Pedro Sánchez lo llamó “rendición de cuentas”, pero el balance del año de Gobierno fue una tomadura de pelo, un monólogo y no ante el Parlamento -que es donde toca rendir cuentas en una democracia- sino en La Moncloa, igual que Maduro lanza sus discursos atrincherado en el Palacio de Miraflores o Chávez lanzaba sus Aló presidente mofándose en la cara de los pobres venezolanos.
Al verle contar mentiras sin pestañear, vender como éxito un año calamitoso para los españoles, y reírse de nosotros dan ganas de preguntarle: Vamos a ver, señor Sánchez, ¿pero usted de qué lado está? Porque tal parece que gobierna en contra de nosotros, para hundirnos en la miseria y hacernos la vida imposible.
En las cenas navideñas de estos días siempre hay cuñao que te dice “¿te crees que tú lo hubieras hecho mejor que ellos, pedazo de fariseo?”
Esta nos lleva de la mano a otra pregunta: ¿Tenemos derecho a protestar cuando lo hemos elegido nosotros -no exactamente todos nosotros, pero si una mayoría de nosotros-? Y esta pregunta suscita otras dos: ¿tenemos los políticos que nos merecemos?, ¿no son un reflejo de la sociedad? Si son corruptos -como Iglesias y Moderna- es porque la sociedad es más o menos corrupta; si se aprovechan del poder para mangonear y apoltronarse es porque nosotros, si tenemos oportunidad, también lo hacemos; si… etc. Y en las cenas navideñas de estos días siempre hay cuñao que te dice “¿te crees que tú lo hubieras hecho mejor que ellos, pedazo de fariseo?”, “ya me gustaría verte en el lugar de Salvador Illa, a ver cómo gestionabas lo de la pandemia”
La cuestión es si nosotros la gente corriente, los que no tenemos cargos ni responsabilidades políticas somos siempre más sensatos y más razonables que los gobernantes; y si ellos son siempre unos desaprensivos y unos ineptos, que en cuanto beben la pócima del poder se transforman en unos monstruos corruptos y ambiciosos. “¿De dónde te crees que salen los presidentes y los ministros? ¿eh?” te espeta el típico cuñao con la intención de que te rindas y termines dándole la razón.
¿Qué es antes: el huevo o la gallina? ¿Son los gobernantes malos por naturaleza o lo son porque salen de la sociedad? La respuesta no es fácil porque se mezclan varios temas complejos: la democracia, la soberanía popular, y la educación.
Pero yo a ese cuñao hipotético -que parece un topo a sueldo de Iván Redondo infiltrado en la familia- le diría las siguientes tres cosas.
Primera, la responsabilidad última de la mala gestión no es del ciudadano, sino del señor que ha elaborado e impulsado un decreto ley, o ha destinado una partida económica para un determinado proyecto. Vale, sí, la responsabilidad remota es de una mayoría de ciudadanos que ha votado por el PSOE y Podemos (o al PP, cuando gobernó), pero es demasiado difusa y vaga comparada con la responsabilidad próxima -y concretísima- de quien, pongamos por caso, decide estrangular económicamente a los autónomos o decretar un confinamiento que condena a millones al paro.
Diríamos que la del ciudadano es una responsabilidad in eligendo, igual que la de los contrapesos del poder (oposición, jueces, medios de comunicación) es una responsabilidad in vigilando, pero se trata de responsabilidades penúltimas. La responsabilidad última es la de quien aprieta el botón. Los que se sentaron en Nuremberg eran los jerarcas nazis, no el panadero de Dusseldorf que votó al Partido. La responsabilidad última fue la de Luis Roldán no la de los votantes del PSOE, o la de Luis Bárcenas, no la de los electores del PP.
Segunda, lo de la soberanía popular es una teoría preciosa que las leyes electorales se encargan de distorsionar y enturbiar. No existen procedimientos electorales puros, todos tienen inconvenientes. Si, por ejemplo, en la España de la Transición se quería reforzar a nacionalidades y nacionalismos, no había otra que dar más valor al voto de los ‘peneuves’ y los ‘cius’. Convertidos en árbitros de la gobernación, los separatistas vascos y catalanes han chantajeado a los Gobiernos centrales obligándoles a adoptar políticas que no compartían buena parte de los electores. Y como el multipartidismo no favorece las mayorías absolutas, los pactos para formar Gobierno suponen, muchas veces, traicionar al votante. Sería un insulto para este decir que es responsable de las decisiones de esos Gobiernos.
