Nos suelen vender que estamos en la mejor de las democracias. Que la sociedad nunca en la historia ha alcanzado tan altas cotas de bienestar, igualdad y progreso. Que hemos por fin abandonado la época de las tinieblas, de la sinrazón de la fe, de los crédulos y débiles cristianos que tenían que recurrir a la religión para explicar el mundo e inventarse un Dios que la ciencia, ahora, ha demostrado falso. Fábulas de niños, en definitiva.
Nos creímos lo del súper hombre: el ser humano no tenía que responder ante ningún dios porque era dios de sí mismo. La ciencia lo explica todo y, si hay algo que aún no explica, llegará el momento en que lo consiga hacer, y obtendremos el conocimiento completo de la creación entera. Dejaron de tener fe en Dios para pasar a tener fe ilimitada en la ciencia.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraAsí fue nuestra terrible soberbia, que nos encumbró por encima de dioses y conciencias.
Pero no nos llevemos a engaño: cuanto más se aleja esta sociedad de la «ciudad de Dios», más perdida y sumida en el error está. «Dos amores construyeron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo, la ciudad de Dios; el amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios, la ciudad terrena», escribió san Agustín de Hipona con unas palabras proféticas.
El hombre, que ha echado por la borda el timón y la brújula que les guiaba, se encuentra ahora en mitad de un tenebroso océano oscuro, mecido al vaivén de las olas
El hombre, que ha echado por la borda el timón y la brújula que les guiaba, se encuentra ahora en mitad de un tenebroso océano oscuro, mecido al vaivén de las olas y las corrientes. Pero, en su soberbia, insiste en decir que está mejor que nunca.
Por eso, este hombre posmoderno es capaz de movilizar a la sociedad entera para que no se sacrifique a un perro, pero deja morir entre el silencio y la indiferencia a un niño como Alfie Evans. Se empeña en prolongar la juventud, pero se niega a creer en la eternidad. Deja caer a los ídolos que previamente ha encumbrado por un robo de ratero en un supermercado, pero hace la vista gorda ante el político de su corriente ideológica que se ha llevado millones a espuertas. Se declara acérrimo defensor de la libertad de expresión, pero se muestra después absolutamente intolerante con quien se atreve a pensar distinto y lo manifiesta libremente.
¿Estamos realmente mejor que nunca, cuando miles de seres humanos son aniquilados en el vientre de sus madres? ¿O cuando recomendamos a un anciano, por una funesta, retorcida y supuesta piedad, que pida la muerte porque su vida ya no tiene ninguna utilidad? ¿O cuando forzamos a la naturaleza hasta el extremo para decidir la identidad o el género que creo que me corresponden? ¿O cuando condenamos la corrupción de los políticos pero después nos permitimos pequeños robos y hurtos en nuestro día a día?
Me van a perdonar que hoy esté un poco más pesimista que en otros artículos, pero es que sucesos como el de Alfie Evans, donde su vida parece valer menos que la de un perro, hacen que me pregunte hasta qué punto hemos perdido el norte.
Y me pregunto qué hace falta que ocurra para que recuperemos la sensatez, el sentido de la vida y el deseo de hacer el bien y evitar el mal, eso tan básico que nos enseñaron de pequeños y que parece que hayamos olvidado.