Cuando usted lea esto, ya será obligatorio llevar mascarilla en todo momento fuera de casa. Ya puede estar paseando por la más solitaria de las callejuelas o por un prado interminable a solas, que tienes que ir con el tapabocas por el ordeno y mando del Gobierno Sánchez.
Sí, ese mismo adminículo que hace solo unos días, muy pocos, nos estaban diciendo con la misma autoridad, desde el mismo atril, que no servía de nada y que llevarlo por la calle no solo era inútil y ridículo, sino insolidario porque lo estábamos hurtando de los que sí lo necesitaban, los sanitarios.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNaturalmente, los opinadores que piensan con el taxímetro encendido, a tanto la loa, y los seguidores lacayunos de este Ejecutivo, que ya tienen que consultar cada mañana el parte para saber qué les toca pensar hoy, siempre con la misma superioridad insultante, decían exactamente lo mismo, con el mismo desparpajo que ahora dicen lo contrario.
Por ejemplo, la profesor de Derecho Constitucional Argelia Queralt, que ayer retuiteaba (sin comentario, lo que es de agradecer) el anuncio del Ministerio de Sanidad con la orden de enmascaramiento obligatorio y a finales de febrero escribía en la misma red social: “Personas con mascarilla en el tren. Dan ganas de levantarse y gritar “oiga, QUE NO SIRVEN PARA NADA”, “Lean un poco medios serios!” Buf… qué malamente estamos”.
Sí, Argelia, muy malamente. Quizá no estuviéramos mucho peor si hubieras montado el numerito, pero al menos nos hubiéramos divertido. Pero ser progresista es no tener que decir nunca “lo siento”, salvo que una tenga la osadía de contradecir lo que dice algún, ejem, “medio serio”.
Y, sin embargo, yo estoy bastante de acuerdo con la Queralt de febrero, con el Fernando Simón de ayer, con el Dr. Fauci -el Simón americano- que se reía en vídeo de los que defendían llevar mascarillas en público (también él ha visto ya la luz).
La mascarilla no tiene mucho sentido. Para empezar, es un disparate llevar durante horas un trapo que te hace respirar el mismo dióxido de carbono que expulsas y tragarte los virus de los que quiere deshacerse tu organismo por nariz y boca. Para seguir, estamos hablando de un virus, de un organismo microscópico para el que esa tela tiene pases del tamaño del portalón de la Catedral de Burgos.
Con la mascarilla puesta nos sabemos más rebaño, como si nos hubieran extirpado la dignidad con la expresión de nuestro rostro
Por lo demás, esa obligatoriedad se da de bofetadas con todas las diminutas libertades que ya se permiten o aún se toleran. Se puede tomar una caña en la terraza de algún bar rumboso y valiente que aún no haya echado el cierre por ruina. ¿Me quieren explicar cómo se toma una la cerveza con una mascarilla (obviaré el caso de que se acompañe con una tapa de tortilla)? En el momento en que te la subas para dar un trago, 1) estarás vulnerando la ley y exponiéndote a la ira de las charos y 2) habrás anulado de un plumazo todas las supuestas defensas anticontagio de la mascarilla.
Y no, no tiene sentido alguno si lo juzgamos como medio para detener los contagios. Pero hace tiempo que dejé de creer que fuera ese el objetivo prioritario del Gobierno en sus caprichosos mandatos (concretamente, desde el minuto uno). No, creo que el objetivo es muy otro.
La mascarilla es útil porque es humillante. Nos enseña a obedecer y permite identificar fácilmente y de lejos a los díscolos, con el efecto colateral de fomentar la delación de la Stasi de los balcones. Con la mascarilla puesta nos sabemos más rebaño, como si nos hubieran extirpado la dignidad con la expresión de nuestro rostro.
La mascarilla, como en el sueño de un comunista maniaco, nos homogeneiza, nos iguala. No hay feos y guapos, no hay expresiones inteligentes y caras de tonto. Somos tan indistinguibles como borregos, tan anónimos como androides fabricados en serie.
La cara, dicen, es el espejo del alma, lo más parecido a la expresión del espíritu que nos anima. La máscara nos roba eso. Nos deshumaniza, nos roba la personalidad, nos hace pastoreables.
Si yo tuviera que hacer un ensayo en el mundo real para saber hasta qué punto está preparada la sociedad de hoy para aceptar un férreo totalitarismo basado en el miedo, no se me hubiera ocurrido nada mejor.