Hay corrupción muy sibilina, pero igualmente corrupción
Hay corrupción muy sibilina, pero igualmente corrupción

La mujer más rica de África es Isabel Dos Santos. Aunque un/a adoctrinado/a por el griterío feminista podría pensar que los 3.000 millones de dólares de su fortuna se los ha ganado gracias a su inteligencia y su trabajo, lo cierto es que el factor más importante en su enriquecimiento ha consistido en ser hija de papá: el dictador socialista de Angola entre 1979 y 2017. A finales de los años 90, Isabel regentaba un bar al que iban los ministros y los funcionarios de su padre. Y de ahí pasó a codearse con los mega-ricos en Nueva York.

La hija de un presidente africano que saquea el país para su beneficio. No es nada nuevo, ¿verdad? Al menos hasta hace unos años. Una de las novedades políticamente correctas consiste en que la BBC la incluyese en 2015 entre las 100 mujeres más influyentes del mundo (y cinco años después pasó a estar en busca y captura). Otra novedad es que esta conducta de saqueo y robo se está convirtiendo en común en las sociedades occidentales.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Anteayer, 1 de marzo, conocimos dos noticias que lo demuestran. El expresidente de Francia Nicolás Sarkozy ha sido condenado a tres años de cárcel por corrupción y tráfico de influencias; y la policía detuvo al presidente del FC Barcelona como parte de la investigación de un caso de corrupción en que los miembros de la junta directiva emplearon dinero del club para montar campañas de desprestigio contra quienes les criticaban.

En un solo día, supimos de la condena a un expresidente de Francia y la detención del presidente del FC Barcelona

Mientras tanto, se está juzgando la ‘caja b’ del PP; se sigue investigando la fortuna de la familia Pujol-Ferrusola; y el Tribunal Supremo está tramitando el recurso de casación de dos expresidentes del PSOE por su condena en el ‘caso de los ERE’. Y en el extranjero, seis presidentes del Perú están procesados por corrupción; la vicepresidenta de Argentina sigue enredada en varios juicios hasta el punto de que el presidente prepara un súper tribunal; y a Hunter Biden, el hijo del presidente de Estados Unidos, se le está investigado por sus negocios en China y Ucrania (después de las elecciones que nos aseguran ganó su padre).

Los países que son excepciones en las clasificaciones de corrupción constituyen un puñado. Y el ser democracias, con partidos estables y elecciones pluralistas, con una Administración que gestiona la mitad del PIB nacional, con instituciones dedicadas a la vigilancia de los políticos y los funcionarios, ni inmuniza ni protege.

Siempre ha habido gobernantes corruptos. Luis XIV de Francia dio sobornos a Carlos II de Inglaterra; los griegos faraniotas controlaron la política de la Sublime Puerta otomana; y el presidente venezolano Gómez vendía las concesiones petrolíferas.

En muchas democracias, los funcionarios dedicados a vigilar a los políticos y el escrutinio público no impiden ni el derroche ni el soborno

Pero la democracia tiene un elemento de superioridad moral sobre las monarquías autoritarias, las repúblicas oligárquicas italianas y los principados indios. Ortega y Gasset consideró el parlamentarismo una de las grandes aportaciones de Europa a la humanidad.

A pesar de esa superioridad, que supone la conversión de todos los habitantes de un país en ciudadanos y su implicación en la política cotidiana (antes reservada a las élites), cabe preguntarse si las democracias son regímenes políticos más propensos a la corrupción que otros. Y parece que sí.

Las democracias extienden la ciudadanía y con ella la corrupción. Los políticos compran votantes… y éstos se dejan

Es tal el botín del Estado, con sus boletines oficiales, con sus concesiones, con sus impuestos y con sus facultades para ordenar conductas a los ciudadanos, que los candidatos ‘invierten’ cientos de millones de euros, sino miles de millones (como en las elecciones presidenciales de EE. UU.) para alcanzar la victoria electoral. Gracias a los presupuestos públicos, los partidos construyen clientelas como los mandarines chinos, los barones europeos o los socialistas españoles con las subvenciones a ONG feministas.

Así se conquista hoy el poder en Occidente. Y una vez que se retiran del gobierno, los políticos que han sido jefes de Estado o de Gobierno se incorporan al exclusivo club de los archi-millonarios, ése en el que ya estaban los Bush y los Kennedy. La editorial Penguin Random House abonó a Barack y Michelle Obama sesenta y cinco millones de dólares por sendos libros autobiográficos. Y no hablemos de la Fundación Clinton, que quienes la investigan suelen fallecer de suicidio.

Hoy son inconcebibles políticos que mueran en casas modestas, como les ocurrió a Harry Truman, Helmut Schmidt y Oliveira Salazar

Si a la necesidad de seducir a la mitad del electorado mediante propaganda (o de sobornarla mediante subsidios o paguitas) y al tentador botín que son los Gobiernos, unimos la pérdida de moral de nuestra época, se convierten en inevitables la corrupción y el derroche.

Hoy son inconcebibles políticos que mueran en casas modestas, como Harry Truman, Helmut Schmidt y Oliveira Salazar. Los gobernantes que creemos elegir compran para su retiro casas de lujo, aunque no tan grandes ni caras como la mansión de 600 metros cuadrados adquirida por los Obama en una de esas islas donde los millonarios se aíslan de la chusma. Me pregunto si no les preocupa la subida del mar por el calentamiento global…

Ya escribió Alexis de Tocqueville hace casi dos siglos, “algunas veces la democracia quiere economizar gastos, pero no lo consigue, porque le falta el arte de ser económica”.

Parece que contra la corrupción no hay vacunas, sobre todo porque los ‘hinchas’ de cada partido están dispuestos a perdonar los robos cometidos por su equipo, perdón, su partido.

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