La periodista y activista sueca Kajsa «Ekis» Ekman, colaboradora en The Guardian, es una de las personas más críticas con los vientres de alquiler. Así, en su último artículo, titulado ‘Cristiano Ronaldo, la mujer no es un fábrica’, critica al futbolista del Real Madrid que acaba de ser padre de gemelos mediante un vientre de alquiler.
Para la activista, que ha estudiado la industria del vientre de alquiler, considera que esta práctica «es una forma de explotación de los más vulnerables».
Por su interés reproducimos el artículo:
Cuando Cristiano Ronaldo confirmó a través de su cuenta Instagram que había sido padre de dos mellizos, recibió más de 8 millones “me gusta”, 290 300 artículos fueron publicados sobre el tema mundialmente, 71 000 de ellos conteniendo la frase “muy feliz”.
Sólo había una cosa que no apareció en ninguna parte: el nombre de la madre. ¿Quién es? ¿Cómo fue su embarazo y cómo se siente tras el parto? ¿Cuántas veces al día piensa en sus hijos que nunca más verá? Ronaldo ni la menciona, y la única cosa que se sabe de ella es que es norteamericana y que recibió 200.000 euros por los bebés.
En el debate sobre la subrogación esto es muy habitual. En los medios de comunicación se habla de subrogación como una manera de tener hijos y no una manera de perderlos, a pesar de ser eso lo que separa los vientres de alquiler de toda otra forma de reproducirse.
Tan anónimas a veces que ni los hijos llegan a saber quiénes son. Como el hijo anterior del mismo Ronaldo
La perspectiva mediática es generalmente la de los compradores; sus sentimientos, sus deseos (frecuentemente llamados “necesidades”) abundan. Las madres siguen siendo anónimas, como si fueran trabajadoras en una fábrica de bebés. Tan anónimas a veces que ni los hijos llegan a saber quiénes son. Como el hijo anterior del mismo Ronaldo.
Su hermana confiesa en una entrevista que le han ocultado sus orígenes: “nosotros decimos que su madre está de viaje. Él no pide más. Una vez le dijimos que estaba en el cielo”.
Nadie parece alzar la voz para decir lo obvio: esto es un flagrante delito contra los derechos de las mujeres y los niños.
Según el artículo 7 de la Convención sobre los Derechos del Niño, cada niño tiene derecho a sus padres. La maternidad subrogada, sea pagada o altruista, viola este derecho fundamental. En la subrogación los hijos pierden a su madre y las madres pierden a sus hijos. No es añadir, es quitar, y, como esto es una industria (no hay que dejarse engañar por los románticos poemas de mujeres generosas que lo hacen gratis – la subrogación altruista no llega ni al 2% de los casos) las razones son económicas.
Hablemos claramente: la subrogación es una venta de bebés. Los ricos compran, las pobres venden.
No hay nada progresista ni posmoderno de esta práctica: es la misma vieja explotación de la mujer y de los pobres.
Llevo desde 2006 estudiando lo que prefiero llamar vientres de alquiler, he visto crecer esta industria y los escándalos que cada día son más frecuentes.
Como el billonario japonés que llegó a tener 16 niños de diferentes clínicas tailandesas: quiso llegar a 100. ¿Qué iba a hacer un soltero con 100 bebés? Quién sabe.
O como la pareja española que se enfadó tanto cuando sus gemelos no fueron de ambos sexos que no quisieron pagar las facturas del hospital. La madre subrogada en cuestión, Kelly Martínez, cuenta: “habían pagado un extra para tener niño y niña y estaban realmente disgustados”. La estresaron tanto que desarrolló preeclampsia, que puede ser mortal.
No puedo dejar de pensar que esta pareja actuaba más como clientes decepcionados, que como padres. O cuando las mafias asiáticas descubrieron esta lucrativa industria en 2010, y comenzaron a usar la misma estrategia que en la prostitución: raptar a chicas jóvenes, encerrarlas y usar sus cuerpos. ¿Cuántas parejas europeas han tenido hijos de esas clínicas en Camboya o Tailandia que en realidad eran cárceles?
