El Partido Comunista de China ha cumplido un siglo. Lo celebró con actos de fervor nacionalista cuidadosamente coreografiados que no se veían desde el apogeo del Presidente Mao.
Ante la masiva audiencia reunida con precisión militar en la Plaza de Tiananmen, Xi Jinping, Secretario General del Partido y sucesor de Mao, anunció que «la era en que China fue masacrada e intimidada había terminado para siempre».
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDesafortunadamente, la era de la matanza y el acoso al pueblo chino por parte del Partido Comunista Chino – PCCh parece que va a continuar, al menos por un tiempo. El Partido, ahora con 94 millones de miembros, gobierna al pueblo chino con mano de hierro, como lo hizo desde su fundación el 1 de julio de 1921.
La historia de asesinatos del Partido es demasiado abultada para como para caber en este artículo. Yo mismo he escrito muchos libros sobre el tema, entre ellos Broken Earth (1983), A Mother’s Ordeal (1993), Hegemon (2001), y mi último, Bully of Asia: Why China’s Dream is the New Threat to World Order, sin siquiera vislumbrar que el tema se vaya a agotar.
Millones de personas murieron durante la guerra civil china, que se extendió desde la década de 1930 hasta la victoria comunista en 1949. Pero eso fue sólo el preludio de la verdadera matanza. Cuando Mao tomó el control total, ejecutó una purga para eliminar a todos los oponentes a su gobierno totalitario. Todo el mundo pasó a ser considerado como sospechoso, desde terratenientes y empresarios hasta intelectuales y estudiantes, minorías étnicas y creyentes religiosos. Uno tras otro, todos estos grupos fueron blanco de decenas de campañas políticas que continuaron hasta después de la muerte de Mao.
Es muy propio que el color favorito del Partido Comunista Chino sea el rojo, siendo la máquina de matar más grande de la historia humana.
Calculo que en total, unos 80 millones o más chinos, mongoles, tibetanos y uigures han muerto a manos de la máquina de matar más grande de la historia humana. Como escribí en A Mother’s Ordeal, el grotescamente mal llamado Great Leap Forward (Salto hacia Adelante) dio lugar a un estimado de 45 millones de muertes entre 1958 y 1960. Si a esto se suman los 400 millones de pequeñas víctimas de la política de un solo hijo, el número total de víctimas del comunismo chino se acerca a los 500 millones.
La política de un solo hijo fue la campaña política más larga del PCCh, y también la más letal. Durante 35 largos años, las autoridades comunistas persiguieron a mujeres chinas sospechosas de haber violado las restricciones impuestas por el Partido. Las que se resistían a las órdenes de abortar a un niño «ilegal» eran arrestadas, sacadas de sus hogares en vehículos de espera y llevadas por la fuerza a la clínica de aborto más cercana. A las madres que estaban a punto de dar a luz se les practicaron abortos por cesárea. Los bebés «ilegales» nacidos vivos murieron por inyección letal. Fui testigo ocular de tales crímenes de todo ello mientras hacía trabajo de campo en una ciudad china en 1980.
Esas campañas para eliminar a opositores reales y sospechosos del régimen comunista continúan hasta nuestros días. Actualmente se dirigen de diversas maneras contra católicos, cristianos, falungong, uigures, tibetanos y otros, y cada uno de ellos lleva consigo un proyecto de ley encarnando una nueva carnicería en contra de inocentes encarcelados, torturados y ejecutados.
Por más horripilantes que sean estas cifras, por sí solas, no nos ilustran sobre la magnitud de su perversidad. Más bien, las estadísticas suelen esconder una realidad subyacente mucho más importante: que cada una de estas víctimas es un ser humano único e irrepetible y que, lo pueda comprender o no, fue hecho imagen y semejanza de Dios.
