Nuestro distrito federal, qué voy a contarles que no sepan, dio este martes la campanada, trastocando el panorama político, rompiendo mitos (como el cuñadismo politólogo de que la abstención beneficia a la derecha) y haciendo dudar universalmente del cacareado maquiavelismo de Iván Redondo, a quien el plan no le ha salido precisamente como el apellido.
Hay tanto que comentar y gente tan buena haciéndolo, que me voy a limitar a un repaso muy rápido de los tres ganadores y los tres perdedores entre las formaciones madrileñas, y empiezo ya.
Los ganadores
1. El Partido Popular. Arrasó. En todos los distritos, en todos los municipios salvo tres, fue la primera fuerza, lo nunca visto. El Cinturón Rojo se vistió de azul y ese sur al que un irónico Pablo Iglesias invitaba a Ayuso a visitarlo acabó de desnortar a los de morado con un corte de manga en urnas.
Y, sin embargo… Sin embargo, he dudado si poner al PP entre los ganadores, no les digo más. Si hubiera elegido hablar de personas, Isabel Ayuso figuraría con honores en el centro del podio sin problemas, pero como he optado por referirme a partidos, la cosa es harto más dudosa. De todos los resultados, ninguno dependiendo tan exclusivamente del candidato salvo, quizá, el de Unidas Podemos. Eso no obstó para que, en el balcón de la victoria, Pablo Casado se abrazase retóricamente a la triunfadora como un náufrago a una tabla.
Nunca he creído en esas tonterías feminazis del mansplaining, pero tengo que hacer una excepción con la intervención de Casado en la victoria de Ayuso: dejó a la responsable única del triunfo de segundo plato, después de un ridículo speech en clave nacional, como si aquello fuera un logro personal y el barrunto de una derrota inminente de Sánchez.
Y es gracioso, porque no es meramente que Ayuso haya arrasado sin la menor ayuda del partido; es que lo ha hecho muy a pesar del partido, podría casi decirse, contra el partido. Pretender que Ayuso obtuvo ese vendaval de votos con la plataforma estándar del PP es carcajeante, y solo hay que compararla con la de otros líderes autonómicos del PP o con el propio Casado.
Antes había estado a un tris de ser depurada, la colocaron allí porque no esperaban ganar las pasadas elecciones (de hecho, no las ganaron), la han descalificado y ninguneado en el partido todo lo que han querido y más y, lo más importante, lo que le ha dado la victoria ha sido hacer exactamente lo contrario que está haciendo Casado desde hace tiempo: romper puentes con Vox y demonizarlo, apostar por los pequeños empresarios frente al alarmismo pandémico y hablar sin todos esos pelos en la lengua que paralizan a su líder.
Si el giro copernicano de la derecha en España tiene un punto exacto de inflexión es el momento en que Monasterio le vio el órdago a Iglesias y le dijo que se largase
2. Vox. La victoria del PP ha sido tan sin precedentes que ha eclipsado el extraordinario logro del partido verde en estas elecciones, que ha conseguido subir ligeramente en condiciones dificilísimas. Visto en perspectiva, los de Abascal tenían por delante una misión imposible, con una presidente que encandilaba a muchísimos de sus propios votantes habituales y frente a la que, por las condiciones de emergencia política que vivíamos, no podía enfrentarse con excesiva dureza.
En esas circunstancias, no hundirse es una hazaña; subir, por poco que sea, es directamente heroico, y en buena parte achacable a una campaña de Monasterio que, no les mentiré, me ha sorprendido. Tengo para mí que si el giro copernicano de la derecha en España tiene un punto exacto de inflexión es el momento en que Monasterio le vio el órdago a Iglesias y le dijo que se largase. Y, efectivamente, se largó, esperemos que para siempre.
Probablemente, sin Vox no habría Ayuso, es decir, Ayuso sería más dependiente de su partido maricomplejines y de otras fuerzas más blanditas y su actuación no hubiera sido tan meritoria como para salir con bien del desafío. No lo sé, pero sí sé que la prefiero marcada por Monasterio y no por Edmundo Bal.
Esa es la mala noticia, el comunismo radical y de nuevo cuño como segundo partido en Madrid, primer partido de la oposición
3. Más Madrid. No pude, la noche electoral, quitarme de la cabeza la imagen de Íñigo Errejón sonriendo y acariciando un gato de Angora mientras musitaba: “¿Y ahora qué, Pablito?”. O enviándole sin parar por Whatsapp todos los memes de la noche que tenían a Iglesias por protagonista. El niño fue purgado y humillado de esa forma expresamente cruel que tanto gusta en las formaciones leninistas hacia los que osan cuestionar al líder, y la venganza ha sido cumplida. Mientras su antaño jefe tenía que retirarse con el rabo entre la piernas y la vanidad herida, el purgado se convertía en el segundo partido de la asamblea, la gran oposición de izquierdas.
