La pugna no es entre Kamala y Trump sino entre Occidente y el wokismo.
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Para comprender el carácter trascendental de las próximas elecciones en EEUU conviene leer despacio el extraordinario discurso de despedida que el presidente Eisenhower pronunció desde el Despacho Oval el 17 de enero de 1961, tres días antes de abandonar con evidente alivio la Casa Blanca.

Elegido en 1952 y reelegido en 1956 por mayorías abrumadoras, Eisenhower fue uno de los presidentes más íntegros y capaces del s. XX. Su experiencia como militar de prestigio y comandante en jefe de los ejércitos aliados en Europa en la 2ª Guerra Mundial le llevó a detestar el horror de la guerra, rehuyendo guerras innecesarias (como es hoy la de Ucrania) y evitando la confrontación con la Unión Soviética mediante una mezcla de diplomacia firme y ostentación de fuerza (si vis pacem, para bellum). También era una persona de profundas convicciones cristianas, algo natural cuando en aquella época el 90% de los norteamericanos creía en la divinidad de Cristo[1].

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El discurso de despedida de Eisenhower es el más famoso de la historia de EEUU y tiene un carácter casi profético que ayuda a comprender lo que está ocurriendo hoy, aunque las circunstancias hayan cambiado mucho. En efecto, en 1960 Estados Unidos tenía una apabullante hegemonía económica (su PIB suponía el 40% del PIB mundial frente al 25% de hoy) y un enorme poderío militar que podía proyectar en cualquier lugar del mundo: su Armada contaba con 24 portaviones y 223 destructores frente a los 11 y 62 de hoy, respectivamente[2]. Asimismo, gracias en gran medida a su religiosidad cristiana (aspecto que tiende a olvidarse) EEUU también gozaba de una salud social envidiable, con un índice de divorcios, nacimientos fuera del matrimonio y abortos inferior en orden de magnitud a los actuales y una tasa de criminalidad tan baja que se multiplicaría por tres en los siguientes 30 años. Los hogares estables formados por un matrimonio con hijos suponían el 44% del total (frente al 18% de hoy en día[3]) y era el país número 20 con mayor esperanza de vida (hoy ocupa el puesto 40)[4].

Pues bien, aquella fría noche del 17 de enero de 1961 Eisenhower quiso trasladar a sus conciudadanos un mensaje al que el presidente saliente concedió mucha importancia, no en balde había comenzado meses atrás a trabajar en los más de veinte borradores que escribiría. No fue un discurso mitinero de elogio de sí mismo, sino un testamento político de una profundidad inhabitual, a pesar de lo cual no necesitó de más de 15 minutos, como marcaba la tradición (frente a los 50 minutos de autobombo que invirtió el narcisista Obama).

El papel de EEUU en el mundo

El primer mensaje de Eisenhower tuvo que ver con el papel futuro que EEUU debía jugar en el mundo, y sobre todo con su misión moral. Así, quiso advertir a sus conciudadanos que el prestigio y liderazgo de EEUU dependía «no sólo de su inigualado progreso material o poder militar, sino de cómo utilizara su poder en el interés de la paz mundial», previniendo que «el error atribuido a la arrogancia» infligiría a EEUU un grave daño dentro del país y también en su papel en el mundo. Por el contrario, el presidente norteamericano hablaba de cómo este mundo «nuestro», compartido por todos, «debía evitar convertirse en una comunidad de miedos y odios y ser, en cambio, una confederación de confianza mutua y respeto, una confederación de iguales en la que los más débiles acudan a la mesa de conferencias con la misma confianza que nosotros [los EEUU]»[5].

Hoy sabemos que esta advertencia y este deseo cayeron en saco roto, pues el anillo de poder corrompe a los gobiernos y a los pueblos tanto como al individuo que lo porta. Así, tras su indudable victoria en la Guerra Fría, EEUU nunca pretendió crear una confederación de iguales basada en el respeto mutuo y en un liderazgo moral, sino que aprovechó su hegemonía para imponer por medio de las armas y del poder del dólar un sistema internacional asimétrico, miope en la defensa cortoplacista de los intereses económicos estadounidenses e injusto en la aplicación de un solo principio: «las reglas son para ti, no para mí». Quién iba a decirnos a quienes vivimos con inenarrable alegría la caída del comunismo soviético que la ausencia de un contrapoder, lejos de contribuir a la paz del mundo, envolvería la política exterior de EEUU en un manto de arrogancia y transformaría al Departamento de Estado en una fábrica de conflictos que aseguraran un estado de guerra permanente.

Eisenhower, por cierto, dejó claro que la Guerra Fría no era un enfrentamiento contra un país (la Unión Soviética o Rusia), sino contra una ideología, «hostil, global en su alcance, atea en su carácter, despiadada en su propósito e insidiosa [o sea, maliciosa con apariencias inofensivas] en su método[6]», una de las mejores definiciones del comunismo nunca hecha. Conviene rescatar esta distinción hoy con la guerra de Ucrania, pues la propaganda occidental ha pretendido hacer creer a la población que nos encontrábamos ante una nueva agresión “soviética” nostálgica del imperio, una patraña absurda para cualquiera que se detenga a pensar un minuto (una minoría), pero eficaz en la psique inercial de quienes vivimos la Guerra Fría desde el lado libre del Muro.

