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Cristina Cifuentes: También los transexuales son iguales ante la ley

Cristina Cifuentes, en el Metro de Madrid / CAM

Cristina Cifuentes, en el Metro de Madrid / CAM

Le pasó al rey persa Jerjes cuando castigó al mar en el Estrecho del Helesponto, porque una tempestad destruyó el puente de barcas con el que pensaba enviar una expedición contra los griegos. Consideró la actitud del mar una ofensa personal y ordenó que propinaran al Helesponto trescientos azotes. Y de buena se libró el pobre mar, porque inicialmente Jerjes iba a aplicarle la pena de muerte, pero se la conmutó por la flagelación.

No te rías con cara de suficiencia, amigo ‘actualler’, como si la modernidad nos librara de la estupidez. Porque 2.500 años después tenemos a gobernantes a los que la arbitrariedad les lleva a desvaríos no menos chocantes. Y no en dictaduras bananeras, sino en el ‘novamás’ de la democracia: Estados Unidos.

Desde ahora y gracias a Obama, si un hombre pide ser tratado como una mujer, tendrá derecho a recibir el tratamiento de “señora” o “señorita” en restaurantes y tiendas, bajo la advertencia de multas de hasta 250.000 dólares para quienes no respeten este nuevo derecho.

Por esa regla de tres, si un tipo dice ser Napoleón habría que tratarle de “Majestad” y, en consecuencia, obedecerle

¿Es o no es estar fuera de la realidad dictar una norma semejante? O sea, va un hombre, que ni siquiera está operado, y dice que se siente mujer y si le llamas “señor” te puede denunciar. Por esa regla de tres, llegará un día en que si un tipo dice que es Napoleón, habrá que tratarle de “Majestad” y, en consecuencia, obedecer sus órdenes si nos pide que emplacemos las baterías en la llanura de Waterloo para hacer frente a las tropas de Wellington. Eso o la ruina caracolera a golpe de multas.

Napoleón a caballo, obra de Jacques-Louis David

Como totalitaria que es, la ideología de género tiene mucho de pérdida del sentido de la realidad, incluso de negación de la realidad. Forma parte de ese delirio de todo sátrapa que lleva a extralimitarse en sus funciones de gobernante y meterse donde nadie le ha llamado.

Porque un gobernante no es más que un administrador de nuestros dineros y debe rendir cuenta de cómo lo ha hecho en esa junta general de accionistas que es el Parlamento. Punto. Para entendernos, es un empleado nuestro, al que hemos elegido para que gestione nuestro capital (repito nuestro, no suyo).

Eso no les autoriza a creerse dioses y  modificar la realidad, mediante la manipulación del lenguaje. A confundir el DRAE con el BOE y llamar matrimonio a algo que jamás ha sido matrimonio o a reescribir la historia, como hizo Zapatero con la Ley de triste Memoria.

¿Por qué lo hacen? Porque decidir quién tiene derecho a vivir y quien no (leyes del aborto), o que a un señor pueda exigir que se le trate como una señora, negando la más elemental de las evidencias, o que a los ninos varones se les ponga faldas y se les haga jugar con muñecas en la escuela es la forma suprema de poder arbitrario. Un poder absoluto, no sujeto a leyes naturales, ni a la razón, sino al capricho adolescente del tirano de turno.

Ni el más sanguinario tirano de la antigüedad, gozó de semejantes atribuciones. Lo más a lo que llegó el emperador Calígula fue a nombrar cónsul a su caballo Incitato, una fruslería comparada con la imposición, por decreto ley, de las dogmas de género a toda una sociedad, sin haberle consultado, con el más absoluto desprecio por la democracia.

Por eso son tan discriminatorias, tan profundamente injustas, decisiones como privilegiar a los transexuales, para viajar gratis en el Metro, como ha hecho la Comunidad de Madrid. No por ser pobres, o discapacitados o pensionistas; no, sino por su condición sexual. Una decisión que ya se tomó en tiempos de Esperanza Aguirre (¿no habíamos quedado en que era un bastión liberal frente al estatismo?), pero que la actual presidenta Cristina Cifuentes no ha cortado.

Cuando se pierde el sentido de la realidad, se vulnera uno de los pilares de la democracia: la igualdad de todos ante la ley. ¿Por qué los transexuales, por el mero hecho de ser transexuales, pueden gozar de ese privilegio y los demás no? ¿Te imaginas qué dirían si la Comunidad repartiese pases de metro gratis a los católicos, por el mero hecho de ser católicos? Nadie lo entendería, sería considerado, con toda la razón, un escandaloso abuso.

Esperamos del perfil regeneracionista de Cifuentes que suprima por completo los pases gratis a transexuales, acabando con ese privilegio

Pues lo mismo con los transexuales. O nos creemos que todos somos iguales ante la ley o no nos lo creemos.

Cifuentes ha tomado algunas decisiones de regeneración democrática muy positivas como acabar con el aforamiento de diputados, reducir su número en la Asamblea de Madrid o restringir el régimen de incompatibilidades. Y – en el tema que nos ocupa- ha reducido el número de pases gratis a miembros de la Asociación Transexualia desde 1.000 –que había concedido el Gobierno de Aguirre- hasta 38.

Es un paso en la buena dirección. Esperamos de su sensatez y de ese prometedor perfil regeneracionista que los suprima por completo, acabando con ese privilegio.

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