Por supuesto, es Podemos, no es ninguna otra cosa. No hay diferencia alguna, y recuerdo que, cuando se fundó el partido, sus figurantes titubeaban incómodos cuando se les preguntaba por las diferencias. Es solo una batalla de egos, una plataforma para la vendetta, el clásico “Dodge City no es lo bastante grande para los dos”.
Esa es la mala noticia, el comunismo radical y de nuevo cuño como segundo partido en Madrid, primer partido de la oposición. La buena noticia es que, si bien creo que los resultados de los otros grupos son aproximada y vagamente extrapolables a la escena nacional, no así esta vanidad personal de Íñigo. Más Madrid, como Podemos, es fruto de una clase que apenas existe fuera de las grandes ciudades, el rojo burgués de Malasaña, el que puede seguir siendo muy rojo sin tener que dedicarle un solo pensamiento a la clase trabajadora. Mientras Podemos jugó a la mera protesta y engañó con la ‘transversalidad’, pudo meternos un buen susto a todos. Hoy ya se sabe de qué van, y lo peor puede descartarse.
Errejón, por lo demás, tuvo la discreción de quedar en segundo plano todo el tiempo y, sobre todo, de no denunciar amenazas con balas de cetme ni enviar a un trasunto del Pirrakas a tirarle piedras a los de Abascal.
Es la primera vez en la historia de nuestra democracia que el PSOE no está en alguno de los dos primeros puestos en las elecciones madrileñas
Los perdedores
1. El PSOE. Es la primera vez en la historia de nuestra democracia que el PSOE no está en alguno de los dos primeros puestos en las elecciones madrileñas. Y, siendo su candidato un mero comparsa gris al dictado de Sánchez, es perfectamente legítimo suponer que su caída fue un castigo al gobierno central.
A todo: a la gestión espantosa, a la indecente instrumentalización de las instituciones, a la propaganda de república bananera, a la vanidad grandilocuente, a la asociación con todos los que odian España. Pero también a las trampas para arrebatarle al PP las pocas comunidades que conserva en coalición y, muy especialmente, al modo en que ha enfrentado a España entera contra Madrid, esa “bomba vírica” que sembraba el terror bubónico en provincias cada puente.
Gabilondo, cuando despierte, ni siquiera recogerá el acta de diputado, como tampoco lo harán Bal e Iglesias. Menuda tropa.
2. Ciudadanos. Ha sido un sueño de tarde de verano, un relámpago en la noche; de la ilusión catalana a la debacle madrileña, ahora me ves, ahora no me ves y ha durado lo que duran las rosas. Toda la valentía que mostraron en sus inicios catalanes enfrentándose en solitario -tras la defección popular- a las hordas separatistas ha devenido en un suspiro en cobardía y vileza, conjurándose con el peor PSOE contra sus socios.
No hay mucho que decir. No dejarán mucho recuerdo porque no han vivido mucho y el pueblo madrileño ha castigado su indefinición y su traición de un modo casi automático.
3. Unidas Podemos. Unidas Podemos hace tiempo que tiene un poder, con su entrada en el gobierno de la nación, que para nada se corresponde con su respaldo popular, que se ha hundido casi tan deprisa como su fulgurante llegada. Nadie lo diría, pero hubo un tiempo en que Aníbal estaba a las puertas y un gobierno bolivariano parecía nuestro destino inapelable. Pero la llama que brilla con el doble de intensidad dura la mita de tiempo y ha demostrado ser un espejismo.
El partido es un reflejo de su líder, que ejerce lo que se llama un hiperliderazgo dado a las purgas brutales antes de tiempo y a la vista de todos. Su regeneración consistió en pasar de apartamento en Vallecas a chaletazo en La Navata y de denunciar el nepotismo de la casta a colocar a su churri en el Consejo de Ministros, todo un bluf.
Dejó la vicepresidencia del Gobierno porque salieron de Madrid, son un fenómeno prototípicamente madrileño y perder Madrid era perderse, y ahora que queda el último (salvó los muebles, admitámoslo), el niño que lo quería todo tira lejos el juguete. Tanta paz lleve como la que nos deja.
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