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Aznar, dos aciertos y dos mentiras

José María Aznar expresidente del Gobierno y del Partido Popular.

José María Aznar expresidente del Gobierno y del Partido Popular.

José María Aznar ha sido el mejor ministro de Economía que hemos tenido. Para cuando Rodrigo Rato le llevó la cartera a rebosar de compromisos con determinados sectores económicos, el presidente ya había ordenado las reformas económicas que lograron enderezar la economía española y llegar en el grupo de cabeza a la implantación del euro.

Aznar controló el aumento del gasto público, que pasó del 42,8 por ciento del PIB en 1996 al 39,10 en 2000, y al 38,4 en su último año de mandato. Aunque fracasó en su reforma laboral, logró una cierta flexibilización del mercado de trabajo.

España, hasta entonces, tenía que crecer al 5 por ciento anual para crear empleo y Aznar logró que nuestra economía no tuviese que crecer tanto para hacerlo. Este apartado volvió a mejorar con la reforma laboral de 2012, que ahora Podemos quiere echar por tierra. 

También fue el mejor ministro del Interior, aquí de la mano de Jaime Mayor Oreja. Acorraló policialmente a la organización terrorista, la cercó económicamente y tendió una alianza internacional contra el terrorismo que es lo que explica la famosa foto de las Azores. Llevó a ETA a su momento más difícil, del cual le han rescatado sus sucesores. 

El contable de la organización, diremos que política, era el factótum de otra organización, diremos que mafiosa, hasta el punto de que no sabemos dónde empieza una y termina la otra

Con todo, José María Aznar hizo dos promesas que rompió sin aparente voluntad de cumplirlas. Una de ellas se desprendía de sus palabras “el Partido Popular es incompatible con la corrupción”.

Hoy sabemos que tenía la corrupción en su misma espina dorsal: el contable de la organización, diremos que política, era el factótum de otra organización, diremos que mafiosa, hasta el punto de que no sabemos dónde empieza una y termina la otra.

La otra gran mentira, esa que otros no echan en falta, fue la de la “regeneración democrática”, así llamada. Una regeneración que sólo era posible si se retiraba la democracia, como eufemismo de los intereses partidistas, del ámbito de la Justicia. 

Desde su trágico abandono del poder, José María Aznar se ha dedicado a dar pellizcos de monja a la opinión pública, con una influencia mínima y decreciente. Ahora se cumplen 25 años de su llegada al poder y nadie quiere recordar lo mejor, pero sobre todo lo peor de aquellos ocho años. Y menos que nadie, él.

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