Hace unos meses conocí a Lidia Falcón, la líder del Partido Feminista. Tuve con ella una interesante conversación sobre la influencia de la teoría queer en la legislación española sobre transexualidad. La verdad es que me causó una impresión extraordinaria y, tanto la persona que me acompañaba como yo, quedamos impresionados por su rigor intelectual, su amplísima cultura y su fino sentido del humor.
Hubo un momento de la conversación en la que Lidia dijo que está discusión abierta por los ideólogos del género sobre “qué es ser mujer”, le recordaba a las discusiones sobre el sexo de los ángeles, que tenían lugar en la Constantinopla sitiada por los turcos
Y es que, durante miles de años los seres humanos nos hemos dividido en varones y mujeres, aceptando de forma absolutamente pacífica que los que tenían órganos sexuales masculinos eran varones y los que tenían órganos sexuales femeninos eran mujeres. El hecho biológico de que la mujer es la hembra de la especie humana y que, como el resto de las hembras de la clase de los mamíferos, tiene la capacidad de gestar y alimentar a sus crías, es una realidad científica indiscutible. Una persona mujer no es mujer por sentirse mujer, sino por tener órganos sexuales femeninos.
Espero que los europeos no tardemos tanto tiempo en reaccionar y seamos capaces de abandonar estas absurdas discusiones que no hacen nada por solucionar los graves problemas que tenemos
Cuando comento esto con personas bien intencionadas me comentan siempre que aunque eso es cierto, no se puede negar que existen personas cuyo sexo psicológico no se ajusta a su sexo biológico y eso les causa un gran sufrimiento. Y yo les digo que, por supuesto que eso existe. Se llama disforia de género y está recogido en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Y no está incluido como una enfermedad, ni siquiera como un trastorno, sino como una disforia. Que se define como situación desagradable o molesta producida, en este caso, por sentirse de un sexo y ser de otro.
La incidencia de la disforia de género en la población en ambos sexos es de 1 entre 10.000 personas. A las personas que están en esa situación por supuesto que habrá que darles una solución. Pero tendrán que ser los médicos, no los políticos ni los filósofos, los que tengan que decir cuál es el tratamiento que hay que dar a estas situaciones.
Pero lo que es absurdo es hacer de la excepcionalidad la normalidad y, por un fenómeno que se da en una de cada 10.000 personas, eliminar la relación entre sexo biológico y género, convirtiendo el sexo, que es una parte esencial de nuestro estado civil, en algo que cada uno puede elegir a su libre arbitrio y cambiar de forma “fluida” a lo largo de su vida cuantas veces quiera.
Y esta no es la única discusión bizantina que mantenemos los occidentales. En nuestros parlamentos se discute también sobre retirar estatuas de personajes celebres que vivieron hace 500 años o sobre la conveniencia de que en los patios de los colegios se prohíba a los niños jugar al fútbol para que las niñas y niños no jueguen a cosas distintas. Y creo que en la Cortes Aragonesas se ha discutido la semana pasada sobre si el envoltorio de los Conguitos es racista.
Es un hecho constatable que ni los asiáticos, ni los musulmanes, ni los africanos, ni los europeos orientales, dedican sus esfuerzos a estas mamarrachadas. Y es que los occidentales tenemos muchas cosas en común con los bizantinos del siglo XV. Al igual que ellos, somos herederos de una civilización que ha dado al mundo grandes logros en el campo de la ciencia, las artes y los derechos humanos. Seguramente por ello, nos sentimos inexpugnables, tenemos un gran concepto de nosotros mismos y nos seguimos considerado el ombligo del mundo.
Pero la realidad es que, especialmente los europeos, hemos dejado atrás nuestros días de gloria y vamos languideciendo de forma lenta frente al empuje de sociedades más dinámicas.
Sólo seis de las cincuenta mayores empresas del mundo son europeas, frente a once que son asiáticas. Y ninguna empresa europea está entre las grandes empresas tecnológicas que lideran el ranking. Nuestra economía y nuestra población cada vez son menos importantes y el centro del mundo hace ya muchos años que se desplazó del Atlántico al Pacífico.
Después de largos años de conflictos con los turcos, que ya habían conquistado el resto del Imperio Bizantino, Constantinopla cayó el 29 de mayo de 1453, día en el que Mahomet II, entró a caballo en Santa Sofía, inmediatamente transformada en mezquita. Constantino XI, último emperador del imperio, murió defendiendo la ciudad.
Con la llegada de los turcos, los bizantinos abandonaron sus discusiones y la ciudad volvió a vivir una era de esplendor bajo el dominio de la media luna. Espero que los europeos no tardemos tanto tiempo en reaccionar y seamos capaces de abandonar estas absurdas discusiones que no hacen nada por solucionar los graves problemas que tenemos.
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