Defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural es el camino que muchas personas hemos elegido como una de las misiones fundamentales de nuestra vida. Promover el respeto y la defensa de los derechos fundamentales, así como darle el justo valor a la dignidad humana, son solo algunos aspectos que conlleva esta defensa.
Sin embargo en el ajetreo de la vida política, especialmente en la actualidad de la República de Guatemala, a unos cuantos meses de iniciar año electoral, la temática resurge y se vuelve a plantear en la mente de los ciudadanos. Más que un análisis legal, este aporte busca indagar en la doctrina católica argumentos respecto a la pena de muerte.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSan Juan Pablo II afirmó en 1999 que «la Iglesia es contraria a la pena de muerte porque es – tan cruel como innecesaria–». El numeral 381 del Youcat (basado en los numerales 2266-2267 del CIC) explica que «todo Estado de derecho tiene por principio también el deber de castigar proporcionadamente. En la encíclica Evangelium Vitae (1995) el Papa no dice ciertamente que la aplicación de la pena de muerte sea en todos los casos una pena inaceptable y desproporcionada. Quitar la vida a un criminal es una medida extrema, a la que un Estado sólo debe recurrir en casos de absoluta necesidad. Esta necesidad se da cuando la sociedad humana no se puede defender más que con la muerte del reo. Pero estos casos, dice San Juan Pablo II, ‘son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes’. A esto podríamos agregarle las sabias palabras de Viktor Frankl: «La bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que, en términos generales, merecen que se les condene».
«La pena de muerte debería de ser impensable, de la misma forma que el aborto»
Actualmente existe una crisis latente de la persona y el papel que desempeña dentro de la sociedad y el mundo que le rodea. Una crisis interna, de trascendencia y reconocimiento del propio valor, así como del papel crucial que tiene en el desarrollo de su familia, comunidad y nación. Y una crisis externa, que no le permite desarrollarse personal y profesionalmente de manera integral, y que obliga a muchos a desvirtuar su dignidad operativa, viviendo una vida desordenada que atenta contra el bien común de la sociedad en la que convive.
Desde mi perspectiva la pena de muerte debería de ser impensable, de la misma forma que el aborto. Porque quienes son «merecedores de la pena de muerte», en la mayoría de ocasiones son fruto de un sistema ineficiente, de un Estado fallido, de una sociedad excluyente o de un país sin oportunidades.
También son producto de una nación que ha relegado a la familia a un segundo plano, que ha querido usurpar sus funciones, alejando o inclusive separando al ser humano de su primera comunidad social, de su cuna de valores, la familia.
O, por otro lado, una nación que no ha invertido el esfuerzo suficiente en hacer de la familia el mejor lugar para crecer y desarrollarse integralmente.
El debate es complejo porque es un debate de vidas humanas, que muchas veces tiene como base el «ojo por ojo y diente por diente». La pena de muerte es una medida extrema y sumamente cruel, utilizada como una respuesta visceral en muchos casos.
Una vida humana no debería de eliminarse sin antes haber agotado todas las instancias para recuperar y reinsertar a ese ser humano en su comunidad. O viéndolo de otra forma, sin antes haber hecho todo lo posible por evitar que esa vida humana se convirtiera en «merecedora de la pena de muerte».
«Los hombres no deben morir por mano de otro hombre, sino tomados de la mano de otro hombre». – Horst Köhler (*1943, presidente de la República Federal de Alemania de 2004 a 2010).