El discurso de Jesús Vidal al recoger el Premio Goya se ha hecho viral y durante los días siguientes a los Goya ha sido un incesante goteo en las redes sociales. Y francamente, cuando empecé a recibir el video repetidas veces, por distintos canales, a lo largo de todo un día, me sorprendió mucho. ¿Qué es exactamente lo que a la gente le entusiasma de ese discurso?
Yo oí el discurso en directo, y me gustó, sin duda, a pesar de que fue excesivamente largo. Me agradó porque era expresión de un hombre plenamente agradecido. Agradecido a la vida y a sus seres queridos. Agradecido a sus compañeros de aventura cinematográfica. En fin, un discurso en la misma línea que todos los escuchados esa noche.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEntonces ¿dónde radica la diferencia que le hace tan extraordinario? La respuesta la encontré en un comentario en Facebook a dicho video: “Lo que hace diferente el discurso es quién lo pronuncia. Un discapacitado”. Ahh… ¿Es eso precisamente lo que ha cautivado a tanta gente? Qué extraño. Vivimos en una sociedad en la que la opinión pública mayoritaria ha conseguido que las leyes permitan el exterminio en el vientre materno de las personas con deficiencias.
¿Es hipocresía? ¿Buenismo de salón? ¿Esquizofrenia práctica entre lo que se piensa y lo que se siente?
Se considera generalmente que es una injusticia radical traer al mundo a un ser humano con discapacidades intelectuales o físicas, y para evitar su existencia dolorosa -y la de sus progenitores- la ley permite segarle la vida en cuanto se detectan esas anomalías en el feto. Así son las cosas desde hace ya mucho tiempo. Por eso no acabo de entender el entusiasmo que suscita en la citada opinión publica el discurso de una persona con discapacidades que ilustra la felicidad de su vida y su sobreabundancia de afecto recibido y dado. ¿No debería más bien tomarse como una impostura o como, en todo caso, una excepción que confirma la regla y que no debe nublar de sentimentalismo nuestra mente racional y pragmática? Esto quizá pueda sonar retórico, sarcástico e irónico. Pero en realidad, la sorpresa es sincera. ¿Por qué realmente suscita entusiasmo un hecho que contradice nuestra filosofía de vida establecida? ¿Es hipocresía? ¿Buenismo de salón? ¿Esquizofrenia práctica entre lo que se piensa y lo que se siente?
Me atrevo a aventurar que el aplauso generalizado a las palabras de Vidal fue sincero. Porque cualquier corazón al que le quede un trocito sin anestesiar reconocerá, aunque sea confusamente, la belleza de ver a un hombre como Vidal contento de estar vivo, feliz de compartir este mundo rodeado de amor y cariño.
Y porque inconscientemente Jesús Vidal es una esperanza para todos. Si él, que podría haber estado en la infame lista de los descartables en primera convocatoria, aparecía como un hombre agradecido y feliz ¿no es una esperanza para los que se supone que estamos muy capacitados para la maravillosa vida moderna? ¿No será incluso una sorda envidia la que late tras esas aclamaciones? La envidia de ver a un hombre sencillo de espíritu, y por tanto libre y puro, e insistentemente agradecido. La nostalgia, quizá por la inocencia perdida.
Sea lo que sea, ya están las redes sociales invadidas de nuevos argumentos: el futuro de Sánchez, el éxito de Lady Gaga en los Grammy, la polémica de Roma en los BAFTA…
El resplandor del Vidal se difumina dejando paso a la oscuridad de lo políticamente correcto, de lo ya sabido, de la rutina cada vez más pegajosa del pensamiento único.
Pero lo de Vidal ha sucedido. Brevemente. Pero ha ocurrido. Y hemos podido reconocer, fugazmente, como a través de un relámpago en mitad de la noche, las olvidadas dimensiones de nuestro corazón. Olvidadas, enterradas, emponzoñadas de mentira… pero las hemos podido reconocer. Furtivamente. Qué alegría.