José Manuel Rodríguez Uribes fue el encargado de desactivar la reacción de las víctimas contra el proceso de negociación con ETA.
José Manuel Rodríguez Uribes fue el encargado de desactivar la reacción de las víctimas contra el proceso de negociación con ETA.

Hace unos días ya expresamos que Pedro Sánchez había cambiado el colchón de La Moncloa para encamarse con la ETA y que el PSOE se ha convertido por méritos propios en el partido supuestamenten constitucionalista que más ha hecho por blanquear ala banda terrorista y sus cómplices, hoy agrupados en Bildu bajo el mando tribal de Arnaldo Otegui.

Recordábamos entonces los nombre de los militantes del PSOE asesinados por el grupo terrorista marxista independentista ETA y lo volvemos a hacer, porque no puede haber mejor frontispicio a lo que a continuación se narra:

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Germán González López, Enrique Casas, Vicente Gajate, Fernando Mújica, Francisco Tomás y Valiente, Fernando Buesa, Juan María Jaúregui, Ernest Lluch, Froilán Elespe, Juan Priede, Joseba Pagazaurtundua e Isaías Carrasco. Descansen en paz.

Asistimos al segundo acto de una estrategia diseñada para seguir blanqueando a ETA mediante la división de las víctimas de esta mafia terrorista porque esto es más viejo que el hilo negro. Parece de primero de maquiavelo aunque el principio es mucho más antiguo. Se le atribuye incluso a Julio César, el triunviro romano más presente en el imaginario común de la cultura occidental, cada vez más atrofiada, el latinajo divide et impera. Y es seguro que no fue el primero que lo pensó.

Rodríguez Uribes, un hombre de presencia física imponente, fue el encargado de de combatir a un hombre más bien chiquitín, pero peleón: Francisco José Alcaraz

Durante la negociación de la rendición del Estado frente a ETA impulsada por el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, fue necesario activar muchas piezas de un complejo engranaje. Desde luego ahí estaban Otegui, el sanguinario José Antonio Urruticoechea Ternera, o Mikel Albizu Antza. También personajes tan destacados del PSOE como Jesús Eguiguren, que hicieron de emisarios del Gobierno con ETA. A esta salsa de ignominia y traición no le faltaba una hierba.

Ni siquiera la especia que representa la peor traición de todas: la traición a las víctimas del terrorismo. O al menos a las víctimas que pelearon por el honor de sus muertos. Y ahí estaba José Manuel Rodríguez Uribes, hoy ministro de Cultura y entonces encargado de pilotar la Dirección General de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo creada en 2006 para todo lo contrario.

Rodríguez Uribes, un hombre de presencia física imponente, fue el encargado de de combatir a un hombre más bien chiquitín, pero peleón: Francisco José Alcaraz, hermano y tío de tres víctimas mortales del atentado contra la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza el 11 de diciembre de 1987: su hermano Ángel, de 17 años -de visita a su hermana Rosa, casada con un guardia civil- y sus sobrinas gemelas, Esther y Miriam, de tres años.

En abril de 2008 Alcaraz anunció su salida de la dirección de la AVT, y la asociación que se había destacado en este periodo por su carácter combativo e inasequible al desaliento entró -como por arte de magia, o no- en un periodo de desescalada paulatina de las críticas al Gobierno de Rodríguez Zapatero

Francisco José Alcaraz fue presidente de la Asociación Víctimas del Terrorismo entre 2004 y 2008, el periodo de la historia de España en que más movilizaciones ciudadanas contra la rendición del Estado ante ETA -mal llamada negociación- se produjeron.

Cuando comenzaron las movilizaciones, el panorama general de las asociaciones de víctimas era más bien unitario, con algunas excepciones regionales, a las que se habían unido las creadas a raíz de los atentados aún no aclarados suficientemente del 11 de marzo de 2004, tres días antes de la celebración de las elecciones que, contra todo pronóstico, ganó Rodríguez Zapatero.

Rodríguez Uribes -discípulo preclaro de Gregorio Peces Barba, ideólogo de la Educación para la Ciudadanía, todo sea dicho de paso- recibió el encargo y se puso manos a la obra. Maniobró, incitó ‘rebeliones’, fomentó la creación de organizaciones de víctimas regionales convenientemente regadas, y después las utilizó para difundir la idea de que Alcaraz era un extremista peligroso y que había víctimas más razonables.

Víctimas que fueron utilizadas como palanca para avanzar en el proceso en el que el hoy tildado por el vicepresidente segundo Pablo Iglesias como «hombre en la dirección del Estado» era reconocido por el Gobierno como «hombre de paz». Eso es subir en el escalafón.

En abril de 2008 Alcaraz anunció su salida de la dirección de la AVT, y la asociación que se había destacado en este periodo por su carácter combativo e inasequible al desaliento entró -como por arte de magia, o no- en un periodo de desescalada paulatina de las críticas al Gobierno de Rodríguez Zapatero. El plan funcionó bastante bien, hay que reconocerlo.

Tanto que el Partido Popular siguió la estela domesticadora de víctimas contestatarias durante los años de Gobierno de Mariano Rajoy. El mismo partido que se había comprometido a publicar las actas de la negociación del PSOE con ETA, enmudeció. El mismo Rajoy que se fotografió ante un mar de banderas de España flanqueado por María San Gil y José Antonio Ortega Lara, se sumó a la traición.

También merecen ser consignados, para que pesen en sus conciencias, los nombres de Gregorio Ordoñez, Miguel Angel Blanco, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoyena, Alberto Jiménez Becerril (junto a su esposa Ascensión García Ortíz), Manuel Zamarreño, Jesús María Pedrosa, José María Martín Carpena, Manuel Indiano, José Luis Ruiz Casado, Francisco Cano, Manuel Giménez Abad. Y los de sus antecesores políticos Julio Martínez Ezquerro, Vicente Zorita Alonso, Juan Alberto Jaureguízar Poncela, miembros de Alianza Popular. Descansen en paz.

Ahora que la AVT parece protestar algo por el apoyo de Bildu al PSOE como socio presupuestario, Iván Redondo no ha tenido que ir muy lejos a encontrar inspiración para acallar al disidente, por pequeña que sea su voz, atrofiada por años de silencio que, confieso, me cuesta comprender desde un punto de vista moral. Rodríguez Uribes se sienta a la mesa del Consejo de Ministros a la hora de comer, potea sin complejos en la herrikotaberna de Otegui y tiene la receta de la víctima al pil pil perfeccionada.

Así es más comprensible entender que personas que han vivido en sus carnes el terrorismo de ETA y que no están dispuestos a admitir mordazas como José Antonio Ortega Lara, Santiago Abascal y Francisco José Alcaraz defiendan hoy unas siglas políticas que remiten a la voz que se les trata de arrebatar: Vox.

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