El tercer argumento es que, frecuentemente, el político de turno incumple su programa electoral en cuanto llega al poder. En parte por presiones de superestructuras varias -Unión Europea, Naciones Unidas, corporaciones mundialistas, lobbies bancarios. o ¡ejem, ejem! farmacéuticos-; en parte porque ha mentido para poder escalar hasta el Gobierno. Pasó con Felipe González que gozó del apoyo de la izquierda pacifista con su “OTAN de entrada no” para llegar a la Moncloa y luego terminó teniendo a Javier Solana como secretario general de la misma; pasó con Zapatero que prometió que apoyaría a la familia y cuando llegó al Gobierno… la primera en la frente: demolió el concepto de matrimonio con la imposición del gaymonio; y el progenitor A y el progenitor B.
¿También el ciudadano medio es responsable de esos cambios de opinión del político? ¿Acaso hay un clamor popular para que el gobernante de turno fría a impuestos al empresario, al trabajador y al consumidor, por poner un ejemplo?, ¿era una necesidad acuciante el matrimonio homosexual que impuso Zapatero?, ¿había necesidad de que el mismo Zapatero desenterrara el fantasma del guerracivilismo, con la Ley de Memoria Histórica, sembrando la discordia entre los españoles, cuando hacía décadas que se había hecho un esfuerzo por pasar página en la Transición?… y podríamos seguir con otras muchas cuestiones que demuestran que no es el ciudadano el responsable de muchos desaguisados sino el político.
La ley Celaá es una norma urdida no ya a espaldas de los ciudadanos, sino en contra de los ciudadanos. La prueba es que se ha elaborado sin contar con la comunidad educativa, los profesores y los padres
Un ejemplo palmario lo tenemos ahora en la Ley Celaá. Se puede decir que es una norma urdida no ya a espaldas de los ciudadanos, sino en contra de los ciudadanos. La prueba es que se ha elaborado sin contar con la comunidad educativa, los profesores y los padres. En contra de la Constitución -que nos dimos todos los españoles-, al no reconocer el derecho de los padres a elegir la educación para los hijos. Y en contra de los criterios pedagógicos más elementales. No hay por donde cogerla. Parece pensada por el peor enemigo del estudiante para que lo que salga de las aulas sea un zote.
No hay más que ver cómo rebaja considerablemente el nivel de excelencia exigible en el curriculum académico. En línea, por cierto, con anteriores leyes educativas de los socialistas, troca el conocimiento por adoctrinamiento, castiga el esfuerzo y premia la vaguería y la picaresca. Como dijo en su momento el escritor y periodista Antonio Pérez Henares: “Si te saltas un semáforo no te dan el carnet de conducir pero si suspendes una asignatura te hacen bachiller y si plagias una tesis, doctor”.
Está claro que lo que le interesa al Gobierrno no es mejorar el aprendizaje sino practicar la ingeniería social. Y desactivar así los resortes intelectuales de la ciudadanía. El objetivo de mucho gobernante es disponer de una masa lanar, ágrafa y sumisa, gracias al lavado de cerebro en parvularios e institutos; y atontada gracias a una televisión telecontrolada y teledirigida. Fíjense que ya no hay en España teles disidentes, y cuando digo disidentes digo críticas de verdad -lo que fue Intereconomía TV-. Lo que hay es un duopolio televisivo complaciente con el poder -excepto Vicente Vallés haciendo de Davy Crockett en El Álamo-.
Y con una sociedad así, amorfa y obediente, se puede conseguir lo que quieras. ¿Que toca jurar las Leyes Fundamentales de la Ideología de Género?, se jura. ¿Que toca confinarse, aunque la economía se hunda? se confina. ¿Que toca hacerse el harakiri, con leyes directamente asesinas como la de eutanasia? a mandar, que para eso estamos.
Es lo que tiene el arte de meterse, con la Enciclopedia Sánchez, en las cabecitas escolares y con el Aló presidente en la cabeza de los telespectadores: consigues hacer de los españolitos mascotas leales y hasta cariñosas.
No sé si he resuelto la ecuación: ¿qué es antes el huevo o la gallina?
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