Los analistas políticos no echan de menos el bipartidismo. Su campo de análisis se ha ampliado considerablemente, y tanto las opciones como el fastidio de los electores, también. Por lo que se refiere a los primeros, gran parte de ellos lo tienen fácil: sólo tienen que condimentar el plato que les sirve el partido correspondiente. Los cocinitas lo tenemos algo más complicado, pero estarán conmigo en que es entretenido. Divertido no, entretenido. 

No divierte ver en el Gobierno a Pedro Sánchez. Para él la política se reduce a la palabra más degradada por la política: el relato. Cuenta lo que se cuente. La realidad subyacente sólo sirve como punto de partida para llegar al “Érase una vez un presidente muy guapo que…”. En las pasadas elecciones no le ha ido mal, y si no miente el común de las encuestas, en las próximas le va a ir aún mejor. 

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Es fácil, en una situación así, decir que Pedro Sánchez es un mal presidente. Y yo creo que lo es. Pero eso no quiere decir que lo que está haciendo, o más bien lo que no hace, no nos venga bien al común. El diario El País, en uno de esos encomiables ejercicios mineros del periodismo que hemos importado de fuera, ha recogido en una tabla todas las leyes aprobadas por el parlamento desde 1974. Todas. Y las ordena en varios gráficos que dan una idea del ritmo de aprobación de leyes en las distintas legislaturas.

No todas, cierto es, tienen la misma duración. La segunda legislatura de Rajoy duró de diciembre de 2015 a junio de 2016 en un ambiente de impasse, igual que el actual. Entonces sólo se aprobaron diez leyes. Dos, si le quitamos los decretos leyes y los decretos legislativos. La pasada legislatura, de Rajoy/Sánchez, fue más productiva: nueve leyes orgánicas, más otras 28 ordinarias. Una actividad legislativa muy escasa, en comparación con la de la breve historia de nuestra democracia, en los años en los que España ha logrado y consolidado la recuperación económica. ¿Queremos que el Gobierno de Pedro Sánchez impulse más leyes? No, gracias.

Divierten, hasta que dejen de hacerlo, los denodados esfuerzos de Pablo Iglesias por tener poder. Pedro Sánchez sabe que Iglesias es su mayor enemigo, y está dispuesto a ir a elecciones si con ello puede crujir a Iglesias, a su mujer, y a sus amigos. La admiración es mutua. Pablo Iglesias asume lo del relato hasta el tuétano, pero su visión va más allá; o más arriba.

No sé si Iglesias sabe que cuando llegaron los socialistas al poder, la mayoría de la población española estaba en contra del aborto; es decir, asumía una posición que sólo mantiene hoy Vox, y puede que no todos sus dirigentes. TVE cambió esa situación. Quizá él no sepa esto, pero sí sabe que desde el poder se puede manipular a la población, y él quiere estar en el centro de mando. 

Aburre el PP, y en particular Pablo Casado. Nos vendrían bien unas nuevas elecciones, pero por responsabilidad pedimos al Gobierno que no las convoque. Si fuera el caso, lideraríamos un esfuerzo común del centro derecha para actuar desde el Senado un bloque constitucionalista, llamado “España suma”. De manual. Es cierto que necesitamos líderes que aburran, que sean predecibles y no se salgan, al menos, de la ley. 

Albert Rivera ya no divierte. Está encerrado en su gimnasio de lujo en Aravaca, y le veremos, algún día, hecho un pincel, intentándonos convencer de que él es el líder del centro derecha. Razón por la cual, probablemente traicione a su partido otra vez. Ya lo hizo cuando faltó a la promesa de Ciudadanos de apoyar a PP o PSOE frente a las exigencias de los nacionalistas, y se ha negado en redondo a pactar con Pedro Sánchez. Y puede que lo haga restando a “España suma” un apoyo fundamental. 

Y Vox no aburre, pero irrita. Esa es su función política, decir lo que no dicen los demás, quizá porque no se atreven a decirlo, quizás porque no tiene sentido hacerlo. Aquí entra el gusto de cada cual. Santiago Abascal estuvo bien en la primera sesión de control, con excepciones. Pero le ocurre algo parecido a Albert Rivera: no quiere sumarse al aburrido pacto del centro-derecha contra los nacionalistas, si eso supone otorgar al PP una primacía dentro del ámbito no izquierdista. 

Y ahí están, cada uno jugando sus cartas, hasta que llegue la crisis y rompa la baraja. 

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