Cuando Felipe II fue proclamado por las Cortes de Tomar rey de Portugal, se acuñó una medalla en una de cuyas caras aparecía el lema Non sufficit Orbis, es decir, «el mundo no basta». Los dominios del monarca español alcanzaron su máxima extensión en Europa, América, África y Asia, y las flotas de ambos reinos surcaban todos los mares del globo.
Entonces, los reyes escogían lemas tan impresionantes como hermosos. Tanto Monta, de Fernando el Católico, Fiat iustitua et pereat mundus [Que se haga justicia aunque perezca el mundo], de su nieto el emperador Fernando I, Nutrisco et extingo [Lo alimento y lo pago], de Francisco I de Francia. Y el más conocido de todos: Plus Ultra [Más allá], que como explico en mi libro Eso no estaba en mi libro de Historia del Imperio español no se elaboró para conmemorar el descubrimiento de América, sino para ensalzar el ascenso de Carlos de Habsburgo a la corona del Sacro Imperio y al trono de España y sus Indias.
Hasta la Gran Guerra de 1914, los pueblos europeos se disputaban el control del mundo. Los españoles y portugueses soñaron con liberar Jerusalén. Los rusos planearon la conquista de Constantinopla y se establecieron en Alaska. Los británicos dominaron la India con un puñado de soldados. En la corte del emperador de China, conspiraban portugueses, españoles y neerlandeses…
La globalización debería ser una de las bajas de esta pandemia. El traslado de industrias a Asia ha debilitado a Europa
Y todos esos planes y sueños, se han agotado, hasta desaparecer. ¿Qué queda hoy de esos europeos? Sus descendientes, quizás agotados de tanta gloria y asustados por las dos guerras mundiales, se preocupan más de sus pensiones y de reducir el tiempo para su jubilación. Semejante cambio se puede observar en las novelas y películas. De Tres lanceros bengalíes y Patton a Los viernes al sol y Transpotting.
Los españoles, siempre en lo más alto o lo más bajo, han pasado de afirmar que el mundo se les quedaba pequeño a resumir sus vidas de gatos capados con el grito feminista de «Sola y borracha, quiero llegar a casa».
Y varias de quienes lo gritaron en las manifestaciones del 8 de marzo y las anteriores (porque hubo más manifestaciones el sábado 7), ya han conseguido agonizar y morir solas, en sus casas o en hospitales. Esperamos por el bien de sus almas que al menos no lo hicieran borrachas.
Los europeos han pasado de querer dominar el mundo a preocuparse de sus pensiones de jubilación
Esta epidemia global ha expuesto la debilidad de esa Europa cuyas oligarquías la presentaban a principios de siglo como un modelo de soft power, justo y equilibrado, para los hinchados por la carne roja, el whisky y el vodka EEUU y Rusia.
Los plutócratas, los gobernantes y los periodistas del mundo occidental recibieron en 2017 en Davos al tirano comunista chino Xi Jinping como la gran esperanza del libre comercio. Ahora reciben con el mismo entusiasmo las mascarillas sanitarias que vienen de China.
Esta emergencia confirma que el traslado de industrias de EEUU y Europa a China ha sido un descomunal error, aunque haya enriquecido a una miríada de ejecutivos y consultores, amparados en la excusa de la reducción de costes y la transición a la democracia a través de la formación de una amplia clase media.
China, que ocultó durante semanas la gravedad del virus, ahora se presenta como un modelo de solidaridad y de protección de sus súbditos
Si en vez de una pandemia, estuviéramos viviendo una guerra, nos daríamos cuenta que hasta las gorras de los soldados vendrían de China o cualquier otro país asiático al que acuden los europeos a pasar sus vacaciones, como Indonesia y Vietnam. A Pekín le bastaría con cerrar el estrecho de Malaca, por donde rondaba Sandokán, o sus puertos, para que la OTAN tuviese que rendirse.
Ojalá una de las bajas de esta plaga sea la globalización que reduce a los europeos a jubilados y hoteleros de los chinos y árabes ricos, aunque hay muchos intereses a favor de mantenerla, incluso a costa de vidas.
Mientras el Gobierno social-comunista no sabe dónde apilar los 800 muertos que se producen diariamente (y que seguro que son más), algunos ya están preparando la que el ministro Manuel Castells llama “la posguerra”. Éste, que no debe de estar muy ocupado, pues ha escrito una tribuna para La Vanguardia, nos anuncia, entre cursiladas como “una nueva filosofía espontánea del placer infinito de las pequeñas cosas”, “una fiscalidad inteligente adaptada a nuestro tiempo” y un “Estado del Bienestar desburocratizado”.
Toca defender lo cercano, lo que nos define frente a la Bestia: nuestro Dios, nuestra patria y nuestra familia
El diputado podemita Gerardo Pisarello, secretario del Congreso de los Diputados, se propone aprovechar los más de 8.000 fallecidos ya constatados para aplicar su programa bolivariano: “Se trata más bien de escuchar lo que están planteando movimientos como el feminismo o el ecologismo y de aprovechar (sic) la crisis para poner los cimientos de una economía distinta: más cooperativa, que priorice lo público, lo común, y que se plantee la reversión urgente del calentamiento global, de la desigualdad social y de la proliferación de los recursos de destrucción masiva”. ¡Cómo chapotean en la sangre los rojos!
Pero no se trata de los españoles. Las instrucciones vienen de muy lejos. En una de esas webs que expanden consignas y que financian las grandes fundaciones, como la de la familia Soros, se ha publicado un artículo de una periodista interesada en el ‘queer communism’ (reconozco que ignoro en qué consiste), titulado “La crisis del coronavirus demuestra que es el momento de abolir la familia”. Por su egoísmo dado que sus miembros se preocupan antes por ellos que por los demás; por su condición de pilar del capitalismo; etc.
Los planes contra el cristianismo, la familia y la propiedad implican la eliminación de la pequeña libertad que aún nos queda. Ya se difunde el comentario de que resulta más efectivo para proteger a la gente un régimen como el chino, de un único partido, una única ideología y un capitalismo despiadado.
Los ‘guerreros del bien’ van a usar la pandemia como excusa para aplastar la menguante libertad de las sociedades europeas y americanas
Cuando en naciones como España el paro afecte a millones de personas la receta aumentará en intensidad. Hoy el control completo de los individuos es posible gracias a la tecnología de datos, y más si se nos despoja de nuestra intimidad y hasta de nuestro dinero en metálico con la excusa de que todo estará en nuestro móvil.
El Poder nos quiere viviendo solos y en piso compartido, disimulando nuestra frustración con viajes de fin de semana y Facebook, y consumiendo, mucho, mucho, mucho.
Ya que he citado a varios malos, voy a citar a uno de los buenos, Enrique García-Máiquez: “Hay un subterráneo choque de civilizaciones, que los que amamos nuestra tradición no podemos perder ni en lo sanitario ni en lo económico ni en lo cultural ni en lo moral. Exigirá esfuerzos tremendos de trabajo e inteligencia, y será, como en Salamina, ‘la lucha por todo’”.
Toca apretar los dientes y defender lo cercano, lo que nos define frente a la Bestia: nuestro Dios, nuestra patria y nuestra familia.
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