¿Han visto el anuncio del Foro Económico Mundial sobre nuestro futuro? Seguro que sí, ese de que no vamos a comer carne ni vamos a poseer nada pero vamos a ser muy felices, y cosas por el estilo. Nuestros mayores reunidos en Davos -en torno a una mesa, me la juego, en la que no faltará el solomillo- no están haciendo profecías, no hablan de un meteorito que va a chocar contra la Tierra, de algo inevitable, no: nos están advirtiendo del mundo que nos preparan.
Es lo que tiene de terrorífico esto del ‘Gran Reinicio’ (Great Reset), que cuando lo escribimos quienes lo tememos es pura conspiranoia facha, y cuando lo escriben ellos es un plan muy puesto en razón.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAsí se llama, ‘Covid 19: El Gran Reinicio’, un libro que lo explica todo y que ha escrito hace ya unos años Klaus Schwab, presidente y fundador del Foro Económico Mundial. Si tienen dudas, el plan tiene su propio apartado en la página del Foro de Davos en Internet. Y la prestigiosa revista Time le ha dedicado una reciente portada.
Esta inevitabilidad, reflejada también en la Agenda 2030 de Naciones Unidas, la compran nuestros políticos, desde los españoles de izquierda y derechita, hasta Boris Johnson, Joe Biden, presidente virtual de Estados Unidos, o el Príncipe de Gales. Todos quieren el Gran Reinicio que vende Schwab. Todos, esto es, menos Donald J. Trump, y esa es la razón por la que vale todo para quitarle de enmedio.
¿Qué es el Gran Reinicio? En suma, es la dictadura tecnocrática impuesta por una reducidísima elite: el “nuevo pacto verde”, la abolición gradual de la propiedad privada, una renta mínima garantizada a medida que casi todos los puestos de trabajo sean ocupados por la robótica y la inteligencia artificial, la liquidación de la libertad política y la limitación de la libertad de movimiento. Algo así como un estado de alarma sanchista pero para los siglos de los siglos.
De hecho, esta pandemia ha resultado tal bendición para los partidarios del Gran Reinicio, tan oportuna, que una tiene que entender, al menos, las más descabelladas teorías de la conspiración.
Las restricciones achacadas a la pandemia -confinamiento, prohibición de traslados entre países, regiones o ciudades, mascarillas por la calle…- vienen como anillo al dedo para estos planes.
En primer lugar, destruyen el empleo, el tejido productivo y las pequeñas y medianas empresas. Lo primero hace imperativo la renta mínima vital, además de colocar a la antaño autónoma clase media en una posición de indigencia ante los poderosos; lo segundo permite empezar casi de cero con un modelo supuestamente más ‘verde’ que, en la práctica, significa completamente insuficiente para mantener el nivel de vida al que estamos acostumbrados; y lo tercero deja el mercado libre para las multinacionales, cuyos presidentes forman parte precisamente parte de esta pequeña élite mundial que nos va a gobernar.
En segundo lugar, lo humillante de las restricciones nos ayudan psicológicamente a resignarnos a la arbitrariedad del poder y a la obediencia sin rechistar. No solo nos convierten en dóciles corderitos sino que convierten a muchos en miembros de una invisible Stasi privada que se encarga a gritos y amenazas de imponer la nueva disciplina.
Además, contribuye enormemente a acelerar la extinción, al menos, de nuestro mundo, el occidental. Si la tasa de natalidad estaba ya en el subsuelo, muy por debajo de la tasa de reemplazo necesaria para que un grupo humano no desaparezca a plazo fijo, ahora ya se ha despeñado definitivamente. Y ese es uno de los fines más obsesivos de esta caterva de ultramaltusianos como Schwab o Gates.
Es difícil tener hijos cuando ni siquiera tienes una casa en propiedad (o alquiler) y la que te asignan es un cuchitril unipersonal. Pero, sin llegar tan lejos, las propias restricciones ponen muy difícil a los solteros conocer a gente nueva y enamorarse, lo que suele ser una condición previa imprescindible para formar una familia.
La primera victoria de Trump, un tipo aborrecido por todos los poderes y con algunos rasgos personales bastante desagradables, solo se explica por el instinto de supervivencia de un pueblo que no quieren que le roben su vida, que intuye que se les está preparando un futuro aterrador, y que ha visto en el magnate neoyorquino una última tabla de salvación.