El 10 de Septiembre de 2019 pasará a los anales de la Historia como una fecha horribilis, que dirían los antiguos romanos, para el Neoconservadurismo. El hasta ese día Asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, fue destituido por el presidente Trump por sus desacuerdos en política exterior y el interés más que público de Bolton por poner trabas a las acciones de su jefe en el extranjero. El de Baltimore, conocido hawk, era el último gran representante del Neoconservadurismo en la Administración Trump. De esos que, en lugar de ponerse a vociferar lanzado por su boca rallos y truenos contra el neoyorquino, optaron por intentar influir en él y dirigir su política exterior.
Si son ustedes experimentados en política exterior norteamericana, estarán pensando que John Bolton no es un neocon sui géneris. Ciertamente, razón no les falta. Bolton se ha definido en reiteradas ocasiones como un goldwateriano, es decir, defensor de las posturas realistas ofensivas del que fuera senador de Arizona y candidato presidencial en 1964. Rechazando cualquier tipo de idealismo en aras de expandir la Democracia por el orbe, el Realismo Ofensivo apuesta por realizar ataques preventivos a los enemigos de Estados Unidos para impedir que puedan suponer un peligro para su hegemonía unipolar. No es, por ello, de extrañar, que Bolton dijera cuando era comentarista asiduo en Fox News que EEUU debía lanzar una bomba atómica en Moscú e invadir Corea del Norte o Venezuela, entre otras cosas. Aún así, la verdad es que John Bolton siempre ha ido de la mano de los neoconservadores y era su última esperanza en la Administración de Trump. No pocos han insinuado que esto es el fin de una era en la derecha norteamericana y el cierre final del Consenso de Posguerra que se mantenía bajo la hegemonía de las teorías idealistas liberales. Quizás sea cierto, pero, ¿qué es el neoconservadurismo y de dónde viene? Veamos, pues, un poco de Historia…
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDesde la propia independencia de los Estados Unidos, ha existido una evidente tensión sobre cuál debe ser el modelo de política exterior predominante, partiendo de la evidente raíz puritana calvinista de este país. No olvidemos que muchos colonos fueron a los actuales Estados Unidos huyendo de la corrupción y desmanes del Viejo Mundo para crear una suerte de Reino de Dios en la Tierra donde todos fueran tratados como hijos de Dios y reinara la Justicia. Es decir, que Estados Unidos, desde su nacimiento, tenía un gran componente de convencimiento de que era una Excepcionalidad en la Historia Universal. La Ciudad en la Colina que tanto repetía el Presidente Reagan. El primer modelo fue el que empezó Alexander Hamilton y propugnaba que puesto que Estados Unidos era la excepcionalidad, estaba llamado a redimir a todas las naciones de la Tierra haciendo uso de su poderío militar y económico. La alternativa contestataria, defendida por Thomas Jefferson, afirmaba que puesto que Estados Unidos venía huyendo de la corrupción de la vieja Europa, debía desentenderse de las guerras exteriores y convertirse en un ejemplo de República donde existía Justicia y Libertad para todos. Hasta la Primera Guerra Mundial predominó este último modelo –con la excepción de la Guerra de Cuba, entre las ínfimas excepciones, que se debió, principalmente, a la búsqueda de nuevos mercados en época de recesión- con su remodelación bajo la Doctrina Monroe (1823), que expandió el campo de acción a todo el continente americano. A esto, se le llamó peyorativamente Aislacionismo, aunque Estados Unidos siguió manteniendo relaciones diplomáticas y comerciales fluidas con el resto del orbe. Como dijo Jefferson en su discurso inaugural del 20 de Marzo de 1800: Paz, comercio, y amistad honesta con todas las naciones, sin forjar alianzas con ninguna.
En 1917 Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial y de lleno en los conflictos europeos. Sea a propósito o por accidente, la verdad es que se convirtieron en la primera potencia mundial, defendiendo Woodrow Wilson el establecimiento de un orden internacional liberal e idealista que impondría y expandiría la democracia. Tras el interregno que supusieron los años 20 y la Gran Depresión, esta realidad se hizo irreversible tras la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento de un Bloque Capitalista liderado por EEUU y otro Comunista liderado por la URSS, ambos enfrentados entre sí por lograr ser el hegemón.
El Neoconservadurismo surge de un grupo de intelectuales neoyorquinos de origen judío que pasarán de defender el comunismo antiestalinista –Trotskismo- en los años 50 a girar hacia el Liberalismo –allí entendido como aquí se entiende socialdemócrata- duro con la Unión Soviética y defensor de valores comunes a la mayoría de los norteamericanos propugnado por presidentes como Kennedy o Johnson. Sin embargo, tras la emergencia de un liberalismo relativista en lo social y pacifista bajo McGovern a finales de los 60, crítico con la intervención en Vietnam, empezarán a alejarse aún más del Partido Demócrata. Mientras siguieron en este, empezaron a llamarse a sí mismos Paleoliberales, pero tras dar por irreversible la nueva deriva demócrata, optaron por llamarse Neoconservadores , pasarse al Partido Republicano y empezar a influenciar en políticos y círculos del conservadurismo defendiendo el pragmatismo centrista en política interior y el unilateralismo y la agresividad en política exterior.
