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Cruda realidad / Iglesias, el ‘odiado’: todo lo que necesita es amor

Pablo Iglesias durante una intervención en el Congreso. /EFE

Pablo Iglesias durante una intervención en el Congreso. /EFE

¿Por qué sucede siempre que quienes más brutales se muestran con el prójimo son luego los que tienen la piel más sensible para la ofensa ajena? Iglesias quiere -y ha conseguido que se acepte- que el Gobierno borre por las buenas los mensajes en redes que les critiquen o, en su curiosa formulación, los mensajes de ‘odio’.

Odio, qué cosa tan elástica, ¿verdad? Para ir acotando, y para saber de qué estamos hablando, cuenta OK Diario que el grupo parlamentario de Unidas Podemos no quiere que ningún diputado del Congreso llame «marqués de Galapagar» al vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias. Ah, carallo, gora sim entendo.

Ese ‘odio’ es, como probablemente sepan ya los lectores, el caballo de Troya con el que están demoliendo en el mundo entero esa cosa tan antigua, superada e incómoda para los poderosos, la libertad de expresión. Y está elegido con esa perspicacia de una clase política que, en esta como en tantas otras cosas, se ha echado en brazos de los creativos publicitarios para disfrazar la nueva tiranía. Porque convendrán conmigo que el odio es una cosa muy fea, ¿no?

La clave está en quién sea el intérprete de esa intención oculta. Y pueden apostar la finca a que no vamos a ser nosotros

Bueno, en realidad, no. En realidad, el odio no es más que el envés del amor. Si amas algo, odiarás lo que lo daña. Si amas la libertad, odiarás la esclavitud; si amas la paz, odiarás la guerra, y así sucesivamente.

Pero ‘odio’ es el recurso perfecto para estos tímidos tiranos, porque reúne dos rasgos imprescindibles para su fin: suena fatal -pones a tu opositor en la necesidad de defender el ‘odio’- y, sobre todo, es indefinido e invisible. Si alguien hace una crítica, ¿cómo puedo saber que la hace por ‘odio’? Pero, una vez más, ¿quién puede asegurar que se hace sin odio?

¿Ven por donde voy? Exacto: la clave está en quién sea el intérprete de esa intención oculta. Y pueden apostar la finca a que no vamos a ser nosotros.

De hecho, si una se para a pensar, a nadie se le ocurriría nadie tan difícil de asociar con el amor y su expresión como los de morado. Ya saben, los marqueses de Galapagar. Ya pueden llegar al propio gobierno de la nación cogiditos de la mano, que la pareja que gobierna unida permanece unida; ya pueden sacarse un pastizal, escapar del barrio obrero a una tranquila urbanización, una casa grande y bonita con su piscina y su tinaja y su pabellón para invitados; ya pueden ser bendecidos con tres hermosos niños cuyo porvenir se augura apacible y próspero, todo ello protegido las veinticuatro horas del día por agentes cuyo sueldo pagamos nosotros, que sin embargo siguen hablando los dos como si se acabasen de comer un limón.

Digo yo que serán exigencias del guion, porque quien se tome la molestia de echar un vistazo a los mensajes del partido en sus inicio, cuando Iglesias todavía presumía de vivir en Vallecas en un apartamento de protección oficial donde se extasiaba charlando con el panadero, a los mensajes que, en fin, auparon al partido y permitieron a los señores marqueses huir del panadero como si les persiguiese el diablo, no son exactamente del tipo que uno calificaría de amables o conciliadores.

No, ¿recuerdan? Eran del tipo de llamar ‘terrorista’ a todo el mundo, absolutamente a cualquiera, salvo los terroristas. Eran mensajes llenos de guillotinas para el Borbón y la sangrienta venganza del pueblo. Eran, en fin, los propios de esa ideología que anegó de sangre el siglo XX.

Como el invento lleva ya un tiempo funcionando en los países de nuestro entorno, como se suele decir, podemos hacernos una idea bastante precisa del tipo de mensajes que van a ser objeto de la ira del censor. Y ya les adelanto que serán una actualización del delito de blasfemia, más aún, de falta de la debida reverencia, a la religión oficial, convenientemente implícita.

La prueba la tenemos en redes sociales que también anuncian sus políticas censoras contra el ‘odio’, que cuelan alegremente amenazas de acabar con toda la raza blanco o el sexo masculino o la Iglesia Católica sin que nadie imagine ni remotamente que tal amenaza supone ‘odio’. No: odio es molestar al Régimen.

En sus viejos tiempos, Iglesias defendía la más sangrantes y repugnantes injurias, amparándose en la libertad de expresión pero, como suele suceder, no le parece tan sacrosanta cuando le afecta a él, del mismo modo que no le molesta que le cuiden la casa esa misma policía a la que calificaba de “matones de los ricos”.

En todo, en fin, es como la galería de fotos de la fiesta de El Español, en el sentido de que el poder nunca da tanto gustito como cuando permite al poderoso eximirse de lo mismo que impone a los demás.

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