La amenaza desde el interior de EEUU

Sin embargo, la preocupación máxima de Eisenhower tenía que ver con el creciente poder que el complejo militar-industrial estaba alcanzando dentro del propio EEUU, algo que, como militar de gran experiencia, era capaz de vislumbrar con mayor claridad que la mayor parte de los observadores de su época. De ahí proviene su famosísima advertencia, escrita con la precisión de un cirujano. Lean, por favor, despacio:

«Debemos protegernos contra la adquisición por parte del complejo militar-industrial de una influencia injustificada, ya sea buscada o no, pues existe hoy y persistirá en el futuro la posibilidad de un aumento inapropiado y desastroso de su poder. No podemos permitir que el peso de esta combinación ponga nunca en peligro nuestras libertades y nuestros procesos democráticos, y no debemos dar nada por sentado[7]».

Así, concluye Eisenhower, la única defensa contra el incipiente poder «de un establishment militar y de una enorme industria armamentística que son nuevos en la historia de EEUU» es una «ciudadanía alerta e informada[8]».

Hoy sabemos que esta seria advertencia también cayó en saco roto, pues la ciudadanía ni está alerta ni está informada, y quienes advierten sobre la realidad son condenados al ostracismo por defender «teorías conspiratorias», esa eficaz difamación generalmente destinada a ocultar la verdad, aunque ésta quede demostrada a posteriori. De hecho, quizá el mayor obstáculo al que se enfrenta la población para comprender el estado de las cosas no es sólo su ignorancia de los hechos, promovida por la corrupción moral de los medios de comunicación, sino ante todo la imposibilidad de creer en la existencia del mal, algo que los yonquis del poder aprovechan continuamente.

El complejo militar-industrial norteamericano o Deep State, que incluye a la industria armamentística, al Pentágono, a las agencias de inteligencia y al Departamento del Estado, es hoy más poderoso que nunca. A todos ellos les une una misma ambición de poder y dinero, y todos dependen de un estado de guerra perpetua facilitada por la política belicista del Departamento de Estado. En EEUU esta situación de guerra perpetua (o de sucesión de conflictos sin solución de continuidad) se sostiene con el argumento de la defensa del «interés nacional» y bajo la hipócrita coartada de la defensa de «valores occidentales», que curiosamente jamás incluyen el bien o la verdad, sino que se limitan exclusivamente a una supuesta diosa democracia y a un sucedáneo de la libertad, la misma que dicha «democracia» nos está robando subrepticiamente desde hace décadas.

Por otro lado, Eisenhower también advirtió a sus ciudadanos sobre la posibilidad de que los científicos fueran corrompidos por el acaparamiento del dinero público en la financiación de proyectos científicos. En este sentido, alertaba «del peligro de que la política se convirtiera en cautiva de una élite científica-tecnológica[9]». La pertinaz estafa del cambio climático y la dictadura sanitaria impuesta bajo la coartada del covid son claros ejemplos del carácter visionario del expresidente.

Finalmente, Eisenhower previno a sus conciudadanos sobre la necesidad de «resistir el impulso de vivir sólo para hoy, despilfarrando los preciosos recursos del mañana por nuestra propia conveniencia (…), hipotecando los activos materiales de nuestros nietos». Esta advertencia también cayó en saco roto: en 1960, EEUU no tenía déficit y su deuda pública era inferior al 60% del PIB. Hoy tiene un déficit (creciente) del 6% sobre PIB y una deuda pública superior al 120%, cifras que reflejan el precio de la descarada compra de votos que implica el sufragio universal y su consecuencia natural, ese fraude llamado ampulosamente Estado de Bienestar, en el que siempre hay más promesas que dinero.

Las elecciones del 2024

Y ahora se preguntarán: ¿qué tiene que ver un discurso de hace más de 60 años con las elecciones que se celebrarán dentro de un par de semanas? La respuesta es: todo. En efecto, en las siguientes elecciones la cuestión de fondo es si EEUU acotará o no el poder incontrolado del Deep State y sus consecuencias directas, como es el impresionante deterioro de la libertad personal y, en particular, de la libertad de expresión (su némesis), y la existencia de un estado de permanente conflicto que impide un orden internacional más equilibrado y justo compatible con un mundo multipolar que mantenga contrapoderes y evite la mera sustitución de un poder hegemónico (EEUU) por otro (China).

En el siguiente artículo realizaremos un obligado pronóstico sobre el resultado de estas elecciones y exploraremos hasta qué punto suponen una confrontación entre dos conceptos de democracia. Uno está basado en la libertad de expresión y en la limitación del poder del complejo militar-industrial y la élite científica-tecnológica sobre cuya amenaza nos advirtió el presidente Eisenhower. El otro defiende una mezcla de plutocracia y oligarquía de una élite mesiánica que esconde, tras unos cínicos ideales, una voluntad de poder absoluto y una soberbia descomunal.

[1] INTRODUCTION (eisenhowerlibrary.gov)
[2] US Ship Force Levels (navy.mil)
[3] How have American households changed over time? (usafacts.org)
[4] Living Longer: Historical and Projected Life Expectancy in the United States, 1960 to 2060 (census.gov)
5] President Dwight D. Eisenhower’s Farewell Address (1961) | National Archives
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Ibid.

Fernando del Pino Calvo-sotelo. Artículo originalmente publicado en la web de la Fundación Rafael del Pino

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