El Partido adoctrina a las «masas» diciéndole que tales «luchas» son necesarias para lograr la utopía comunista. Pero lo que realmente logran estas campañas es la construcción de una pequeña oligarquía de altos funcionarios. Esta oligarquía, actualmente liderada por Xi Jinping, buscará seguir consolidando el control total sobre las personas y posesiones de sus compatriotas, acumulando vasta riqueza y poder ilimitado en el proceso.
Hasta los últimos años, los crímenes del PCCh estaban en gran medida confinados dentro de la frontera de China. Por supuesto, hubo excepciones pasajeras. Se extendieron a Corea a principios de los años cincuenta durante la Guerra de Corea y durante la conquista del Tíbet en 1959. En general China era demasiado débil y tecnológicamente atrasada para atacar a pueblos enteros más allá de sus fronteras.
Esos límites a la brutalidad china ya no existen. De confirmarse los numerosos indicios que apuntan a que el COVID es un arma biológica china que fue creada como parte de un programa de guerra biológica militar centrado en la ciudad china de Wuhan, el mundo está actualmente bajo ataque comunista. Hasta la fecha, se ha estimado que el virus de China ha causado cuatro millones de muertes en todo el mundo. Y esa cifra sigue en aumento.
A esto se suma el hecho de que Hong Kong está siendo aplastado, Taiwán amenazado con ser invadido, y países como Australia que hacen frente a la intimidación china, están siendo objeto de ataques económicos con aranceles y boicots a sus productos. Bajo la dirección del cada vez más trastornado Xi Jinping, que parece estar en la misma trayectoria que el paranoico Mao Zedong, el Partido ahora no sólo sigue siendo una amenaza para el pueblo chino, sino para el mundo en general.
En la actualidad, el poder del PCCh parece indestructible. El Partido Comunista tiene el control de China desde 1949. Por ahora 3 años más que los 69 años que duró ese control comunista en la Unión Soviética.
El modelo económico comunista practicado por el Presidente Mao desde 1949 hasta su muerte en 1976 fue un fracaso mortal. Fue reemplazado por un breve retorno a la práctica imperial tradicional china de controlar estrechamente una economía de mercado. Pero ahora nuevamente están retornando a la propiedad estatal, impulsado por la manía del dictador Xi por el control total. Y con esa receta van camino al desastre económico, como ha quedado patente en la Unión Soviética del siglo pasado o en la actual Cuba.
Pero el actual poder de China podría ser vulnerable.
En realidad, lo que está manteniendo a flote a la economía china en la actualidad son las continuas «transfusiones de sangre» que recibe de EE.UU. Estas «transfusiones» vienen por tres vías. Primera, el robo continuo de la propiedad intelectual de EE.UU. por espías y hackers chinos, estimado en cientos de miles de millones de dólares cada año. Segunda, cientos de miles de millones de dólares de los mercados de capital de EE.UU. que fluyen a China cada año, cortesía de Wall Street. En tercer lugar, y por último, el deseo aparentemente insaciable de productos baratos fabricados en China por parte de las grandes tiendas y los consumidores estadounidenses.
Esto significa que EE.UU. debería adoptar tres políticas:
- mantener los aranceles que les puso Trump o aumentarlos
- detener el robo de la propiedad intelectual de EE.UU. por China
- reducir el flujo de capital estadounidense a China
Si hacemos esas tres cosas, la economía china se hundirá como una piedra en el agua, y con ella el impulso del Partido Comunista Chino por la dominación mundial.
Pero al parecer, tendremos que esperar un nuevo Congreso, si no una nueva administración, para ver implementadas estas políticas. Basta decir que la administración actual está bastante comprometida con China.
En mayo pasado, “el viejo Joe” comentó que China «cree que nos poseerá en 15 años».
Y dado que la familia Biden parece especializarse en vender Estados Unidos a China, nadie mejor que él para saber lo que China piensa y planea. Basta mencionar que Hunter, el hijo del presidente, todavía mantiene negocios con el Partido Comunista Chino.