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El Covid-19 ha supuesto un brutal baño de realidad para una izquierda instalada en un mundo virtual-ideológico en el que los grandes problemas son el mansplaining, la visibilidad transgénero y la “emergencia climática”. En España, un Gobierno cuyas prioridades eran el lenguaje inclusivo y la brecha de género en el rugby se ha encontrado de repente frente a los jinetes del Apocalipsis: la peste, la muerte, y pronto quizás el hambre. He aquí que esos retrógrados señores todavía cabalgan. Tres de los cuatro parecían vencidos en el Occidente rico, tecno-médico, posbélico; la vanguardia transhumanista preparaba ya el asalto final contra “el ultimo enemigo” (1 Cor., 15:26), culminando el combate iniciado por el poema de Gilgamesh hace 5000 años: Nick Bostrom, Max More y la “muerte de la muerte” (Aubrey de Grey: “Ha nacido ya el primer humano que vivirá mil años”).

Pero en la tercera década del siglo XXI no nos esperaba Xanadú, sino el Orán de Camus, la Florencia de Boccaccio, con campanillas de leproso en Bluetooth y Pedro Sánchez en el papel del Príncipe Próspero de Poe. El Gobierno español sigue en estado de shock, edulcorando la realidad: sus estadisticas ignoran a los 15.000 muertos en residencias, y las TVs no muestran ataúdes, sino recitales en los balcones y concursos de repostería.

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Douglas Murray dice que el mundo se ha llenado de virólogos autodidactas convencidos de que la Covid ha venido para confirmar sus certezas previas. No niego que la derecha pueda caer también en esa tentación. En el caso de la izquierda, asistimos, por ejemplo, a la exaltación ritual de la sanidad publica (parece que los hospitales privados o concertados no curan: sin embargo, misteriosamente, son preferidos en España por el 80% de los funcionarios), supuestamente dañada por los recortes de la derecha (aunque los gobiernos del PP incrementaron la inversión). En un momento en que el estamento sanitario está ofreciendo un espectáculo heroico de cumplimiento del deber, sería sano agradecérselo a todos, sin discriminaciones ideológicas.

Judith Butler, la afamada teórica de la ideología de género, cree que el virus ofrece una oportunidad para “reimaginar nuestro mundo como si fuera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical”

Leyendo Sopa de Wuhan –el best seller en el que intelectuales progresistas de guardia nos ilustran sobre las causas y soluciones de la crisis Covid- se comprueba hasta qué punto la izquierda no necesita mayores detalles sobre el origen (¿ha sido una zoonosis o un virus escapado de un laboratorio bacteriológico chino?) o el desarrollo de la pandemia (¿cuál es el porcentaje de asintomáticos entre los infectados?; ¿cuán lejos estamos de la inmunidad de rebaño?; ¿cuál es la tasa de letalidad real?; ¿era imprescindible el confinamiento drástico o hubieran bastado medidas suaves a la sueca o tests masivos a la coreana para aplanar la curva?; ¿es dicho aplanamiento un simple aplazamiento de las muertes que el Covid está en todo caso llamado a cobrarse, como sostiene el epidemiólogo Johan Giesecke?), pues tiene predeterminadas sus conclusiones: el culpable es el capitalismo; la solución, el socialismo reinventado y el avance hacia un gobierno mundial. Slavoj Zizek: «El coronavirus nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia […]. ¿Todo esto [la crisis Covid], no indica claramente la necesidad urgente de una reorganización de la economía global que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado?”. Judith Butler, la afamada teórica de la ideología de género, cree que el virus ofrece una oportunidad para “reimaginar nuestro mundo como si fuera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical”. Y Alain Badiou: “El mercado mundial […] produce inevitablemente nuevas y desastrosas epidemias”.

