Hace diez años, estaba yo en un supermercado de Caracas cuando de repente, un familiar se me acercó y me dijo gritando: “Están repartiendo leche en polvo en el pasillo ocho. Por favor, corre y cómprame un paquete porque solo dan un kilo por persona”.
Yo salí corriendo y pude comprar uno de los últimos botes. De repente, alguien gritó: “Azúcar en el pasillo cinco”. Y salimos todos corriendo al pasillo 5. Cuando me apropié de mi kilo de azúcar, me entró un ataque de risa y dije. “Esto parece Cuba”.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY una anciana se volvió furiosa y me contestó. “No, señor. ¡Esto es Cuba!”.
Dese entonces, Venezuela ha ido pareciéndose más y más a Cuba.
Primero, fue la leche en polvo, el azúcar, la carne y los huevos. Luego, los productos de primera necesidad como papel higiénico. Y al final, los medicamentos, los repuestos de coches, y hasta el mismo papel moneda.
Con un tesón y una precisión dignos del mejor relojero suizo, los chavistas han ido desmontando la estructura productiva, económica, y social de Venezuela hasta convertirla en una copia de Cuba.
La moneda nacional –el bolívar– ya no vale nada en los mercados internacionales. El Estado mantiene un cambio fantasmal de 6 bolívares por dólar, pero en el mercado negro ha llegado a sobrepasar los 4.000 bolívares por dólar.
Ya es imposible conseguir hasta gasolina en el país que tiene la mayores reservas petrolíferas del mundo
La inflación ya llega al 1.700% anual, según el FMI. Las subidas salariales apenas compensan esa inflación. Los venezolanos son cada día más pobres. Ya es imposible conseguir hasta gasolina en el país que tiene la mayores reservas petrolíferas del mundo.
Maduro ha logrado destruir así a todo un país
Cuando Nicolás Maduro ganó las elecciones de 2013, yo escribí un artículo que se puede resumir así: «Este tipo es peor que Chávez porque es menos inteligente. Va a arruinar aún más al país».
Dicho y hecho. Más inflación, más escasez, más crímenes.
En 2015 se celebraron elecciones legislativas (no presidenciales), y previendo que el partido chavista iba a perder, Maduro realizó una movida maquiavélica. Adelantó los cambios en el Tribunal Supremo, de modo que puso a gente de su confianza en el alto Tribunal.
En efecto, los chavistas perdieron las legislativas pero siguieron controlando el poder Judicial (Tribunal Supremo) y el Ejecutivo (Maduro y su gobierno).
A partir de ahí, Maduro ha tratado sin descanso de destruir a la Asamblea.
Primero, el Tribunal Supremo suspendió cautelarmente a tres diputados de la oposición suponiendo posibles irregularidades en las elecciones. Eran tres diputados indios del estado Amazonas. Maduro desbarataba así la mayoría en la Asamblea.
Luego, a través del Supremo ha ido impugnando, anulando o suspendiendo a la Asamblea. El Tribunal, brazo legal de Maduro, llegó a declarar a la Asamblea en desacato desde el principio, pues la asamblea no reconocía las resoluciones del Tribunal afirmando que a ella la había elegido directamente al pueblo, pero a los jueces los había elegido Maduro. Como respuesta, se les cortaron los salarios a los diputados.
Pero la Asamblea ha resistido como ha podido, aunque no ha logrado ni siquiera que Maduro les presentara las cuentas nacionales.
Es más: según la Constitución que puso en marcha Chávez, el presidente de Venezuela se debe someter a un referéndum a mitad de su mandato. Chávez se sometió. Pero Maduro, conociendo que lo iba a perder, dijo que no habría referéndum. Por no haber, no ha habido ni elecciones a gobernadores locales ni elecciones municipales en 2016 y no las habrá en 2017.
Lo último ya ha desbordado el vaso. Debido a que Maduro se ha convertido en un dictador, la Organización de Estados Americanos (OEA), que integra a todos los países de ese continente, le amenazó con convocar la Carta Democrática, que es un mecanismo por el cual se vigila a un país que no cumpla con los derechos humanos, viole las reglas democráticas. La OEA puede expulsarle.
La Asamblea de Venezuela, los enemigos de Maduro, se agarraron a esta Carta Democrática como una de las pocas esperanzas para presionar al dictador.
Furioso, Maduro volvió a usar al Tribunal Supremo, el cual aprobó este semana una resolución por la cual suspendía a la Asamblea. La anulaba. Le quitaba todos los poderes, los cuales asume el Tribunal Supremo. Eso era dar todo el poder a Maduro.
Técnicamente, eso se llama ‘autogolpe’ de Estado, porque es lo mismo que hizo Fujimori en 1992.
Convertido en dictador, el Tribunal le había dado encima la posibilidad de suprimir a sus enemigos pues ha eliminado la inmunidad parlamentaria. De modo que Maduro podía ahora meter en la cárcel a sus oponentes, como ya ha hecho con su mayor enemigo, Leopoldo López, del partido socialdemócrata Voluntad Popular.
La reacción nacional e internacional ha sido unánime: golpe de estado. Puede llamársele golpe judicial, mini golpe o autogolpe. Pero es un golpe de Estado en toda regla.
Hasta la fiscal general de Venezuela (chavista) se rebeló diciendo que esa medida rompía «el hilo constitucional”.
La oposición ya estaba barruntando organizar manifestaciones, y la presión de la OEA y de los países latinoamericanos crecía por minutos.
Maduro sabe que si hay elecciones las perderá e irá a la cárcel, por eso lo más seguro es que no haya elecciones
Así que Maduro ha dado marcha atrás. El Tribunal Supremo decidió revocar su decisión, y restituir el poder a la asamblea.
Poder, repetimos, que no ha sido tal porque desde que se formó, la asamblea no ha podido hacer nada contra Maduro.
Las elecciones presidenciales se convocarán dentro de un año. Maduro las perderá e irá a la cárcel, como han ido otros presidentes latinoamericanos que abusaron del poder. Pero dado que él y los suyos creen que la revolución está por encima de las urnas, lo más seguro es que no haya ni elecciones. Maduro usará cualquier subterfugio para seguir en el poder. Decretará el estado de conmoción.
Así que a los venezolanos solo les queda rezar, resistir y hacer colas… salvo que se produzca un milagro.
* Carlos Salas, periodista hispano-venezolano, exdirector de El Economista y Metro entre otros medios, nació en Caracas y es un profundo conocedor de la realidad venezolana.