Con los fenómenos de mucho alcance y profundidad, de esos que definen épocas, pasa que para apreciarlos a veces es más útil el detalle que el amontonar estadísticas; más revelador el caso pequeño que la explicación larga y prolija. Para lo que quiero hablar ahora, por ejemplo, basta una tobillera.
Me refiero a una de esas eléctricas, de localización, un milagro de la tecnología, imagino que no barata, que permite monitorizar en cada momento dónde está la persona que la lleva y registrar todos y cada uno de sus movimientos. Así descrita y aplicada a delincuentes en libertad provisional o con órdenes de alejamiento, parece una de esas innovaciones que podrían acercarnos a una sociedad más segura. Pero luego una lee que el terrorista islámico londinense que atacó a varias personas con un cuchillo -hasta ser reducido, no por la policía, sino por transeuntes ocasionales, no antes de matar a dos- llevaba uno de esos milagrosos artilugios y se le pasa la emoción. Oh, además el hombre tenía previsto ese día asistir como caso estrella a una conferencia sobre reinserción, pero ese detalle, esa guinda, es ya para nota.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa maravillosa tobillera, ese prodigio del ingenio, con lo que fue de ella, es un magnífico reflejo de nuestro tiempo, tan pródigo en posibilidades, tan rico en medios como falto de voluntad y absurdo en sus planteamientos. Una policía mil veces más atrasada, pero más realista, hubiera evitado la tragedia que, por lo demás, pudo ser mucho peor y fue detenida, para no falte ninguna nota surrealista, por un cuerno de narval, no exactamente el último grito en armas defensivas.
El tratamiento dado a la delincuencia parte de un concepto de la naturaleza humana radicalmente equivocado
Lo repetiré para los del fondo, que parece que no se oye: nada importan los medios, los efectivos, la planificación ni la organización si todo el planteamiento parte de algo distinto de la realidad. Y en esas, exactamente, estamos.
El tratamiento dado a la delincuencia parte de un concepto de la naturaleza humana radicalmente equivocado. El planteamiento con respecto al Islam parte de una ensoñación infantil con respecto a esa religión y lo que enseña a sus adeptos. El planteamiento con respecto a la inmigración masiva parte de una concepción de la diversidad y un desconocimiento de la naturaleza tribal del hombre que es de vergüenza. Y podría seguir ad infinitum.
Quienes no acabamos de ver la gracia de que se inunden nuestras sociedades con multitudes llegadas de culturas remotas en todos los sentidos, con otras visiones del mundo, de la mujer, de la sociedad tan alejadas de la nuestra como quepa desear, encontraríamos, sin embargo, más fácil de aceptar la inmigración en masa si, al menos, nuestros líderes no nos mintieran, y aquí uso ‘líderes’ en un sentido que va más allá de la política: nuestros ‘intelectuales’, medios, académicos, empresarios…
Por ejemplo, la granada arrojada contra un centro de MENAs. En escasos nanosegundos después de conocerse en términos muy vagos la noticia, se acusó directamente a Vox. Oyendo y leyendo lo que decían políticos y opinadores, tanto daba si era o no el propio Ortega Smith quien había arrojado el artefacto: Vox era el verdadero culpable. Ya saben: si un número ya cansino de recién llegados, al grito de “¡Alá es grande!”, desencadena una tragedia, lo primero que subrayan todos es el peligro de que se extienda la ‘islamofobia’, más terrible que mil bombas, porque no se puede generalizar y son todos lobos solitarios y su ataque no tiene nunca nada, pero nada que ver ni con su condición de musulmán ni con la de recién llegado de otra cultura que carece de la mínima razón para ser leal a la nuestra.
Pero, en cambio, el hecho mismo de que Vox no esté de acuerdo con la política de inmigración del Gobierno basta y sobra para hacerles a todos mancomunadamente responsables de cualquier salvajada, igual que cualquier tipo que asesine a su mujer -o, más a menudo, su ex mujer- es la prueba de que todos los hombres son maltratadores en potencia a los que hay que mantener bajo estrecha vigilancia. ¿Ven cómo funciona?
Bueno, a lo que iba. Se acusó inmediatamente a un presunto español nativo ‘radicalizado’ por Vox. En seguida surgió otra pista que hacía pensar en un ajuste de cuentas y, como autor, en un magrebí. Y cayó un manto de silencio sobre todo el asunto que dura hasta hoy. Si no fue un supremacista azuzado por Vox, ¿qué más da quién lo hiciera? Corramos un túpido velo.
Y esa es la sospecha que vuelve a tantos españoles a desconfiar de todo el asunto, viendo cómo los medios tienen un interés concreto en una única versión de los hechos. Se acusa a los enemigos de la inmigración de manipular con datos y anécdotas falsos, y es completamente cierto. Pero, ¿qué decir cuando son los que tienen la información en la mano y la ocultan, la ningunean, la tergiversan y la disfrazan? Si existen ‘fake news’ en las redes sociales o procedentes de pequeños blogs con más entusiasmo que capacidad o escrúpulos, ¿de quién es la culpa? Nadie da, por las buenas, más credibilidad a un espontáneos que escribe en las redes sociales que a una publicación de prestigio si el periodismo de nivel, en su conjunto, no tratara a sus usuarios como a niños pequeños a los que hay que ocultar los aspectos duros de la vida para que no hagan alguna tontería.
Si realmente creen eso, si creen que somos tan salvajes que tienen que ocultarnos la verdad o nos liaremos a tiros, lo primero que deberían hacer con semejantes trogloditas sería negarles el voto.