Es sabido que, desde 1848, la izquierda no ha dejado de profetizar el fin del capitalismo: unas veces el colapso se debería a “la agudización de las contradicciones objetivas del modo de producción”; otras, a las guerras mundiales (y la primera, ciertamente, creó una ventana de oportunidad para la revolución bolchevique, mientras la segunda dejó Europa oriental en manos de la URSS), los cracks financieros de 1929 y 2008, la crisis del petróleo de 1973, la “crisis ecológica”, o ahora la peste china. Los creyentes en esa parusía siempre aplazada no parecen haber reparado en que han sido las disfunciones y mentiras del Partido Comunista Chino –de la falta de higiene en los mercados húmedos o los fallos de seguridad del laboratorio de Wuhan a la evidente minimización de las cifras oficiales de víctimas, que facilitó la frivolidad sologripista de los gobiernos occidentales- las que han traído al mundo esta pesadilla.

Sin duda Pablo Iglesias tiene las Tesis de abril de Lenin en la mesilla de noche, y cree encontrarse ante una oportunidad de las que solo se presentan una vez por siglo (la anterior fue, en España, 1936-39, en la estela de otro jinete del Apocalipsis). En el consejo de ministros del 13 de marzo, Iglesias propuso la inmediata nacionalización de la sanidad privada; parece que el valladar entonces fue la ministra de Economía Nadia Calviño, más desdibujada después.

El Covid-19 va a generar una crisis económica de enorme magnitud (en España se prevé una caída de al menos el 10% del PIB), que de suyo requerirá medidas radicales, sea a la singaporesa, sea a la venezolana

La gestión de la crisis esta demostrando que el socialismo es tan ineficiente consiguiendo tests, respiradores o equipos de protección en la España de 2020 como lo era suministrando pan en la URSS de 1933. La reacción del Gobierno fue muy tardía: pese a los avisos de la OMS y expertos nacionales e internacionales a partir de finales de enero, pese a una curva de contagios en plena explosión en los primeros días de marzo, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no tomaron medidas serias hasta el día 14, presumiblemente para facilitar la gran manifestación feminista del 8-M, en la que debieron producirse miles de infecciones. Y después, el control burocrático e intervención de precios han producido los resultados que tuvieron siempre: desabastecimiento de tests, respiradores, guantes y mascarillas. Ocurre, ademas, que diversos laboratorios privados (por ejemplo, los agrupados en la “Alianza Covid-19”, que se activaron a principios de marzo, sin esperar al Gobierno, para fabricar tests PCR y venderlos a las residencias de ancianos, que los necesitaban desesperadamente) estaban empezando a responder con agilidad y eficacia a la emergencia. Los decretos centralizadores del Gobierno paralizaron esa iniciativa: todo debía pasar por el ministerio o las consejerías autonómicas. El Estado asfixió una vez más al mercado. La prioridad del Gobierno, más que la provisión rápida de tests, parece ser la de “que nadie haga negocio con esto”. Y, a día de hoy, España se asoma al final del confinamiento –el mas estricto del mundo- sin los medios que garanticen una reapertura segura de la economía: tests, aplicaciones tecnológicas de seguimiento de infectados, mascarillas para todos. El riesgo de un rebrote de contagios no está descartado.

La sociedad civil fue también más ágil que el Estado en el sector de la beneficencia privada. Desde las generosas donaciones de Amancio Ortega y otros empresarios a la labor callada de mil y una charities como “Juntossalimos” (presidida por Maite Rico, dueña de una tienda de decoración), los particulares corrieron a llevar tests y material de protección a residencias geriátricas, conventos, prisiones, etc., sin esperar a un Gobierno lento e ineficiente. Pero la izquierda odia la generosidad voluntaria: prefiere la extorsión. Son famosos los sarcasmos de Iglesias sobre las donaciones del dueño de Inditex. Y el socialista José Blanco escribió en Twitter: “Más derechos y menos caridad”.

