Aconsejaba San Ignacio no hacer mudanza en tiempo de desolación (o tribulación). Pero Pablo Iglesias no es San Ignacio, y como buen seguidor de Lenin aprovecha las crisis (como la sanitaria y económica que estamos viviendo) para meter cizaña, desestabilizar el patio y, sobre todo, desviar la atención de su historial de corrupción y de las cuentas que tiene pendientes con la Justicia por la financiación irregular de Podemos.
La campaña para provocar la marcha al extranjero de D. Juan Carlos, investigado por las comisiones del AVE, es un nuevo intento por cargarse el legado de la Transición, atacando a la Corona, pieza clave del periodo más largo de estabilidad y prosperidad de España.
La maniobra no va a parar en el emérito. Todo indica que tienen en el punto de mira a Felipe VI, y que no dudarán en minar su imagen. Será bueno armarse de argumentos para el debate sobre la validez y utilidad de la monarquía parlamentaria.
Al menos hay cuatro poderosas razones a favor:
1. El rey es un profesional
“Nacer” rey supone mamar desde la cuna su misión y dedicar toda su juventud a prepararse para ello. Lo cual tal vez suene a rey del Antiguo Testamento ungido por un profeta; pero también es una forma de blindar la democracia frente a los advenedizos. Este trabajo es complejo y sacrificado, no apto para arribistas -que tanto menudean en torno a los partidos políticos-, y requiere de un sello de garantía, y ese sello no es otro que la dinastía.
Nadie mejor y más preparado que un principito para asumir la jefatura del Estado, porque su familia lleva siglos en ello; y el futuro rey, años estudiando para ser y comportarse como monarca.
2. Carece de ambiciones, porque ya es rey
A diferencia de un joven político que llega a alcalde de su pueblo o a consejero de Turismo de su soleada comunidad autónoma, un príncipe que accede al trono no tiene la tentación de enriquecerse –porque tiene la vida resuelta-; o de obtener gloria y fama -porque su efigie queda inmortalizada para siempre en monedas y papeles verdes-.
Carece de ambiciones, porque ya las tiene todas colmadas. O, si queremos hilar fino, las tiene bastante más colmadas que un concejalillo o incluso que un abogado del Estado que logra acta de diputado.
Es alguien que al no estar teñido por los colores ideológicos de esta o aquella facción, puede ser instrumento de unidad y concordia de todos los ciudadanos.
3. Es apartidista
Lo que da estabilidad a una democracia es que exista una instancia superior a los partidos, un árbitro que esté por encima de las contingencias políticas, y del cruce de cuchillos por el poder. Alguien que, al no estar teñido por los colores ideológicos de esta o aquella facción, pueda ser instrumento de unidad y concordia de todos los ciudadanos.
Y esa instancia es la Corona. Alguien al que puedan mirar todos los ciudadanos y sentirse representados, a diferencia de un presidente de la República (imaginemos a Pablo Iglesias, Pedro Sánchez o Santiago Abascal, con los que no parece que todos los españoles se sientan identificados).
4. Es vitalicio
Lo que suena más medieval y viejuno (morir en el trono, como los emperadores o los papas) es paradójicamente lo que mejor garantiza la imparcialidad del rey.
Porque, a diferencia del político, su reinado no va a estar marcado por el cortoplacismo. El político de partido sabe que en cuatro años se acabó lo que se daba, por lo que gobierna con las luces cortas, sin visión de Estado, tomando decisiones parciales y partidistas, sin preocuparse por las siguientes generaciones. Y sucumbirá fácilmente a la tentación de aprovecharse del cargo para lucrarse o tejer redes clientelares, que le vendrán muy bien cuando deje el poder.
Un monarca vitalicio está menos expuesto a esa tentación.
Una razón en contra…
1. Es vitalicio
Pero la permanencia de por vida en el trono es un arma de doble filo: es ventaja y, a la vez, inconveniente.
Ventaja si el rey se comporta con ejemplaridad, pero inconveniente si sale rana (si es corrupto, indigno, o perjudica a la imagen del país). A un presidente de República se le puede desalojar de la alta magistratura. A un rey, no. La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad (art. 56 de la Constitución)
Todo lo anterior es la teoría, pero la cosa se complica en la práctica.
La práctica es la experiencia histórica.
1. La república en España ha dado mal resultado…
Malísimo. La I acabó como el rosario de la aurora, con guerras de opereta, como la de los cantones de Cartagena o Jumilla contra el resto de España.
Y la II República derivó en un régimen autoritario que atropelló derechos y libertades, persiguió a los propios españoles, y acabó convertida en un Estado títere de Stalin.
Fernando VII, sin comentarios; Isabel II, manejada por espadones y golpistas; Amadeo de Saboya, otro desastre
2. …Y la monarquía también
Pero salvo la honrosa excepción de Juan Carlos I, tampoco es que la monarquía haya sido la panacea.
A quienes echan pestes del experimento republicano, habría que recordarles la galería de reyes ineptos y/o desastrosos que hemos tenido en los últimos dos siglos. Fernando VII, sin comentarios; Isabel II, manejada por espadones y golpistas; Amadeo de Saboya, otro desastre -seis gobiernos en dos años-; a Alfonso XII casi no le dio tiempo de desarrollar su buenas intenciones regeneracionistas porque murió con 27 años; y Alfonso XIII fue un rey corrupto, incapaz de resolver los graves problemas políticos y económicos del primer tercio de siglo, y al que se le fue de las manos la Guerra de Marruecos, causa indirecta de la llegada de la II República.
Queda Juan Carlos. Sería injusto no reconocer el meritorio papel que tuvo en ese encaje de bolillos que fue la Transición a la democracia. Pero empañó tan brillante trayectoria al final, al no cumplir la única exigencia que se le pide a un monarca: la ejemplaridad. Ya saben: la mujer no solo debe ser honrada sino parecerlo. Y el rey de una monarquía parlamentaria más todavía.
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