Puigdemont vende carnets de la inexistente república catalana.
Puigdemont vende carnets de la inexistente república catalana.

¿Ha leído la última oferta, señora? ¡Que me las quitan de las manos, oiga! Espere, que le pongo el anuncio oficial del ‘president’ Puigdemont en Twitter (traducción propia): “La República en tus manos. Ya he recibido la tarjeta con el QR de mi Identidad Digital Republicana. Pídela ya en el web del Consejo y vamos desconectadno del Estado. #IDRepublicana #PreparemNos http://consellrepublica.cat”.

Y no la ofrecen ni por cuarenta ni por treinta ni por veinte, oiga; doce miserables euros y es suya en formato físico, y por solo seis (¡perdemos dinero!) en formato meramente digital. Sí, vale, de acuerdo: sus promotores admiten que la tarjeta no tendrá carácter oficial alguno para poder llevar a cabo trámites con la administración, pero pretenden “que sea el punto de partida para construir a la larga una nueva “estructura de estado”, con la formación de un censo republicano que pueda quedar al margen del control y, sobre todo, del conocimiento de los poderes del Estado”.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Quiere una vieja y extendida tesis que el nacionalismo radical catalán no sería otra cosa que un intrincado sistema para ordeñar dinero a manta

Envidio a los catalanes, palabra. ¡Es tan emocionante! Aún recuerdo cómo temblaba de la emoción cuando recibí mi carné de pertenencia a la Patrulla Canina, allá por los 8 o 9 años. Y eso de escapar del “control de los poderes del Estado” te debe hacer sentir como un miembro de la Resistance en 1944.

Quiere una vieja y extendida tesis que el nacionalismo radical catalán no sería otra cosa que un intrincado sistema para ordeñar dinero a manta para el entramado mafioso antaño liderado por Jordi Pujol y su genial 3%, y que el mismo ‘procés’, escenificado como versión cutre de la escena cumbre de Los Miserables el 8-O, sería la huida hacia delante, a la desesperada, cuando le vieron las orejas al lobo.

Pero, como explicación global del fenómeno independentista, esta tesis tenía como defecto fatal el ser groseramente incompleta. Toda estafa inteligentemente tramada se basa en explotar una debilidad de la víctima potencial. En el caso del ‘tocomocho’, por ejemplo, o de los esquemas piramidales, se explota la codicia del sujeto, que espera ganar con poco o ningún esfuerzo una cantidad de dinero muy superior a la que arriesga. Y ¿qué debilidad podrían estar explotando los nacionalistas para alzarse con el santo y la limosna quedando, encima, como mártires de la causa?

El sentimentalismo. Hay una amplia opinión “independentista” (luego explico las comillas) en Cataluña, en parte resultado de décadas de machacona propaganda a costa del presupuesto (de sus impuestos también, querido lector de Murcia o Lugo) a través de medios del régimen, educación, cultura oficial, etcétera, en ningún momento contrarrestada por mensajes del Estado en dirección contraria.

Ha sido la única voz, y eso siempre acaba calando, tanto más cuanto se sustenta en dos realidades antropológicas universales y muy arraigadas: el amor natural por lo propio (el recelo de Villaarriba hacia los habitantes de Villaabajo) y la necesidad de sentir orgullo patrio (algo proscrito para la identidad española), unidos a la tendencia que todos tenemos a buscar chivos expiatorios y causas sencillas de todo lo que no va como nos gustaría. Es hacer de España, de la pertenencia a España, lo que para el feminismo es el Patriarcado: la causa y raíz de todos los males.

Pero incluso en estos tiempos de predominio de la ‘rauxa’, en el fondo del catalán medio aún anida un resto de ‘seny’, cierta sensatez y sentido práctico que le susurra que la independencia de verdad, la fetén, es altamente improbable y un poco absurda en los tiempos que corren, que van en sentido contrario, y que separar algo que lleva tantos siglos unido tiene todas las papeletas para acabar como el rosario de la aurora, y estamos demasiado gordos para liarnos a tiros o afrontar verdaderos sacrificios como suele suceder en las secesiones por las bravas.

Así que le vale la “República de los ocho segundos” de Puigdemont, que no duele ni causa demasiado lío y te permite aún planificar las vacaciones en Llafranc.

Y eso es lo que se les vende, en una espiral de cutrez que llega (por ahora) a su cénit con la ‘oferta’ de Puigdemont.

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