, que «los antinatalistas son pocos y suelen ser vistos como bichos raros en una sociedad que tiende a sublimar la maternidad».
Seh, es lo que todo el mundo puede ver en nuestra sociedad, ¿verdad?, que sublima la maternidad.
Quizá por eso un anuncio de condones (creo que es un anuncio de condones) contrapone en fotos enfrentadas un biberón con una consola de videojuegos, porque sublimamos la maternidad.
Quizá por eso tenemos una de las tasas de fecundidad más bajas del planeta, una de esas que garantiza nuestra desaparición a medio plazo.
¿Biberón a las 4 de la mañana, última versión de ‘Call of Duty’? ¡Por favor, la elección se hace sola!
Gemma, corazón, que yo entiendo que quieras echarle literatura a lo tuyo para salir en los papeles y, no sé, quizá darte importancia y darle una excusa guapa a tu narcisismo, pero, de verdad, no hace ninguna falta: hay mucha gente en lo tuyo, tómatelo con calma, que no tienes que buscar pretextos.
Oh, pero el planeta… Y la superpoblación, que somos muchos… Ah, y no nos olvidemos del Cambio Climático, que siempre queda bien.
A mí la que me gusta es Mara Rodríguez, que va y dice: «Es algo que tengo claro desde que era niña. No quiero hijos. No van conmigo, con mi proyecto de vida, no los quiero». Y ya está.
Mara no dejará descendientes, bien por Mara. Luego, cuando Mara empiece a chochear, seguro que la eutanasia ya funciona a todo trapo y podremos ponerla a dormir para que no siga consumiendo recursos, que es carísimo.
Es liberador oírla, porque el resto resulta carcajeante en su autoimportancia. Mucho mejor que Gemma, que es vegana ella y afirma: «Imaginemos que tengo dos hijos, quienes a su vez tendrán otros dos hijos cada uno. En unos 70 años de vida habrán contribuido a matar, como mínimo a 37.800 animales. Como mínimo. Y así generación tras generación. Yo no quiero ser responsable de estas muertes».
Gemma propone, para que no mueran animales, la extinción de toda una especie. ¿No es maravilloso?
Vuelvan a leerlo. Saboréenlo. Gemma propone, para que no mueran animales, la extinción de toda una especie. ¿No es maravilloso?
Naturalmente, es como cuando los ecolos aconsejan no tener hijos por atención al planeta: solo consiguen que no tengan hijos aquellos a los que importa algo la conservación del medio ambiente, y que el mundo quede en manos de aquellos a los que parece traerles sin cuidado.
Ya, no busquen lógica ni sentido. Sencillamente, y dentro de lo que pueda tener de trágico, alégrense de que esta pandilla de masoquistas de postureo acabe desapareciendo de la faz de la tierra.
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