A Sánchez vienen a visitarle de vuelta, como el Fantasma de las Navidades Pasadas a Ebenezer Scrooge, sus declaraciones de antaño, concretamente aquellas en las que aseguraba que no podría dormir teniendo a podemitas en su Gobierno.
Desde estas mismas páginas vimos clarísimo que Pedro y Pablo eran dos gallos que difícilmente podrían convivir sin liarse a picotazos en el mismo corral, e incluso nos atrevimos a aventurar en su momento la fallida profecía de que el gran narcisista del PSOE nunca llegaría a meter en su gabinete al señorito de Galapagar.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraVale, fallamos: pero Sánchez debió habernos hecho caso. Ahora el desencuentro entre los ministros del PSOE y el adalid de los desheredados reconvertido en propietario de un hermoso chalet en Galapagar es ya imposible de tapar.
La gota que ha desbordado el vaso el pasado miércoles, ha sido un vídeo difundido por las redes por el partido de Iglesias en el que viene a decir que España tiene mucho de república bananera, enumerando las situaciones que no considera «normales» para un Estado democrático. Aparecen recortes de prensa e imágenes de, por ejemplo, la marcha del Rey emérito a Emiratos Árabes, el ingreso en prisión del rapero Pablo Hasél o el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial desde hace un par de años.
Para acabar de “arreglarlo”, el bocazas oficial de la formación, Pablo Echenique, se ha lanzado a Twitter para avivar un poco las llamas con este mensaje: “Pablo Iglesias puede dar las gracias de que, en España, el Estado no lo envenene con Polonio y solamente se le haya espiado desde las cloacas del Ministerio del Interior para fabricar basura falsa y adulterar las elecciones. En España hay plena normalidad democrática. Di que sí”.
Y, claro, en la sección socialista han saltado. El diario El Mundo informa del contundente comentario de un ministro o ministra, referido al líder podemita: «Se ha convertido en una caricatura que no mide ni su propio personaje”.
Entendemos el dilema de Pablo. Él ha venido a asaltar los cielos, y en el camino se ha encontrado dentro de un gobierno que le hace perder votos a espuertas
No es, desde luego, el único punto de desencuentro. La demencial ley trans que prepara ese ministerio que paga un sueldazo a la niñera de los Iglesias, irónicamente llamado “de Igualdad”, también ha levantado ampollas, especialmente en un sector del que se ha hecho abanderada la vicepresidente primera, Carmen Calvo, para quien el borrador contiene conceptos inasumibles para ellos y sin encaje en la legalidad española.
En la Cadena Ser confesó: «Me preocupa fundamentalmente que se pueda elegir género, sin más que la mera voluntad o el deseo, poniendo en riesgo los criterios de identidad del resto 47 millones de españoles». Y es que el texto procedente de ese ministerio que Iglesias ha regalado a la madre de sus hijos permite el cambio de sexo en el Registro Civil sin la necesidad de aportar un informe médico o psicológico que acredite «disforia de género», como se requiere hasta ahora, y sin haber seguido un tratamiento hormonal durante al menos dos años para acondicionar las características físicas, que también es obligatorio.
Pero nosotros entendemos el dilema de Pablo. Él ha venido a asaltar los cielos, y en el camino se ha encontrado dentro de un gobierno que le hace perder votos a espuertas. Todos los podemitas de primera hora, los que se emocionaban con el discurso de ese outsider que llegaba a la política cabalgando la ola del 15-M para limpiar la vida política, han visto cómo el amado líder engorda apoltronado en el poder. Ya es mortificación bastante para sus bases verle abandonar su piso vallecano de protección oficial para irse a vivir con la gente bien a una mansión con pabellón para invitados, pero que esté de segundón en un gobierno que ha arruinado España cuando su lema era “o César o Nada” es quizá demasiado. Ya solo quedan los inasequibles al desaliento o los paniaguados, favorecidos con la munificente lotería de cargos y carguitos que reparte displicente el líder, pero eso no da para demasiados escaños.
En el fondo, su esquizofrenia política, eso de estar en el ejecutivo y a la vez en la oposición, es la versión desquiciada del destino de la izquierda en todas partes. Toda su retórica es de barricada y oposición, y es difícil pretender que estás “contra los poderosos” cuando ocupas una vicepresidencia y varios ministerios. Por eso ahora necesita a toda costa distanciarse de las políticas menos demagógicas del propio gobierno del que forma parte, sin insinuar en ningún momento que vaya a dejar el despacho, con el frío que le espera ahí fuera. Ni loco.