“Derechos sociales”: esa es la palabra mágica. Socialistas y comunistas sueñan con una era post-Covid presidida por los “derechos sociales”, es decir, la dependencia definitiva de los ciudadanos respecto al Estado, que los (mal) alimentará extrayendo recursos de no se sabe dónde. Los mantras del Gobierno durante la crisis reflejan ese espíritu: “nosotros no dejamos a nadie atrás”, “la crisis no la van a pagar los de siempre”, “no dejaremos que se despida a nadie” (o sea, miles de empresas tendrán que cerrar, ante la imposibildad de ajustar sus plantillas a la nueva situación). Se ha anunciado en España una “renta básica”, cuyos detalles se discuten en este momento; no cabe duda de que Iglesias la pretende incondicional y definitiva. La prioridad del Gobierno no es la salvación de tejido empresarial, sino la defensa del trabajador frente a los malvados patronos.

El Covid-19 va a generar una crisis económica de enorme magnitud (en España se prevé una caída de al menos el 10% del PIB), que de suyo requerirá medidas radicales, sea a la singaporesa, sea a la venezolana. Puede ser una oportunidad para reducir de verdad el peso del Estado, eliminar subvenciones y organismos superfluos, replantear en España el ruinoso sistema autonómico…: lo ahorrado se invertiría en medidas de alivio fiscal y créditos a empresas y autónomos, para salvar el máximo posible de tejido productivo. Las propuestas presentadas por VOX van en esa dirección. La simplificación normativa y flexibilización del mercado laboral permitirían una más rápida reconfiguración del modelo económico post-Covid, en el que algunos sectores saldrán inevitablemente debilitados (turismo, restauracion), y será necesario encontrar alternativas.

El otro escenario es el argentino-venezolano: permitir la destrucción de gran parte del aparato productivo y encadenar definitivamente a la sociedad al subsidio chavista (el “cepo de la pobreza”, como ha escrito Domingo Soriano). No me cabe duda de que es la vía preferida por el Gobierno español: es un escenario muy “social”, es el sueño de la izquierda. Pero es un Gobierno formado por partidos que suman solo 155 diputados en un Parlamento de 350. La esperanza es que el tándem Sánchez-Iglesias caiga ante la magnitud del desastre, y tome el relevo un equipo capaz de adoptar decisiones sensatas.  

Y un apunte sobre cuestiones existenciales: la facilidad con que los Gobiernos han conseguido mantener bajo arresto domiciliario a media humanidad indica que el miedo a la muerte, vigente en todas las épocas, es hoy más fuerte que nunca, quizás porque nunca tanta gente creyó que esta vida es todo lo que poseemos. Si tenemos en cuenta que el 90% de las víctimas mortales de la Covid son personas en la tercera edad, podemos estar ante un hecho conmovedor: toda una sociedad está destruyendo su economía y condenándose a un futuro muy difícil por prolongar unos años las vidas de unos cientos de miles de ancianos. Pero, mientras rendimos este heroico homenaje al principio de sacralidad de toda vida humana, el Gobierno acelera la tramitación de la Ley de Eutanasia e incluye el aborto entre los “servicios esenciales” que no cesan durante el confinamiento. He ahí una “contradiccion objetiva” de las que tanto gustan al marxismo. Pero no la encontrarán en Sopa de Wuhan.

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Francisco J. Contreras Peláez (Sevilla, 1964) es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de los libros: Derechos sociales: teoría e ideología (1994), Defensa del Estado social (1996), La filosofía de la historia de Johann G. Herder (2004), Savigny y el historicismo jurídico (2004), Tribunal de la razón: El pensamiento jurídico de Kant (2004), Kant y la guerra (2007), Nueva izquierda y cristianismo (2011, con Diego Poole), Liberalismo, catolicismo y ley natural (2013) y La filosofía del Derecho en la historia (2014). Editor de siete libros colectivos; entre ellos, The Threads of Natural Law (2013), Debate sobre el concepto de familia (2013) y ¿Democracia sin religión? (2014, con Martin Kugler). Ha recibido los premios Legaz Lacambra (1999), Diego de Covarrubias (2013) y Hazte Oír (2014). Diputado de Vox por Sevilla en la XIV Legislatura.