Lo que son las cosas: el padre de los hijos de la ministra de Igualdad, esa que ve sexismo y discriminación en cualquier parte salvo en el hecho evidente de ser ministra por compartir lecho y mesa con el amado líder de Podemos, no solo está inmerso en un sucio caso judicial, sino que el juez del caso pide al Supremo que considere en él una «agravante de género».
La historia tiene sentido del humor o, si lo prefieren, arrieritos somos y en el camino nos encontramos.
A mí, qué quieren que les diga, lo del ‘agravante de género’ me parece un género de agravante bastante tonto que se da de bofetadas directamente con el concepto de igualdad. Si solo un sexo -lo del género, si les parece, se lo dejamos a los filólogos- puede incurrir en determinado agravante, la igualdad ante la ley de la que blasona nuestra Constitución se va a hacer puñetas.
En realidad es todo así, y por eso llevo diciendo desde hace años que la verdadera revolución se hace en el diccionario, haciendo que las palabras dejen de significar lo que hasta ahora han significado. Así, el ministerio de la Srta. Pepys que encabeza Irene Montero, ínclito vientre fecundo, se llama de Igualdad pero no es probable que me vaya a hacer tan rica como Ana Patricia o tan guapa como Amber Heard. Solo se ocupa de una igualdad, en teoría, que es la que debe imponerse a tacón entre hombres y mujeres, pero ni eso.
Ni eso, porque todas las medidas que anuncia -algunas, gracias sean dadas a quien corresponda, se quedan en el papel por pura ignorancia jurídica básica- tratan, precisamente, de imponer algún tipo de desigualdad que favorezca (en teoría) a las mujeres y menoscabe a los varones.
Pero ahí está, portada de Vanity Fair y liderando desde su chalet de Galapagar a las masas feministas desfavorecidas. Y digo yo que, para justificar cargo y sueldo, algo tendría que decir sobre su churri, no sé, que le va a hacer dormir en el sofá una semana, por lo menos.
Vivimos en tiempos de locura en los que la mujer es, por un lado, tan fuerte y capaz que se iguala a cualquier hombre y no necesita que se le proteja y, por otro, somos seres desvalidos que hasta una mirada ‘lasciva’ nos ofende y debe ser castigada
El titular del Juzgado Central de Instrucción 6 de la Audiencia Nacional, Manuel García Castellón, ha solicitado al Tribunal Supremo que investigue al vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, por delitos de descubrimiento y revelación de secretos, con agravante de género, daños informáticos y acusación o denuncia falsa y/o simulación delito en su gestión de la tarjeta del móvil sustraído a la que fue su asesora, Dina Bousselham.
Para García Castellón, los hechos que rodearon al robo del móvil de la exasesora se incardinan en un delito de descubrimiento y revelación de secretos pero le aplica un agravante porque entiende que «el hecho se habría cometido por razones de género».
Él es el juez y sabrá más, pero aquí el género no parece tener mucho que ver. Si acaso, en la excusa que dio el propio Iglesias para quedarse con la tarjeta más de un año. Dijo que lo había hecho para “proteger” a Dina, pobrecita damisela en apuros. Ahí le salió el hidalgo español del Siglo de Oro, lo que habría hecho Calderón con esa historia.
Pero eso es como serían las cosas si viviéramos en una sociedad que aún no hubiera perdido el juicio -el de la sesera-, pero gracias a los buenos oficios de esa izquierda radical de la que Podemos es especial exponente, vivimos en tiempos de locura en los que la mujer es, por un lado, tan fuerte y capaz que se iguala a cualquier hombre y no necesita que se le proteja y, por otro, somos seres desvalidos que hasta una mirada ‘lasciva’ nos ofende y debe ser castigada y que debemos ser amparadas por la ley en casi cualquier circunstancia de la vida.
Pero ya saben cómo va esto: los podemitas, ahora en el poder, han aprendido del presidente Sánchez todo lo malo, y si siempre han mentido con toda la boca y aplicado para sí lo que prohíben al resto, han descubierto ya que no hay límite, que todo está permitido y que cualquier contradicción, si les beneficia, es lícita. Se trata de la tribu, no de la coherencia o la realidad.
De hecho, uno puede oír en bucle la solemne declaración del amado líder en el debate electoral según la cual “apertura de juicio oral, dimisión, así de claro y así de concreto”.
Y así de falso, naturalmente.
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