Son más bien síntomas de una industria que convierte la mujer en fábrica, los niños en mercancía y el embarazo en servicio
Estos escándalos no son una excepción que desaparecerá con la regulación. Son más bien síntomas de una industria que convierte la mujer en fábrica, los niños en mercancía y el embarazo en servicio.
Son síntomas de un capitalismo sin fronteras –ni geográficas, ni éticas-. Se vende hasta la vida misma, y la campaña publicitaria nos dice que se trata de amor y de libertad. Así, se externaliza no solo la producción a países asiáticos, sino también la reproducción.
Ahora toda persona de clase media europea puede tener un bebé sin pasar por la molestia de portarlo o de parir: sólo basta transferir tu material genético y una mexicana o ucraniana se queda embarazada en tu lugar. Ella se arriesga, engorda, vomita, siente contracciones, pare y se queda con las marcas del embarazo. Hace todo lo que hace una madre pero sin ni siquiera obtener el título.
Se puede estar en contra de los vientres de alquiler desde muchas perspectivas. Para mi, ser feminista significa que no puedo cerrar los ojos ante los profundos rasgos patriarcales de esta industria, donde la maternidad es algo desechable mientras la paternidad se vuelve sagrada. Los vientres de alquiler ponen en práctica las frases de Apolo en La Orestíada: “no es la madre quien engendra al que llama hijo suyo; no es ella sino la nodriza del germen reciente…”.
La maternidad subrogada explota la madre y luego la niega. Quien habla de subrogación como expresión de autonomía no ha visto los contratos, donde se anula justamente esa autonomía.
¿Quién decide sobre hormonas, tratamientos, abortos, amniocentesis y el derecho de tener sexo o no? Desde que se firma el contrato, los compradores. No la mujer.
Ser marxista, además, me lleva a la conclusión que los vientres de alquiler constituyen el colmo de lo que Georg Lukács llamaba la reificación – la cosificación del ser humano.
Aquí, trabajar no se siente como si uno se vendiera –la madre subrogada literalmente se vende-. Ella no es el apéndice de la máquina, ella es la máquina. Ella no vende el fruto de su trabajo, vende su propia carne. La maternidad subrogada provoca un cortocircuito inmediato en la teoría sobre la enajenación. Es como si todo otro ejemplo de enajenación [o alienación] fuera una metáfora y éste fuera el verdadero origen de la palabra.
Pero tal vez basta con ser humanista, basta con adherir a los conceptos fundamentales de derechos humanos. Que un ser humano no debe ser comprado ni vendido. Los bebés tampoco, o quizás especialmente no los bebés. Basta aplicar a la práctica de subrogación las leyes que ya tenemos –cosa que curiosamente no se ha hecho hasta ahora-.
India, Tailandia, Camboya y México han legislado contra la industria, y el último país en preparar una prohibición es el mío, Suecia
La mayoría de países prohíben la venta de personas, sin embargo los filósofos han hecho un buen trabajo convenciéndonos que los vientres de alquiler es otra cosa. Pero sí, los últimos años más y más países han optado por prohibir la práctica. India, Tailandia, Camboya y México han legislado contra la industria, y el último país en preparar una prohibición es el mío, Suecia, donde una encuesta oficial establece que la maternidad subrogada constituye un riesgo demasiado alto para mujeres y niños para valer la pena.
Recordamos también que el Parlamento Europeo “condena la práctica de la subrogación, que socava la dignidad humana de la mujer dado que su cuerpo y sus funciones reproductivas son usadas como una mercancía.”
Espero que España siga el mismo camino.
La lucha contra los vientres de alquiler será la próxima gran batalla feminista: si no la ganamos, nos espera el verdadero Cuento de la Criada.
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