El neoconservador más destacado de esta época fue Irving Kristol, conocedor del pensamiento de Lévi- Strauss y extrotskista. Creía que había que defender los llamados valores judeocristianos y la Democracia Liberal, expandiendo la Democracia y los Derechos Humanos por el mundo utilizando, de ser necesaria, la fuerza militar. Su influencia trotskista se percibe en que adapta a sus nuevas ideas la llamada Revolución Permanente, convirtiéndose en Guerra Permanente. Para muchos –entre los que se encuentra un servidor- , el Neoconservadurismo es una forma de intentar conseguir que Estados Unidos, como miembro de la Anglosfera que es, coja el testigo del modelo imperial británico, viéndose con el escollo del propio ethos norteamericano, aislacionista. Incluso el propio y laureado historiador británico. Niall Ferguson, de simpatías neoconservadoras, exhorta a Estados Unidos a que sustituya al Imperio Británico.
Les propongo un ejercicio: cojan cualquier manual de Historia Contemporánea o de Historia de las Relaciones Internacionales español y vayan al apartado de la Presidencia de Ronald Reagan. Seguramente se encontrarán con que califican a Reagan como neocon. Esto se debe a que la Academia, a veces tan simplista ella, cataloga a Reagan ahí únicamente porque fue duro con la URSS pese a que, el de Illinois, jamás quiso expandir la Democracia mediante la fuerza sino derrotar al gran enemigo de Estados Unidos y poner fin a la Guerra Fría ¿Cómo lo hizo? Ayudó a todos los enemigos del Pacto de Varsovia por el mundo –fueran o no Democracias- y utilizó la superioridad financiera de Estados Unidos para realizar una guerra armamentística que la URSS no podría ganar jamás y le comportaría unos daños internos terribles, como demostró su inmediatamente ulterior caída. Todo esto sumado a una firmeza y claridad de ideas que ningún presidente había tenido durante la Guerra Fría. Pese a la leyenda urbana, los neoconservadores fueron pocos en la Administración Reagan, salvo algunos puestos en el Departamento de Educación y en unas Naciones Unidas donde el hawkismo era útil en esos años de tanta tensión con la URSS. Durante la presidencia de Bush I su influencia fue menor también, aunque tenían a afines como Dick Cheney en el gabinete. Si George H. W. Bush entró en Irak fue porque Sadam Hussein invadió Kuwait, y la Operación Tormenta del Desierto se hizo mediante una coalición de las Naciones Unidas, es decir, sin el unilateralismo típico de ellos. Durante los 90, dejaron negro sobre blanco sus inquietudes en el llamado Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano, donde, siendo muy simplistas, pedían que Estados Unidos invadiera medio mundo para expandir la Democracia.
Su momento cumbre llegó durante la Presidencia de George W. Bush, el, perdón por el insulto –confundió a los talibanes con un grupo de rock- tonto de la familia. Ganó merced al descontento con la Administración Clinton y el farsante de Al Gore, pero no tenía un proyecto exterior claro más allá de mejorar y renovar las relaciones con Hispanoamérica. Su compañero de fórmula fue el citeriormente nombrado Dick Cheney quizás, el vicepresidente más poderoso de la Historia. Tras los ataques del 11 de Septiembre de 2001 –con su ulterior sentimiento nacional de vendetta- , los neoconservadores como Paul Wolfowitz empezaron a influir de manera notable en el presidente. Consiguieron convencer a la población norteamericana y al propio Bush II –con la ayuda inestimable de Roger Ailes- de que existía una relación entre un socialista panarabista como Sadam Hussein y los fundamentalistas de Al-Qaeda, amén de que el autócrata iraquí poseía armas de destrucción masiva. De paso, varias empresas petroleras estadounidenses – de las cuales una Cheney había sido directivo- abrieron sus mercados en Irak y se repartieron los territorios.
Esa guerra innecesaria desangraba a Estados Unidos, sumándose a ello el estallido de la Gran Recesión. El producto de marketing más decepcionante de la Historia, Barack Obama, llegó fácilmente al poder. Pese al descontento de muchos conservadores con la nueva deriva, eligieron de candidato a un centrista neoconservador como era John McCain. Y, menos mal que no fue presidente porque, aunque no es que sea fan de Obama, empezar a invadir países, como él quería, en medio de la recesión más grande en décadas. hubiera sido desastroso para Estados Unidos. El poder de los neoconservadores en el partido y la opinión pública era tal que volvieron a presentar a otro de los suyos en 2012, Mitt Romney que, aunque mejoró el resultado de su predecesor, no hubiera sido posible sin la ayuda de Obama. El otro día, el hoy senador por Utah –el estado donde gana antes un perro que un demócrata- andaba llorando por ahí porque habían destituido a su amiguito Bolton.
No fue hasta 2016 que la Nueva Derecha hizo reflorecer el ethos norteamericano. Trump, hoy presidente, recuperó la firmeza en política interior y readaptó la política exterior a la nueva situación geopolítica. Déjense de guerras absurdas por el mundo, pongan a los intereses de América Primero y planten cara al nuevo enemigo que pone en peligro nuestra hegemonía: China. Utilicemos nuestro poderío militar y comercial para mantenernos firmes y obligar a nuestros enemigos a firmar un acuerdo. Evitemos las guerras que podamos y ya está bien de ser la policía del mundo, cada cual que se sufrague su defensa. Sus éxitos en Corea del Norte y el inicio de la retirada de Oriente Medio parecen hacernos ver que las cosas están cambiando. Tras lo de Bolton y el auge del Nacionalconservadurismo parece que se está abriendo una nueva época en la derecha norteamericana en la cual los Neoconservadores tienen poco que decir. Sin embargo, no olvidemos que aún siguen teniendo mucha influencia en políticos, comentaristas y think tanks conservadores…