La batalla cultural es la madre de todas las batallas.
La batalla cultural es la madre de todas las batallas.

Me llamó la atención la mención que hizo el director de este periódico, Nicolás de Cárdenas, en la felicitación de Navidad a los colaboradores sobre la batalla cultural. Asunto que no es baladí. Aspecto, el de la guerra en defensa de nuestros principios democráticos que es visto como una quimera desdichada ideada por unos divagadores trasnochados. Incluso algunos allegados me observan con la mirada descolocada cuando lo deslizo dialécticamente en alguna conversación. Existe un desconocimiento de la importancia fundamental que ostenta esta campaña bélica en favor de los principios inquebrantables y contra el relativismo inoculado socialmente por la presunta izquierda.

Nos jugamos mucho. Desgraciadamente, cuando hablamos de la batalla cultural no estamos ante una pantalla de humo o una serpiente de verano, si no frente a una realidad plausible que no debemos ignorar: el fin de nuestra sociedad tal y como la conocemos. No pretendo ser alarmista cuando anuncio tal cosa, ojalá estuviera ante una ensoñación propia provocada por sumergirme demasiado en ensayos políticos y variantes. Considero estar muy alejado de quijotescas figuras del pasado, créanme. Debemos dar la batalla de las ideas a los que pretenden enclaustrarnos en la degradación en aras del falso progreso porque si olvidamos nuestros orígenes, las raíces que cimentan nuestra civilización, pereceremos como nación.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Misión de evitar el cataclismo existencial que no está surtiendo efecto. No lo hace debido a las inofensivas maniobras fundamentadas en la demagogia de los que deberían defenderlas a lomos de la verdad, no de la mentira. Ridículos son algunos comentarios vertidos por los presuntos defensores del bien que respaldan una realidad sustentándola en el engaño y en la exageración.

Leía el pasado domingo la entrevista de Federico Jiménez Losantos en El Español, y este alertaba no sólo ya sobre la ilegalización de los partidos de la oposición, -perspectiva que comparto-, si no respecto al posible exilio de los disidentes en el caso de que las formaciones políticas contrarias al Gobierno sean deslegitimizadas.

Cuesta abajo y sin frenos. No se les puede calentar tanto el pico en público, no se hacen ningún favor, no hacen ningún bien a la causa común de truncar las intenciones de los sectarios. Anomalías dialécticas cometidas también por algunos diputados del Parlamento comparando en un debate a Merkel con Hitler para criticar a los burócratas europeos. Esas y un sinfín de elucubraciones sin fundamento deambulan en los diferentes medios de difusión de aquellos soldados enrolados en la batalla cultural. El nivel es muy bajo, quizá por eso la ciudadanía prefiere practicar la eutanasia a sus principios antes que confiar en unos quijotes fabricantes de argumentos repletos de falacias.

Debemos prescindir de la maquinaria merketiniana edulcorada y defender la causa con la verdad, no nos haremos ningún favor si atacamos a los maestros de la mentira con su propia medicina falaz.

Es bien sabido por los estudiosos de las ciencias políticas, que aquel que intenta atacar al contrincante con las ocurrencias maquinadas por éste tiene todas las de perder. Del mismo modo que la única forma de vencer al mal es con abundancia de bien, la vía de derrumbar las mentira se encuentra en la verdad. Así pues, tenemos la necesidad de librar esta batalla cultural con objetividad, verdad y renunciando a cualquier tipo de demagogia que deslegitime el mensaje verdadero, este que desvela la amenaza social que constituye la deriva totalitaria de la presunta izquierda.

La verdad nos hará libres…

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