El nombre de Blas de Lezo se perdió en los anales de la historia de España durante siglos hasta que dos historiadoras del arte, Mariela Beltrán García-Echániz y Carolina Aguado Serrano, le devolvieron a la vida pública con una exposición sobre su persona en el Museo Naval de Madrid que rompió los récords de visitas.
Desde entonces, el hambre del pueblo español por conocer a uno de sus más grandes –y anónimos- héroes ha ido in crescendo. La historia de España, con sus luces y sus sombras, parecía vetada a sus propios hijos. Más allá de lo aprendido en las escuelas o en las universidades, poco o nada se patrocinaba desde altas esferas públicas. Una leve sensación de incomodidad parecía flotar en el ambiente ya que desde ciertos sectores políticos, sociales y mediáticos el ataque a todo lo español era continuo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraBeltrán y Aguado consiguieron romper con la exposición ese ‘techo de cristal’ y, desde entonces, el deseo de conocer más y más sobre uno de los países sin los que no se entiende la Historia universal es imparable. A raíz de esa exposición llegó una estatua de don Blas de Lezo –el ‘medio hombre’ como le llamaban por ser tuerto, cojo y manco, aunque de esto último hay ciertas dudas– cuyo autor es uno de los escultores de motivos históricos más aclamados de la historia reciente española, Salvador Amaya, quien, por cierto, es gran amigo de Agusto Ferrer Dalmau, un catalán reconocido como “el pintor de batallas más importante del mundo”. El talento atrae al talento.
La victoria en la batalla de Cartagena de Indias en 1741 permitió garantizar la soberanía española en América durante el siglo XVIII
‘La última batalla de Blas de Lezo’ es una obra extraordinariamente documentada con “más de 100 fuentes inéditas en diversos países”, señala Aguado. “Todos los archivos españoles han sido investigados a fondo -incluidos algunos que se encuentran en manos privada-, otros en Francia, Londres, Colombia, Perú y Washington”. Profundiza en las claves de la batalla y ofrece detalles desconocidos de los últimos meses de la vida del teniente general y de la ubicación de su tumba. “Encontrar el testamento fue la parte más difícil”, asegura Beltrán después de haber revisado junto a su compañera más de 760 volúmenes en la capital. Lezo, vasco del que Unamuno hubiera dicho ‘doblemente español, por vasco y español’, escribió dos cartas, siendo la segunda la que se utilizaría “para dejar constancia de su última voluntad, incapaz de gestionar su patrimonio y su casa desde la distancia”, antes de marchar de nuevo a Cartagena de Indias en 1737, cuatro años antes de que muriese el 7 de septiembre de 1741 de una rápida enfermedad acosado por el virrey y sin habérsele reconocido sus méritos. Su hijo Blas Fernando sería recompensando por Carlos III en 1760 nombrándolo marqués de Ovieco.
La victoria en la batalla de Cartagena de Indias en 1741 “permitió garantizar la soberanía española en América durante el siglo XVIII y su victoria se presentó como el relato de la verdad, de la verdadera fe frente al infiel, el británico”, explica Aguado. La pérfida Albión, como se conoce a Inglaterra, “cacareó la victoria antes de combatir”, incluso acuñó moneda para la celebración. Poco les duraría la sonrisa a los británicos tras uno de los mayores desastres de la historia militar después de que los españoles con apenas 4.000 efectivos consiguieran frenar a la segunda mayor flota de la Historia -después de la del desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial– con cerca de 30.000 unidades. Los españoles perdieron apenas 800 muertos mientras que los británicos sufrieron entre 10.000 y 15.000 muertos, según sus fuentes.
España no tuvo rival durante siglos en el mundo, ni en lo militar ni en lo civilizatorio. En la segunda mitad del siglo XIX Inglaterra le arrebataría su lugar en lo primero pero nunca en lo segundo. Lo demás es historia moderna por todos conocidos.