Imagen referencial / Pixabay
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A poco de empezar esta pandemia que ha cumplido ya un añito y pronto empezará a hablar, comenté mi extrañeza ante lo raro que era este virus, el más ideológico de la historia de la Medicina, que se extendía como un fuego en hierba seca cuando se reunían cuatro gatos para protestar contra el gobierno o en un mitin de Donald Trump, pero que se mantenía inofensivo como un corderito cuando las feministas o los chicos de Black Lives Matter se hacinaban para montarla parda.

Ahora, tras un estudio exhaustivo y prolongado, tengo nuevos datos epidemiológicos que ofrecer al lector en absoluta primicia: el SARS-COV2 odia que lo pasemos bien. La tristeza es la mejor protección contra el virus, mientras que la alegría de vivir se convierte en el modo más seguro de afianzar la cuarta ola (o la décimonovena, que todo se andará).

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Al menos, así parecen entenderlo los anónimos ‘expertos’ que, encapuchados y reunidos en un tenebroso sótano al que llegan tras musitar una contraseña, asesoran a nuestras autoridades. Díganme, si no, qué es esto de que las ordenanzas del ayuntamiento gallego de Ferrol dirigidas a combatir la cuarta ola de la pandemia prohíban saltar y correr por la calle.

¿Cómo es la cosa? ¿Qué extraño mecanismo biológico hace más propenso al contagio, o a la extensión del virus, a un organismo a partir de determinada velocidad? Este alcalde (socialista, apenas hay que decirlo) merece un Nobel de Medicina si logra explicar cómo aumenta la morbilidad cuando los cuerpos se despegan momentáneamente de su sujección al suelo.

Por supuesto, solo hay un tipo de personas que vayan corriendo o dando saltos por la calle de forma más o menos regular: los niños. Es decir, los sujetos que, siendo los menos afectados estadísticamente por la enfermedad, están entre los que más están sufriendo las restricciones pensadas (¿?) contra ella.

Qué alegría, gastarse una pasta en invitar a tu pareja a cenar o a tus amigos a unas copas para pasar la velada en silencio, como si el local fuera el refectorio de un convento cartujo

Pero una golondrina no hace verano, y quizá juzguen ustedes que podría tratarse de una peculiaridad ferrolana o gallega, como la muñeira. Pero no, va camino de hacerse universal en nuestro país la denodada lucha de nuestro gobierno contra la joie de vivre. Así, el Ministerio de Sanidad acaba de elaborar un informe sobre el coronavirus en el que llega a la conclusión de que “una medida sencilla y eficaz para reducir el riesgo de contagio es el silencio”, y lo quieren aplicar en la hostelería de Madrid y del resto de comunidades.

Imaginen qué alegría, gastarse una pasta en invitar a tu pareja a cenar o a tus amigos a unas copas para pasar la velada en silencio, como si el local fuera el refectorio de un convento cartujo. No digo que esto no abra interesantes oportunidades de negocio; ahora mismo estoy pensando en montar una red de academias que enseñen el idioma de los sordos, al que supongo que no tendrán nada que oponer nuestros solícitos amos. Pero, no sé, tengo la sensación de que los planes de salir a tomar algo van a perder mucho de su atractivo (salvo, quizá, cuando tenga que quedar con mi suegra).

Dice el informe oficial que, “en los restaurantes, mientras se está comiendo, es recomendable mantener unos niveles de ruido bajos (no poner música ni televisión) con objeto de reducir el tono de voz de las personas”. Una juerga, vaya.

No sé a ustedes, pero a mí me está empezando a dar la sensación de que nos quieren tristes más que vivos. Lo segundo no parece entusiasmarles tanto, vista la prisa que se han dado por aprobar la ley para dar matarile a los ancianos y las facilidades para matarse incluso a domicilio. Y este estado policial de depresión generalizada despierta en no pocos el más feo de los vicios, la envidia, que en mi infancia oí definido como “tristeza del bien ajeno y alegría de su mal”.

Son la Stasi de gratis, el KGB amatteur que se extiende por toda España. Así, leo que la Policía de Lugo localiza a un viandante sin mascarilla y fumando, tras recibir un aviso desde Alicante. “El 092 recibió un aviso de una persona residente en Alicante, y que alertaba de que estaba viendo un vídeo en directo a través de redes sociales, en el que un viandante caminaba por una calle de Lugo, sin usar la mascarilla y fumando”.

En serio, ¿quién puede querer vivir en un país así? Ni los propios políticos que lo imponen, y que encuentran las excusas más peregrinas para tomarse unas vacaciones como las de antes. Todavía hay casta, señor mío.

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