El hombre que fue abatido el jueves al intentar atacar una comisaría en París al grito de «Alá es grande» (Alá Akbar) era un refugiado en Alemania. En concreto, vivía en un albergue para refugiados en Recklinghausen, Renania del Norte-Westfalia.
La policía alemana, a petición de la francesa, llevó a cabo varios registros en la noche del sábado relacionados con el atacante refugiado para comprobar posibles conexiones con otros refugiados dispuestos también a atentar en Europa.
El resultado, según un portavoz policial, ha sido tranquilizador: «No se ha encontrado ningún indicio de otros posibles ataques». Lo que no ha aclarado es si el hombre ya había solicitado oficialmente asilo en Alemania, algo que aseguran varios medios alemanes.
Al asaltante de la comisaría de policía se le encontró un papel escrito en árabe en el que declaraba su lealtad a Abú Bakr al Bagdadi, el jefe de Estado Islámico y explicaba su acto como una venganza por los «ataques a Siria». También se encontró en uno de sus bolsillos una tarjeta para teléfono móvil de una compañía alemana.
Tras los atentados yihadistas de la sala Bataclan en París y las recientes agresiones sexuales masivas contra las mujeres en Alemania ha cambiado la percepción de la opinión pública europea, que ya mira con recelo a los refugiados al tiempo que reclama mayor firmeza a los políticos.
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